La soledad, un estado complejo y subjetivo




Soledad según la Real Academia Española se puede definir como: 1. Circunstancia de estar solo o sin compañía. 2. Sentimiento de tristeza o melancolía que se tiene por la falta, ausencia o muerte de una persona. Podemos observar que en ambos casos habría una causa objetiva y concreta de no estar con compañía, algo que se podría amenguar con la presencia de alguien que compense ese hecho.

Ahora bien, el sentimiento o sensación de soledad se complejiza en psicología, ya que no necesariamente tiene relación con la falta explícita de una persona, sino con una experiencia subjetiva. Un estado derivado de no lograr relaciones personales que satisfagan nuestro deseo o expectativa, esto no depende de tener o no  tener amigos o familiares con nosotros, sino que proviene, como expone la psiquiatra Mariane Rojas,  de un desequilibrio entre lo que nos gustaría tener y lo que en verdad tenemos. Esto se produce debido a un distanciamiento entre las expectativas propias de nuestros vínculos afectivos (concebidas en nuestra mente, según nuestra personalidad, historia, experiencias) y de los vínculos  que efectivamente experimentamos en nuestro cotidiano. En este sentido, muchas veces, las acciones que los demás hagan para que no nos sintamos solos, pueden ser insuficientes, ya que finalmente no terminan satisfaciendo nuestro ideal imaginario.

Hay ciertas etapas del ciclo vital donde este sentimiento puede aparecer más fuerte, por ejemplo: en la adolescencia los jóvenes se alejan de los padres y se acercan a sus pares, y a pesar de estar rodeados de amigos, muchos de ellos dicen experimentar una sensación de soledad aguda; reconocen estar acompañados, pero se sienten incomprendidos y solos, como si no pudieran contar con nadie. Otra etapa es la adultez y específicamente aquellos que comienzan a entrar en la etapa llamada “nido vacío” que es  cuando los hijos e hijas comienzan a irse de casa y centrarse en sus propios proyectos; en la tercera edad hay una constante evaluación de todo lo realizado, comienza a aparecer el duelo por pérdidas tanto de habilidades físicas y cognitivas como personales, así también la experiencia real de no estar acompañado.

A esto se suma la sensación de vergüenza de tener este sentimiento, de no poder compartirlo, de no poder explicarlo, sentirse juzgado e incomprendido en este vacío existencial. Apareciendo un dolor psicológico sintiéndose rechazado, no querido, excluido o humillado, causando experiencias emocionales dolorosas que crean una realidad mental que puede no coincidir con la realidad social objetiva, pero sin embargo, es la vivencia interna que se experimenta. En ciertas ocasiones esta herida se trata de sanar, a veces, con adicciones, comportamientos erráticos, relaciones tóxicas, autolesiones, terminando en patologías psiquiátricas graves.

El dolor sufrido en soledad es mucho más profundo y grande que cuando se vive en compañía. Por esta razón, es importante estar atentos a nuestros seres queridos y observar si pueden estar vivenciando una experiencia de soledad que no necesariamente sea objetiva para nosotros, debemos estar atentos a cambios de humor, actitudes de aislamiento, frases desesperanzadoras, aletargamiento o tristeza, entre otras. A  pesar de vivir en la era donde la “conexión” podría ser pensada como la salvadora del sentimiento de soledad, esta sensación es el mal de nuestros tiempos, afecta a la felicidad de las personas incluso más que la salud física,  como expone el analista jefe del Instituto de la Felicidad de Copenhague, Alejandro Cencerrado.

La doctora Naomi Eisenberger en un estudio del año 2016 demostró cómo se reduce la actividad  cerebral en los centros neuronales que impactan en los circuitos del  estrés y  la amenaza cuando se participa de  la experiencia de ayudar a otros. Basándose en estos estudios y otros de la Universidad de Los Ángeles, la  psiquiatra Mariane Rojas expone ciertas pautas para combatir la soledad, si bien no son una receta mágica, nos hacen pensar y tenerlas presentes, no solamente para momento en donde nos sintamos solos y tengamos la capacidad de pelear contra esa sensación profunda, sino también para poder apoyar y acompañar a quién pudiera estar vivenciando este tipo de  experiencia.

  • A pesar de saber que objetivamente no estamos solos, no juzgarse si aparece este sentimiento ni avergonzarse por ello; sino buscar ayuda y compañía. En esta misma línea, no racionalizar el sentimiento de soledad de otros, sino estar para y con ellos.
  • Cuida mucho a las personas de tu entorno. Cuidar implica preguntar de vez en cuando a aquellos con quienes convivas sobre sus preocupaciones, sus miedos y sus vidas. Que sientan que pueden contar contigo.
  • Si hay personas importantes en tu vida con las que no puedas tratar físicamente, están lejos o no las vez frecuentemente, procura llamarlas y generar encuentros, aunque sea por video llamadas.
  • Abraza mucho. Si bien, la pandemia lo impidió y lo sigue haciendo, se debe tratar de recuperar este hábito tan sano. Si se vive con niños, abrazarlos con frecuencia. Esos contactos físicos mejoran el sistema inmune y su desarrollo cognitivo, produciendo aumento de la hormona de la oxitocina (generando calma, serenidad y empatía. Al aumentar sus niveles tendemos a estar más atentos y disponibles para la generosidad, impactando positivamente al desarrollo de vínculos afectivos sanos)
  • Evitar las pantallas y entrar en modo offline de vez en cuando. Las cosas buenas suceden en la vida real, la virtual se basa en gratificaciones instantáneas.
  • ¡Ser amable! Una persona amable busca hacer la vida más agradable a la gente de su entorno. ¡El amable es el que se deja amar! Sin este componente, las relaciones humanas son difíciles y complicadas de gestionar. Las mejores relaciones son aquellas donde nos sentimos apoyados por otros y viceversa. Debemos entender que nadie es perfecto, pero nos aceptamos con las limitaciones propias de cada uno, con el trato más amable posible. Desde la amabilidad y la compasión (la oxitocina juega un papel fundamental) podemos perdonar y sanar muchas de las heridas que se forman en el ser humano.
  • Participa de trabajos solidarios y voluntarios. Permite el contacto con otras personas, salir de los propios problemas mirando y conectando con otros; aparece la sensación de gratificación, compasión y sentirse competente.

Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel

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