Investigadora Camila Stipo: “Aprender del feminismo islámico nos hace cuestionar nuestra propia historia”

Esta historiadora se ha dedicado a estudiar el feminismo musulmán. Dice en esta entrevista que estamos cegados por una verdad occidental y en eso las mujeres son un caballito de batalla para todo tipo de finalidad que poco y nada tienen que ver con los derechos de la mujer.




Durante el mes de agosto los ojos estuvieron puestos en Afganistán. Tras 20 años de ocupación, Estados Unidos estaba completando su plan de retirada, finalizando así la guerra más larga del país y una intervención en territorio ajeno que empezó en 2001 y se extendió durante dos décadas. Pero antes de que se retiraran las últimas tropas, los talibanes irrumpieron en el país y se tomaron la capital. La foto que dio vuelta al mundo ese mismo 16 de agosto fue la de un grupo de hombres armados sentados en el palacio presidencial de Kabul. A esa imagen se le sumó la de miles de afganos corriendo desesperados detrás de los aviones que iban despegando, con la esperanza de subirse a alguno y abandonar el país. El relato que nos llegó en este lado del mundo, divulgado en los medios internacionales y en las redes sociales, era el de una población que veía cómo en pocas horas le arrebataban la libertad, una que hasta ese minuto habían logrado consolidar. La narrativa occidental era enfática; los años de ocupación de Estados Unidos habían servido para restablecer y fortalecer la democracia en un país cuya democracia –como la entendemos en estos lados– había sido frágil desde un principio.

Así también ocurrió con el relato que se articuló en occidente respecto a lo que estaban viviendo las mujeres afganas. Las primeras publicaciones virtuales que circularon tras la toma de poder de los talibanes fueron acompañadas del hashtag #todassomosafganas, y el debate no tardó en estallar en torno a la idea de que los derechos que habían adquirido en estos años se desvanecerían de la noche a la mañana. De poder ocupar faldas pasarían nuevamente a estar tapadas con velos y burkas y ya no podrían estudiar o trabajar con la misma facilidad. Todo parecía sugerir que el Islam, como religión, había violentado y oprimido históricamente a las mujeres. Y ahora, el extremo de eso, venía a deponer todos los avances logrados en este último tiempo.

Pero la contra respuesta tampoco se demoró en aparecer. El relato parecía ser muy binario, y lo que muchas activistas quisieron cuestionar fue la noción rígida y poco contextualizada que asociaba el velo a la opresión y la posibilidad de ocupar falda a una mayor libertad. La politóloga musulmana de la Universidad de Buenos Aires, Belén Torchiaro, lo explicó así en sus redes sociales: “La idea no es transmitir que el velo es equivalente a la opresión y que no tener velo es equivalente a libertad. Esa noción corresponde a un orden mental colonizador occidental. Cuando las sociedades violentadas por la colonización responden con más violencia, el cuerpo-territorio femenino siempre está puesto en primer plano de batalla”.

Hace unos días, la historiadora feminista y académica de la Universidad Diego Portales, Hillary Hiner, propuso en el medio argentino Página 12 hacer un ejercicio autocrítico sobre los discursos y las prácticas feministas de la región. Porque en definitiva, como plantea en el artículo, ¿cómo se levanta la voz sin tapar la de las afganas que ahora mismo luchan por su libertad? ¿Y cuáles son las acciones posibles y las estrategias para mantener la alerta solidaria sin reproducir las lógicas coloniales? En otras palabras, sin superponer una manera de activismo considerada la correcta, por sobre otra. O sin predicar que nosotras, desde este lado del mundo, podemos salvarlas a ellas. Casi como si la religión musulmana y el activismo feminista fueran, por naturaleza, excluyentes.

Porque el relato que se configuraba en los medios parecía tener muy claro lo que constituye la libertad, pero una libertad configurada y determinada en otro contexto, bajo el alero de cánones impuestos y reproducidos en el occidente, que establecen que la religión islámica no es compatible con la emancipación de la mujer. ¿Por qué, se preguntaron algunas, se nos estaba haciendo tan fácil caer en una lógica binaria que no tomara en cuenta otros factores tales como la raza, la etnia y la religión? ¿Por qué, al minuto de plantear lo correcto y lo incorrecto, no nos deteníamos a investigar en las intersecciones que hacen de aquella realidad, una muy distinta a la de las mujeres occidentales?

No se trata por ningún motivo de defender un régimen u otro, se trata más bien, como sugiere la historiadora, activista y miembro de Catáloga Colectiva (Instagram: @catalogacolectiva) e investigadora del feminismo musulmán, Camila Stipo, de lo que nosotras, como feministas latinoamericanas –por cierto pertenecientes a una región igualmente colonizada– podemos aprender de la lucha histórica de las mujeres islámicas. Tampoco se trata de llegar e imponer un discurso por sobre otro, como si existiera un feminismo correcto o apropiado y como si el feminismo articulado en occidente, supuestamente libre de ciertas ataduras, fuera el único propulsor de los derechos de la mujer. “El feminismo blanco que dice ‘salvemos a las mujeres en burka’ también cae en lógicas coloniales. Ese mismo feminismo ha justificado invasiones en el Medio Oriente. Desde mi acercamiento, estas situaciones nos deberían servir para reflexionar respecto a nuestras propias limitaciones y también para entender que la lucha de ellas no se trata de nosotras necesariamente. Se trata de que podamos aprender de eso y ver cómo lo aplicamos a nuestra realidad”, explica.

