Hacer una cirugía por presiones sobre el físico: “Quedé sin guata, pero con una herencia de miedo y paranoia respecto de mi cuerpo”




“Me cuesta partir este relato porque todo lo que viví, aún me da mucha vergüenza y culpa; me expuse a una situación innecesaria, que puso en riesgo mi salud.

Todo partió en 2019. Ese año comencé con la idea de hacerme una abdominoplastía y una liposucción para “sacarme” la guata que tenía colgando después de haber bajado cerca de 20 kilos. No fue una decisión médica, sino estética. Me molestaba tener eso ahí y me sentía mal porque a las mujeres toda la vida nos han enseñado que solo hay un tipo de cuerpo bonito, y ciertamente una guata suelta no cumple ese patrón. Pero no es una cosa que te molesta en ese momento, es la suma de una serie de elementos que van gatillando en ti la necesidad de ser de cierta manera.

Lo más terrible en mi caso, es que no estaba segura de hacerlo. Comencé inconscientemente a hacerme una serie de trampas a mí misma. Me metí en un laberinto en el que me sentí presionada a operarme, a pesar de no tener la convicción personal. Averigüé mucho. Fui a diversos controles y a pesar de que a ratos tenía dudas y susto de entrar a un pabellón, pedí un préstamo, me hice los exámenes pre operatorios y me operé el 13 de enero del año pasado.

El miedo se acrecentó el día de la cirugía. Todavía recuerdo como si fuera ayer cómo tiritaba antes de entrar a la operación a la que, de hecho, entré llorando. La verdad es que no quería estar ahí, pero tenía una especie de compromiso con el resto sobre cómo me tenía que ver. Esa presión me hizo quedarme ahí y entrar a ese pabellón cual animalito entregado para ser faenado.

Cuando desperté me sentía relativamente bien, solo un poco mareada. Pero los días posteriores a la cirugía fueron horribles; se me salió el drenaje en la casa y estaba tan adolorida, que un día hasta me desmayé. El dolor era en la guata, con una intensidad que nunca antes había sentido. Fui al doctor porque supuse que no era normal y así descubrieron que me había contagiado con una bacteria intrahospitalaria, el Clostridium Difficile. Aparte de los dolores quirúrgicos, me vino una diarrea infernal y para colmo empecé con un dolor en el muslo izquierdo que resultó ser una tromboflebitis complicada, también producto de la cirugía. Debido a esto, tuve que tomar anticoagulantes por un año, cuando por fin todo comenzó a cicatrizar.

Han pasado casi dos años y aún conservo un poco de dolor en la parte baja del vientre. Quedé sin guata, pero con una herencia de miedo y paranoia respecto de mi cuerpo y lo que siento. A pesar de que en general me cuesta arrepentirme, muchas veces pienso si era necesario pasar por todo esto.

Me operé a los 39 años y durante toda mi vida sentí que debía ajustarme a ciertas normas. Antes de la abdominoplastía estaba bien en mi talla, pero si quería usar un pantalón con el que se me veía un poco más la guata, no lo hacía. Viví siempre adaptándome a esos patrones que son invisibles, que van delimitando y marcando lo que uno puede o no hacer. Tiene que ver con el miedo a no encajar, a no ser tan bonita, y en mi caso llegó al punto de hacer algo que me aterraba y que incluso no me convencía. Por eso hoy mi principal reflexión tiene que ver con escucharme a mí misma y no comprometerme con los demás en torno a presiones que son personales”.

Francisca tiene 40 años y es dueña de casa.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.