Muerte a la tribu única: La generación que se caracteriza por no tener categorías




Un adolescente termina el colegio, elige de manera cautelosa su carrera porque sabe que a eso se va a dedicar por el resto de su vida, luego se titula y busca trabajo de inmediato. Cuando lo encuentra, aspira a quedarse lo que más pueda. Esa es la oportunidad para desarrollarse a nivel profesional y ahí también va configurando su identidad personal; lo que hace lo define y destina su energía a eso. Al poco rato –si tiene suerte incluso antes de haber encontrado trabajo– se empareja, se casa y forma familia. Una vez y ojalá para siempre. Porque si su vida no se da más o menos de esa manera –considerando un pequeño margen de error–, no es únicamente su reputación la que se ve afectada; el fracaso es de toda la familia.

La historia, que no le corresponde a nadie en particular, nos suena lejana y a la vez muy conocida. Puede que haya sido la de nuestros padres, la de nuestros abuelos o incluso que alguno de nosotros la haya vivido. Pero no en esta época. Porque la juventud reflejada en esa historia pertenece a otros tiempos, en los que la estabilidad y la constancia, ojalá lo más duradera posible, eran sinónimos de estatus y valor. Tiempos en los que predominaba, como explica la Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Carolina Franch, la lógica del ‘una vez y para toda la vida’.

Y es que los que no pertenecen a la generación de jóvenes de hoy en día fueron socializados bajo la noción de que todo duraría, efectivamente, para siempre. En la ausencia del cambio estaba el valor, y por ende ven con cierta distancia una realidad en la que son justamente el cambio y la multiplicidad los que adquieren mayor valor. “Nosotros elegíamos pensando en que la elección sería de por vida, y bajo la hegemonía del adultocentrismo, que planteaba que lo más valioso –y por ende la meta– era llegar a la estabilidad propia de la adultez. En ese sentido, la juventud era solamente una etapa de tránsito y todo lo que hacíamos era en función de eso; alcanzar una constancia porque era lo que proporcionaba estatus y reconocimiento. Los amigos eran los del colegio, el médico de cabecera era el de toda la vida y el matrimonio era para siempre”, explica Franch. “Lo que está en juego en los jóvenes de hoy es el cambio, la transformación, el probar, el ensayo y el error”.

Ensayo y error

En enero del año pasado la revista británica Dazed realizó un estudio longitudinal para el cual entrevistaron a más de 3500 lectores pertenecientes a la generación Y, también conocida como Milénica, y a la generación Z (nacidos después del 1995). Los resultados fueron publicados en un informe titulado The Era of Monomass, que postula que vivimos en una época en la que el hiperindividualismo y las tendencias en masa coexisten de manera armónica, y en el que se da cuenta de cómo es la cultura juvenil actual y cuáles son los factores que inciden en la configuración identitaria de este segmento de la población.

Si bien el estudio recurre a generalizaciones y da cuenta de juventudes que están transitando por esa etapa en un mundo occidental y desarrollado, en él se develan ciertas tendencias. Una de ellas es que los jóvenes se definen a partir de sus intereses, entre los que predominan el estilo y la música. Un 60% de ellos está mayormente preocupado de la igualdad de raza, de género, de los derechos de la comunidad LGBTQ+ y de temas medioambientales, y esto incide de manera directa en sus comportamientos de consumo. Pero más que eso, lo que se devela en el informe es que con mayor acceso a todos los aspectos de la cultura, la noción misma de la identidad ha cambiado para transformarse en una mucho menos rígida y mucho más fluida, y esto se refleja en cómo han ido desarrollando su identidad y orientación sexual, pero también en la manera en la que trabajan y viven el día a día; si los millennials fueron la primera generación en romper con la idea de que se tenía que tener una carrera y una fuente de ingreso estable (según un estudio publicado por Henley Business School en el 2018, el 37% de ellos tiene un negocio secundario), la generación Z lo llevó aun más lejos y se posicionó como el segmento cuyas barreras entre lo laboral y los intereses personales casi no existen.

Como explica Franch, en las juventudes de hoy –y hay que hablar de juventudes porque no existe una y en esa diversidad inciden factores como la raza, la clase social, el lugar geográfico y la diferencia de edad que tienen con sus padres– rompen con las definiciones identitarias hegemónicas y únicas. Pueden ser trabajadores, madres, padres, y tener múltiples intereses, pasiones y fuentes de ingreso. Pueden haber estudiado una carrera y luego dedicarse a otra que sea más rentable. Y esa flexibilidad mental tiene que ver, según la especialista, con el ensayo y el error, que en sociedades occidentales solamente le corresponde a esa etapa de la vida.

“Se han democratizado los saberes, los gustos y los hobbies, y ya no tiene cabida una lógica en la que se está en una única empresa durante toda la vida. Eso ya no tiene valor porque significa que no hubo desafíos y no hay capacidad de adaptación. Es curioso lo que se da ahora, porque por un lado, mientras más cosas hagas, más compras y más consumidor te haces. Pero por otro lado, está la posibilidad de decir ‘yo quiero saber quién soy y en esa búsqueda no me puede determinar ni el lugar donde nací, ni mi religión’. Por eso los jóvenes de hoy pueden practicar yoga, ser emo, y escuchar un grupo de K pop. Porque necesitan saber qué lugares les genera mayor resonancia y están ávidos por descubrirlo por su propia cuenta. Y para eso, tienen que vivir esas experiencias”, explica. “El error además, ya no está tan socialmente condenado”.