El ejemplo al que recurre con frecuencia es tan evidente que a veces se nos escapa por completo. “¿Por qué cuando nosotras vamos a la playa tenemos que usar una parte de arriba que nos cubre el torso y si no lo hacemos nos arriesgamos a un juicio moral? Eso lo damos por hecho y nos ha parecido normal toda la vida, pero tiene que ver con la posibilidad o falta de posibilidad de decidir sobre nuestros cuerpos. Ahí están nuestras cárceles”, explica. “Por eso, en vez de ponerme a hablar por las feministas musulmanas, cuestiono nuestras propias restricciones. Mi acercamiento a estos temas es desde una pregunta: ¿qué es lo que nos dice a nosotras lo que sucede en Afganistán y cómo nos permite repensarnos?”.

¿Por qué se nos ha hecho tan fácil creer que la narrativa occidental corresponde a ‘libertad’ y la oriental a ‘falta de libertad’?

De repente pasa que podemos ver algo como muy lejano y poco normado para nosotras y por ende lo asociamos automáticamente a la opresión, pero no nos cuestionamos lo que sucede acá. Si lo llevamos al tema del velo, que llega a ser casi un fetiche u obsesión occidental, es raro que no nos preguntemos respecto a nuestras propias restricciones indumentarias. ¿Por qué nos molesta una burka y no nos molesta de igual manera la parte de arriba del bikini? Ese ha sido mi recorrido. No he querido hablar por las feministas islámicas, que han tenido su lucha histórica, más bien me planteo en la medida que nosotras como latinoamericanas podamos cuestionarnos a nosotras mismas y pensar otras formas de entender nuestro cuerpo, nuestras restricciones y nuestra relación con el patriarcado, que ciertamente no es universal y no se expresa en todas partes de igual manera. El velo, por cierto, también es disputado en Medio Oriente; se pueden encontrar mujeres feministas que lo defienden, que argumentan que el Islam no es opresivo y que hay distintas formas de vivirlo, y también mujeres que piensan lo contrario. Se trata de entender eso, que hay matices, distintos discursos en un mismo territorio y que no hay que homogeneizar. De hacerlo, caemos en una lógica igualmente colonial que establece que hay un feminismo correcto o una sola manera de llevar las libertades.

¿Cómo logramos eso si hay un feminismo blanco y mayormente euro-centrista y estadounidense que ha tenido más espacio?

Lo lindo del feminismo es que nos podemos estar cuestionando constantemente, entendemos que tenemos experiencias distintas y que ya no podemos ver a las mujeres como un grupo homogéneo. Entendemos también que las experiencias de las mujeres musulmanas no son iguales a las nuestras, así como también difieren las experiencias de mujeres de clase alta y mujeres de clase baja. Eso no significa que no se pueda llegar a formas de comunidad o trabajo colectivo, pero hay que considerar los distintos factores.

A mí me llamó la atención que en Instagram hubo una ola gigante de mujeres llamando a ‘salvar’ a las afganas, como si fueran las dueñas de la verdad. Pero así mismo también se generó una contra respuesta en la que se veló por la resistencia de las mujeres en Medio Oriente.

Detrás de esos pensamientos quizás está la pregunta: ¿Cómo se articula la posibilidad de autodeterminación tras años de colonización?

La resistencia de las mujeres afganas ha existido siempre y va seguir existiendo, ya sea desde las mujeres que creen que a través del Islam hay formas de encontrar la liberación garantizada desde la revelación divina, y eso puede ser con o sin velo, y otras que van a ver en el Islam una tremenda opresión. Pero de todas formas, no somos nosotras las que vamos a determinar eso.

La mujer en Medio Oriente ha llevado una lucha histórica que muchas veces las ha perjudicado. En las Primaveras Árabes las mujeres estuvieron en la vanguardia de la lucha y después sus derechos fueron sacrificados a favor de otras causas denominadas ‘más urgentes’. Eso también nos ha pasado acá. Son historias que cuando las miramos con detención no son tan lejanas, pero hay un discurso desde el norte, que viene desde la blancura y el privilegio, que nos quiere hacer pensar que las musulmanas están peor, como para que agradezcamos la situación que tenemos acá.

Asimismo, hay mucha desinformación, como cuando se habla de tradiciones que nada tienen que ver con el Islam, y más bien tienen que ver con distintos territorios o tribus, como la mutilación genital femenina. Si uno busca en internet los peores países para ser mujer en el mundo, los que encabezan la lista son países del Medio Oriente, pero si buscamos los países con mayores índices de femicidio, muchos son países Latinoamericanos. ¿Eso no se toma en cuenta al determinar cuáles son los peores países para las mujeres?

