Mis papás son sordomudos: “Existe esa idea de que las personas con discapacidad hacen una vida distinta, como si no tuvieran el derecho a ser padres”




“No recuerdo cuándo me di cuenta de que mis papás eran sordomudos porque para mí siempre se trató de algo normal. Quizás fue en el colegio, cuando mis compañeros me empezaron a preguntar por qué mis papás no hablaban, recién ahí me di cuenta de que eran distintos al resto, pero si nadie me hubiese dicho nada, yo no me habría dado cuenta de esa diferencia.

También tuvo que ver con que el circuito de mi papá y mi mamá era de personas sordomudas. Ellos se conocieron en una congregación en la que se reúnen personas con esta condición y yo crecí ahí entre medio. Mi mamá de hecho era la tesorera y mi papá el presidente. Bueno, y todos los otros, aunque no eran mis tíos directos, eran como mi familia. Pasé tanto tiempo con ellas y ellos, que no recuerdo si primero aprendí a hablar en lengua de señas o en español. Pero crecí siendo “bilingüe”, mis papás me enseñaron un idioma y el otro mis abuelos, con los que viví un largo tiempo.

La verdad es que para mí, ser hijo de personas sordomudas, es algo demasiado natural, aunque entiendo que para algunas personas pueda ser algo fuera de lo común. Me doy cuenta porque a veces se sorprenden cuando se enteran. Y es que existe esa idea de que las personas con discapacidad hacen una vida distinta, como si no tuvieran el derecho a ser padres, pero nada que ver. Muchos tienen hijos y se hacen cargo de ellos sin ningún problema, como mis papás, que para mí son unos súper papás.

Y es tan común la vida que hacen, que incluso son buenos para las fiestas. Me acuerdo cuando era chico e íbamos al club, mis papás y sus amigos se juntaban y bailaban. Hacían unos carteles con el nombre del ritmo, por ejemplo cumbia, salsa o lo que tocara, y todos seguían ese ritmo. Ahí adentro era como un pequeño mundo, o más bien, como un gran mundo. Pero uno perfecto para mis ojos de niño.

Mi papá además trabajaba fuera de la casa. Su padre murió cuando él era chico, así que no le quedó otra que trabajar para ayudar a su mamá. Así fue como se especializó en cueros, era modelador de zapatos, un muy buen artesano y trabajó durante muchos años en eso, cuando aún existía la fábrica chilena. Y era tan detallista, que todo el mundo valoraba su trabajo. Nunca nos faltó nada gracias a eso. Mi mamá, por su parte, estaba en la casa, pero ella sabía coser y hacía unas cosas muy lindas también. Ella se dedicó a nosotros con mi hermano, como tantas otras mujeres, y con ella al final creamos un lenguaje especial, uno propio. Desde que nací nos comunicamos perfectamente. Por eso, si me preguntan, siempre digo que fui un niño feliz y nunca me sentí ni más ni menos porque mis papás eran sordomudos.

Obvio que también depende de la red y el entorno en el que una persona sordomuda crece. Sé que si mis padres no hubiesen recibido el cariño y el estímulo que tuvieron, quizás las cosas hubiesen sido distintas. Pero como ocurre con cualquier persona. Porque además ellos desarrollan otros sentidos, como el olfato; mi mamá es fanática de los perfumes. Pero también la habilidad de la percepción. Es raro, pero mi mamá, sin escuchar, siempre sabe todo lo que pasa a su alrededor. Entiende todo perfectamente.

Si tuviera que decirles algo a mis papás, les diría gracias, porque hicieron que mi vida fuese tan feliz como la de cualquier niña o niño”.

Marcelo Mardones Hormazabal (49).

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