Es también una etapa que se caracteriza por una pérdida de la noción del riesgo y el miedo. “Los jóvenes en general se sienten invencibles y por eso, el deseo por la exploración se ve menos impedido. Es distinto haber vivido la dictadura que haber nacido después de eso. También es distinto haber nacido después de una Convención del Niño (ratificada en Chile en 1989) que plantea que el niño es sujeto de derechos, a haber pasado toda tu infancia sin tener eso claro”.

Es también por eso que, contrario a generaciones anteriores, la posibilidad de tener múltiples identidades no se ve como una falta de identidad. Esa sensación encuentra su origen en la lógica previa del adultocentrismo y la estabilidad como única meta a cumplir. Por lo contrario, como explica Franch, ahora los jóvenes no se definen de una única manera y tampoco se identifican con un único grupo. “Es un atributo poder tener múltiples identidades y querer ser esto, lo otro y más. Puede haber una feminista que escucha trap con letras poco feministas. Son mensajes contradictorios, pero se pueden vivenciar porque ninguno definen del todo. Después hay personas que al adquirir mayor consciencia van revisando esas contradicciones. Pero en general, existe una capacidad de transitar entre una identidad y otra sin catalogarse de manera absoluta”, explica la especialista.

Identidades fluidas

En The Era of Monomass se plantea que las juventudes de ahora fluctúan fácilmente entre distintos grupos de interés. Si antes las juventudes se afiliaban a una única tribu o subcultura, y esa adquiría un rol fundamental en su proceso de configuración identitaria, los gustos actuales son complejos y para saciarlos la búsqueda es mucho más amplia. No existe hoy la premisa de que una tribu define a la persona, sino que varias. Como plantea el estudio; “la generación Z rechaza estos viejos significantes de identidad y da paso a una identidad mucho más amorfa”.

La psicóloga clínica especialista en diversidad, Juliana Rodríguez, explica que la configuración identitaria de los jóvenes gira en torno al cuestionamiento de identidades que se plantean homogéneas y absolutas. “Se cuestionan las formas rígidas y las estructuras, y por lo mismo la tendencia es a no tener tanta palabra y a ser más fluidos; a poder ir identificándose como personas flexibles en contextos distintos y a dar fin a lo binario”.

Como señala la especialista, no todo es blanco y negro. “Con respecto a la identidad y orientación sexual y de género, no existen solamente hombres y mujeres; lo femenino y lo masculino; la heterosexualidad y la homosexualidad. Hay millones de matices y desde ahí surgen las disidencias sexuales y de género que vienen a reivindicar palabras, prácticas y colores, y a validar las diferencias”. Y en eso, no es que haya desaparecido el miedo –la necesidad y presión por encasillar sigue existiendo–, pero también hay mayor consciencia respecto a la capacidad de lo colectivo, de lo que se puede lograr en comunidad. “La identidad es individual pero también hay una colectiva que se puede hacer escuchar mejor”, reflexiona Rodríguez.

Los jóvenes como impulsores de cambios sociales y culturales

El psicólogo y director del Centro de Estudios en Psicología Clínica de la Universidad Diego Portales, Claudio Martínez, explica que los cambios culturales y sociales siempre vienen de la mano de la juventud. No es que necesariamente se concreticen a partir de los jóvenes, pero sí se movilizan desde sus inquietudes. “Lo hemos visto en la política y en el ámbito de la diversidad sexual y de género. Sin la concretización del aparataje institucional, eso queda como una rareza de la juventud, pero en la medida que eso va siendo recogido y se va instaurando en el lenguaje social y cultural, se van construyendo realidades distintas”.

Como explica Rodríguez, las juventudes son aquellas voces que nos mantienen cuestionándonos y atentos al cambio. “Hay una presión desde los adultos para que los jóvenes se expliquen y se den a entender, por eso siempre ha habido una exigencia por ponerle un nombre a lo que les pasa, a tener que definirse. Pero eso ya no es tan así”.

Y es que en los últimos diez años, como explica Claudio Martínez, las juventudes han transitado hacia identidades más abierta, libres y menos encasillables en todo sentido. “En el ámbito de la sexualidad y el género, se ha dado paso a una sexualidad fluida desde el punto de vista hacia donde orientan y motivan su deseo, pero también desde su propia identidad sexual. Se asume el género como una construcción social que puede ser vivida de una forma menos categórica. De ahí que surja con tanta facilidad el lenguaje neutro. Eso empuja al mundo académico y al mundo social”.

Como explica la psicóloga clínica y forense especialista en género, Guila Sosman, esto no implica una problemática para la juventud; “no necesitan definir su identidad de una manera tan cerrada, porque fluyen y son dinámicos, a tal nivel que la identidad no está preestablecida”. Es eso, quizás, lo que más define a la juventud actual. “Esta es una generación que se determina por el movimiento”, concluye Franch.

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