Igualar la cancha: La lucha por dignidad laboral de las jugadoras del fútbol femenino

Jugadoras sin contrato, con bajos sueldos y entrenando en condiciones precarias. No se trata solo de la historia de las cuatro ex jugadoras de Everton que demandaron al club por falta de derechos laborales, sino que de la realidad de las más de mil deportistas que juegan este deporte en Chile. “A las futbolistas les da miedo levantar la voz y exigir mínimos de dignidad, porque viven una realidad muy compleja; el demandar implica arriesgar la carrera”, afirma Iona Rothfeld, directora de la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino.




Constanza Villanueva (31) llegó a jugar en Everton de Viña del Mar en 2010, aunque su amor por el fútbol comenzó de muy pequeña en Chillán. Con el tiempo, pasó de mover la pelota en suelo de tierra a lucir su talento en las canchas de pasto. Primero, por la selección de su colegio -que no tenía rama femenina- y luego, por equipos como Ñublense, Santiago Wanderers y, finalmente, Everton. Con más de 10 años de carrera, fue en el equipo de la quinta región que decidió alzar la voz por la situación laboral del fútbol femenino porque sabía que, por años, el escenario de este deporte había sido precario y que eso no era justo al comparar las condiciones -sueldos, contratos y equipos- en las que se desenvolvían los jugadores masculinos del torneo.

Así, junto a cuatro compañeras de equipo, decidieron hacer un petitorio a Everton para exigir mejoras en los términos para el desarrollo deportivo. “Más que nada, pedíamos condiciones dignas. Nosotras teníamos un baño sucio, sin confort, y no teníamos camarines propios. Tampoco nos prestaban la cancha de pasto natural, sino que entrenábamos en una sintética que no nos servía. Además, queríamos que se reconociera el vínculo laboral con el club porque entregábamos más de 15 horas a la semanaen entrenamientos, donde se nos exigía cumplir con nutricionista y preparación física, pero no nos pagaban ni el sueldo mínimo”, cuenta Constanza.

Esa solicitud fue negada por el club que, al poco andar, marginó a las deportistas del plantel. Sin embargo, las negociaciones no terminaron ahí, pues las cuatro, ahora ex jugadoras, presentaron una demanda contra Everton ante el Tribunal del Trabajo de Valparaíso. En el documento, las futbolistas acusaron condiciones laborales irregulares y apuntaron a una discriminación de género y vulneración al derecho de libertad de trabajo (entre otros). “En general, a las futbolistas les da miedo levantar la voz y exigir mínimos de dignidad y ética para el desarrollo deportivo, porque están en una realidad muy precaria; el demandar implica arriesgar la carrera. Eso es lo que le pasó a estas jugadoras, que ya llevan más de un año sin pisar la cancha porque Everton les retuvo el pase. Cuando les conviene, los clubes nos tratan como profesionales, y cuando no, nos tratan como amateur. Yo creo que esta demanda va a marcar un precedente para todas las jugadoras del fútbol nacional”, analiza Iona Rothfeld, fundadora y directora de la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino (ANJUFF).

Jugadoras sin contrato, con bajos sueldos, entrenando en pésimas condiciones y en medio de una sobrecarga de roles. No es solo la historia de las cuatro ex jugadoras de Everton, sino la realidad de las más de mil deportistas que juegan fútbol de forma profesional en Chile. Así lo graficó la Primera Radiografía del Fútbol Femenino que realizó la ANJUFF en conjunto a la Facultad de Economía y Negocios (FEN) de la Universidad de Chile, investigación que estuvo a cargo de la psicóloga Carla Rojas, coordinadora de Inclusión y Género del Observatorio de Gestión de Personas de la FEN.

El estudio -que contó con una muestra de casi 600 jugadoras pertenecientes a diversos clubes de la ANJUFF-, reveló que solo un 4,4% de las deportistas tiene un contrato laboral y que el 83% no recibe ningún tipo de remuneración por el trabajo que realiza, en tanto que un 8,5% recibe entre $100.000 y $499.000. Así, el 5,8% de las deportistas gana menos de $100.000 y solamente un 1% gana $1.000.000 o más. ¿Y cómo dialoga eso con el fútbol masculino? Según los datos proporcionados por la investigadora Carla Rojas en el lanzamiento de la Radiografía del Fútbol Femenino; el sueldo promedio de los hombres de la primera división alcanza los $9.000.000 mensuales, mientras en segunda división se obtiene un promedio de $3.000.000 a $2.500.000.

Para poder compensar esta situación, un 43% de las encuestadas afirmó que juega y estudia al mismo tiempo, mientras que un 27,9% señaló que debe compatibilizar su trabajo con el fútbol. Un 18,5% de las participantes, por su parte, hace las tres cosas al mismo tiempo: estudiar, trabajar y jugar; y solo el 10% declara dedicarse por completo a esta actividad. “Si bien se sabía de la precariedad y que las jugadoras tenían carencias para entrenar y desenvolverse, no había un estudio que lo refrendara con números. El panorama que aparece aquí es terrible y es impactante verlo expuesto así. Es una realidad que se repite; la gran mayoría está estudiando y tiene un trabajo aparte del fútbol porque no les alcanza con lo poco que ganan. Tampoco se pueden independizar. Entonces es verdad cuando se dice que lo dejan todo por el fútbol porque aunque haya clubes que dan becas de alimentación o transporte, con eso no alcanza para vivir”, analiza la periodista deportiva, Grace Lazcano.