Estos discursos polarizan y no permiten ver los matices; lo que hay que hacer es preguntarse ¿por qué ahora nos interesamos en las mujeres de Afganistán? ¿Por qué los talibanes lograron llegar al poder tan rápidamente? Esto no es para justificarlos por ningún motivo, es para preguntarnos que hay detrás.

En el fondo, se armó un discurso racista mediante el cual los musulmanes vienen retratados como bárbaros, cavernícolas que en cierto sentido justificó la invasión de las potencias del norte. Es una reproducción racista que no entiende los matices territoriales de los lugares en cuestión. Estamos cegados por una verdad occidental y en eso las mujeres son un caballito de batalla para todo tipo de finalidad que poco y nada tienen que ver con los derechos de la mujer.

¿Por qué es tan importante la interseccionalidad?

Lo que pienso es que todas las instituciones pueden ser leídas de una forma u otra, dependiente de la experiencia personal de cada una, y ahí viene la interseccionalidad. Podríamos decir que la universidad es una institución patriarcal, pero no por eso podemos decir que al ser universitarias no podemos ser feministas. Si a una mujer el Islam le hace sentido como religión, y si a otra le hace sentido el cristianismo, y no están dispuestas a transar sus derechos como mujer, entonces lo que hay que hacer es trabajar en pos de eso. Seguimos intentando erradicar la espiritualidad pero solo vamos a dejar que personas con intereses patriarcales y capitalistas se la adueñen. Aprender entonces del feminismo islámico nos hace cuestionar nuestra propia historia.

¿Cómo son los feminismos islámicos?

Son plurales, justamente. No es una única unidad. Hay mujeres que luchan por los derechos de las mujeres y van a decir que no son feministas porque ven el feminismo como una lucha occidental, y otras que abiertamente se definen como feministas islámicas, sin dar paso al discurso que plantea que son excluyentes. Sí hay ciertas ideas base como la de encontrar la liberación dentro de la palabra revelada, pero de ahí en adelante hay muchas opciones; están las que se van a acercar al feminismo leyendo las luchas históricas de la mujer musulmana, como un acercamiento historiográfico; otras que van a tener un acercamiento exegético por el cual van a revisar las fuentes del Corán y hacer una lectura con perspectiva de género.

¿Cuáles son esos derechos de la mujer que sí están garantizados en el Islam?

La herencia, el divorcio y algunas incluso podrían argumentar que el aborto, a diferencia del catolicismo que es mucho más estricto al respecto. El Corán además le habla a mujeres y hombres, contrario a la Biblia, lo que no significa que hay que caer en la misma lógica pero hacia el otro lado. Todo esto, igual depende de las interpretaciones, algunas son radicales, como la interpretación del talibán o del wahabismo, y algunas más progresistas y derechamente feministas, como los grupos que se dedican a leer el Corán en clave feminista y garantizar sus derechos a través de la espiritualidad.

¿Cómo establecemos el límite entre lo que sí pasa a ser una violación a los derechos humanos y, por otro lado, lo que simplemente se sale de nuestra visión de mundo?

Los derechos humanos también son una construcción y un consenso. No hay nada inherente, pero se llega a acuerdos dependiendo del lugar y el contexto, y aun así se transgreden siempre, eso hay que tenerlo presente.

Decimos que todos los seres somos libres pero no lo somos, decimos que hay libre tránsito pero no se permite la migración. Por eso el límite tiene que ser transitorio porque en tanto entendemos que es construido, no puede ser estático y para siempre; tiene que moverse dependiendo del contexto, por supuesto con algunas excepciones. Uno puede decir ‘esto es cultural’ pero las mismas personas de ese lugar en cuestión te pueden responder que no están de acuerdo. Son esas personas las que tienen que definir su límite, más allá de ciertos consensos globales que son el desde.

Obviamente nos gustaría que eso nos hiciera a todas más libres y que los derechos de la mujer estuviesen garantizados en todas partes, pero ese es un debate que tienen que dar las mismas mujeres de esos lugares y nosotras también tenemos que dar los nuestros y tener un diálogo constructivo que vaya moviendo ese límite para beneficiarnos a todas. Pero sin llegar a moralizar o adoctrinar con una sola visión. Nosotras también vivimos en un sistema patriarcal de millones de años y tenemos que combatirlo.

También hay que darse cuenta de las propias cárceles y saber que no se trata de venir a predicar sobre las maneras correctas de ejecutar la lucha feminista. Hay millones de estigmas y estereotipos, que definen que en oriente la mujer está oprimida; cuando estuve en Irán todos me preguntaban cómo iba a ir para allá, pero la experiencia fue maravillosa. También hace poco entendí que las mujeres musulmanas tienen que tener su propio discurso y por más que a mí me interese demasiado el tema, no es mi lugar. El acto de salvación desde una postura privilegiada, no es mi enfoque. Porque además a nosotras como latinoamericanas se nos ha hecho eso toda la vida; siempre se nos ha dicho cómo hacer las cosas, como si fuéramos una otredad, que es lo que hoy día le hacemos a las mujeres afganas.

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