Felipe Salgado: “El gran problema del dolor es que es interno, entonces es difícil que la gente empatice con uno”




En 2019 me encontraba en un viaje familiar en Estados Unidos. Siempre me ha gustado manejar, así que decidimos hacer un largo recorrido en auto. Todo iba bien, hasta que me quise parar del auto, cuando sentí un dolor insoportable en la espalda. Fue tan fuerte que decidí ir al médico. Había contratado un seguro de viaje, así que me fui a urgencias. Ahí me atendió un doctor que me comentó que esto era un problema lumbar, nada grave, sin mayor relevancia. Sin embargo, pasaron los días y no se me pasaba. Cuando llegué de vuelta a Chile fui directo al médico, quien me envió a hacer una resonancia magnética. En el examen descubrieron que tenía dos hernias en la parte baja de la espalda. El problema es que tocaban el nervio ciático y eso era lo que me generaba dolor, porque estaba inflamado, sumado a que en ese tiempo estaba con un sobrepeso atroz.

Como parte del tratamiento, me enviaron al kinesiólogo, pero fue justo después del estallido social de octubre de ese año, entonces se me hizo difícil seguir las indicaciones al pie de la letra; cuando había disturbios se cancelaban las sesiones y otras veces también falté porque los horarios no eran compatibles con el trabajo. Luego vino la pandemia y con ella se suspendió todo. Me resigné a aguantar el dolor durante un buen tiempo, pero este año no pude más. Llegué a un punto en el que sentía molestias al caminar o incluso al estar sentado. Es como si me estuvieran apuñalando a cada rato, me cuesta encontrar una posición en la que el dolor se calme. Cuando me preguntan qué intensidad de dolor siento, del uno al diez, siempre digo diez, porque es muy incómodo.

Por esta misma razón, estuve con licencia durante dos meses, para poder hacer la rehabilitación. La instrucción del médico fue bien clara y sencilla; me dijo que tenía que “sacar calugas –abdominales–” porque la otra solución era ponerme dos fierros en la espalda. Y es que, además de la hernia, tengo los discos gastados, y por eso en mi caso es mejor hacer terapia antes que operar, una opción que dentro de todo lo malo, me agradó; prefiero mil veces esforzarme haciendo ejercicios que fortalecerán mis huesos y musculatura, antes que entrar a un pabellón.

En paralelo a este tratamiento, fui a ver a un nutricionista porque sentía que el peso para mí era un problema. Pesaba 110 kilos. El especialista me ayudó a ordenar las comidas y eso, a su vez, contribuyó a que mi recuperación fuera más rápida. He bajado 26 kilos y actualmente sigo cuidándome con las comidas, ordenado, comiendo los carbohidratos y proteínas que puedo según mi edad, mucha ensalada, colaciones saludables, frutos secos y fruta. Y es que vivir con este dolor no solo me ha afectado a mí, también ha influido en otras cosas tan relevantes como la relación con mi hijo de 6 años. Una de las advertencias del doctor fue que no levantara mucho peso, y entonces tuve que dejar de tomarlo en brazos, lo que me da mucha pena.

Hace unas semanas también viajé a ver a mi otro hijo mayor, que vive en Austria. Hay cosas tan simples que no puedo hacer como subir la maleta a la cabina. Desde que vivo con este dolor, adquirí la costumbre de viajar solo con una mochila chica, y meter ahí la ropa, la menor cantidad posible, por el peso. Y pese a que las aerolíneas cuentan con un sistema de apoyo y asistencia para poder embarcar, siento que mi dolor es invisible para el resto, entonces no me atrevo a pedir una silla de ruedas u otro tipo de apoyo; solo mostré un certificado para que me dejaran moverme en el avión, ya que por protocolo Covid, te piden que pases la mayor parte del vuelo sentado y para mí eso es sinónimo de mucho dolor.

Ese es el gran problema del dolor, que es interno, entonces es difícil que la gente empatice con uno. Las personas desde fuera me ven bien y no se imaginan todos los problemas físicos a nivel interno. Muchas veces me han mirado feo porque me piden ayuda para cargar algo y digo que no puedo; cuando una mujer va con guagua en el metro cargada y necesita ayuda, yo lamentablemente no la puedo ayudar. No es porque no quiera, es porque hacerlo me puede generar más dolor. Lo mismo que cuando ocupo un asiento en la micro, les parece mal que un hombre joven se siente, pero a mí eso me sirve para descansar del dolor.

Lo único bueno de todo esto es que tengo a mi familia al lado. Las crisis que tuve en un comienzo las pasé solo, porque no quería preocuparlos, pero ya entendí que necesito estar acompañado. Mi familiares cada vez que me ven cargando algo con peso me retan; tratan de que no maneje y de llevarme a todos lados. Lo que más me ha costado es que entiendan que prefiero ocupar el transporte público a que me anden acarreando porque, a pesar de todo, para mí es más cómodo. Me siento afortunado porque he tenido harta contención familiar y me he sentido muy acompañado durante todo este proceso. Obvio que el dolor es de uno, no obstante todos tratan de que no llegue a situaciones graves de dolor. Me ayudan para que no me exponga a una situación que me genere dolor.

Uno de mis mayores aprendizajes es que el cuerpo nos da aviso de todos los problemas que tenemos, porque a veces las cosas se pueden evitar. Yo pude haberme ahorrado haber llegado a este punto de no retorno si me hubiese cuidado más, por eso mi consejo es ante cualquier señal, buscar un buen médico, porque al final es más barato que cualquier otro tipo de soluciones. Finalmente estás disminuyendo tu calidad de vida cuando no pides ayuda.

Felipe Salgado es periodista y tiene 42 años.

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