Por esta falta de contratos, sueldos y condiciones, Iona Rothfeld sostiene que, en Chile, aún no se puede hablar de fútbol profesional femenino. Para que eso suceda, explica, no solo deben haber contratos de por medio, sino un escenario transversal para que las jugadoras puedan dedicarse a este deporte. “Nos referimos a condiciones de desarrollo; tener infraestructura apropiada, uniformes, y un buen cuerpo técnico. Son muchos los pasos que van cimentando el camino, aunque todo termina en tener un contrato que entregue derechos sociales y reconozca la relación laboral entre las jugadoras y el club”, dice.

Actualmente, solo 5 de los 27 clubes del Torneo Nacional tienen a sus jugadoras con contrato. El primer equipo que dio un paso en el camino a la profesionalización fue Santiago Morning que, en 2019, ofreció este documento legal a cuatro de sus jugadoras: Daniela Pardo, María Francisca Mardones, Nicole Fajre y Marcela Pérez. Desde entonces, se ha transformado en un club referente, que ha retenido talentos y ha fichado a jugadoras extranjeras. Los resultados están a la vista: El plantel ha salido tres veces ganador del Campeonato Femenino y actualmente se encuentra disputando la Copa Libertadores de América. “Ese ha sido uno de los procesos más exitosos. Después se sumaron otros clubes grandes como la Universidad de Chile y Colo Colo. Pero igual hay que tener ojo porque pasa que los clubes se resguardan y dicen ‘tenemos a un montón contratadas’, pero hay que ver si ese contrato te permite vivir, porque muchas veces esos contratos son por el sueldo mínimo o un poco más”, analiza Myriam Fuentealba, presidenta de la Corporación de Fomento de Fútbol Femenino (Coffuf).

Para poder abordar esta situación, se creó por primera vez una mesa de trabajo sobre fútbol femenino, impulsada por la Asociación Nacional de Jugadoras del Fútbol Femenino y que contó con la participación del Ministerio del Trabajo y Previsión Social, el Ministerio del Deporte, el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, la ANFP y el Sindicato de Futbolistas Profesionales de Chile. La instancia –que sesionó durante el segundo semestre de 2020- acordó avanzar en la profesionalización de este deporte, mediante el mejoramiento de la infraestructura, la modificación de reglamentos, el rediseño de programas y la capacitación de futbolistas. Los compromisos, por ahora, aún no han dado grandes resultados.

Quienes más se han resistido a estos cambios, sostiene Iona Rothfeld, han sido los mismos clubes del fútbol chileno. “Aquí hay una responsabilidad de ellos. Esa es la principal barrera, porque no toman medidas concretas y eso responde a una concepción errónea de lo que es el fútbol, que aún establece que es un espacio por y para hombres. Sigue estando muy masculinizado, y es un caldo de cultivo de machismo y misoginia. En la medida que los clubes se vayan sumando y vayan entendiendo que tienen un deber de desarrollar sus equipos de mujeres, tal como lo hacen con los de hombres, la tarea de la profesionalización va a ser más sencilla”, dice. “Muchas de los impedimentos pasan por falta de voluntad de los clubes y prejuicios. Entonces falta que a los equipos y a la ANFP lleguen aires nuevos porque la visión que existe hoy tiene mucho de patriarcado. Los dirigentes ven el fútbol igual que hace 40 años, y no como está hoy; con mujeres que están tomando un rol importante”, manifiesta Myriam Fuentealba.

Para que la situación mejore, movilizar voluntades es casi imposible, dice Grace Lazcano. Por eso, la periodista cree que debe haber políticas institucionales que obliguen a los clubes a tomarse en serio a sus ramas femeninas. “Alguien tiene que dar el primer paso. Es cosa de ver a los clubes que apostaron y les está yendo bien. Creo que quien tiene que golpear la mesa es la ANFP como Federación, aunque lamentablemente está tomada por presidentes hombres. ¿Cómo vamos a esperar que algo cambie si hay gente tomando decisiones por mujeres que no conocen y un deporte que no les interesa? Institucionalmente, se tiene que dar ese paso desde ese directorio obligando a los clubes a que aporten en la profesionalización, porque es la única manera de fomentar la igualdad. Ahora están todos sentados, mirándose las caras, esperando que alguien se pare primero. Y a nadie le importa”.

Más allá de las responsabilidades que se puedan establecer, Iona Rothfeld apunta a una transformación cultural que erradique el pensamiento que asocia el fútbol con lo masculino, para pasar a una idea más transversal e inclusiva. “Hoy, los clubes cumplen con el mínimo de los estándares que se les exige y a veces ni eso. Nosotras tenemos que empezar a trabajar en un cambio de paradigma para que deje de pasar eso y para que se comience a pagar la deuda que hay con el fútbol femenino. Es una reforma cultural, por la que se deben desmitificar las ideas que vienen desde el machismo y la misoginia, y que aluden a la idea que nuestro deporte no merece atención, no vende, o no interesa porque sabemos que eso no es así”, concluye.

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