Afrofeminismos: Una trenza de raza, clase y género

Diversas mujeres han interpelado al feminismo blanco por no representar la diversidad racial y hegemonizar la lucha en torno a un cuerpo que se percibe como blanco y privilegiado. Actualmente en Chile existe la Red de mujeres Afrodiaspóricas y Negrocéntricxs, entre otras agrupaciones afrofeministas, quienes luchan por la visibilización de la afro descendencia, afirmando que raza, clase y género atraviesan nuestros cuerpos al mismo tiempo, apelando a la interseccionalidad para posicionar su discurso.




La cuenta de instagram del colectivo afrofeminista chileno @Negrocentricxs, publicó una recopilación de casos que han resultado en la muerte de personas negras, a propósito de la muerte de George Floyd en Estados Unidos. El post, con más de 31 mil likes a la fecha, menciona, entre otros, la muerte de las haitianas Rebeca Pierre, quien falleció en la vía pública luego de ser dada de alta en el Hospital Félix Bulnes, y Joane Florvil, acusada y detenida por abandonar a su hijo, fallecida un mes después por reiterados golpes en su cabeza.

Paola Palacios, afrofeminista y parte de Negrocéntricxs, comenta que como grupo quisieron visbilizar el racismo que hay en Chile, que muchas veces la gente prefiere no ver. “En las últimas semanas muchas personas han salido a condenar la muerte de George Floyd, pero en su cotidiano no están dispuestas a darle trabajo a gente negra, tratan a las mujeres negras de prostitutas o no se sientan al lado de una en el Metro o en la micro, reproducción evidente de la estructura racista”, dice.

Paola es colombiana y lleva cuatro años en Chile. Cuando llegó, se dio cuenta de que en nuestro país habitar una corporalidad negra era un tema. “Me vi envuelta en situaciones que no eran comprensibles. En el trabajo, por ejemplo, me tocaba atender público y había personas que no se querían atender conmigo porque no se atendían con gente negra”, recuerda.

Paola comenzó a sufrir ataques de pánico en lugares públicos, “porque tenía miedo a ser atacada en la calle. Esto me llevó a sentir la necesidad de buscar a mujeres que tuvieran las mismas vivencias que yo. En ese contexto llegué a un evento de mujeres negras y conocí a otras personas que habitaban mi corporalidad y que entendían lo que me estaba pasando. Ahí decidimos generar u n colectivo para darnos soporte y ayudarnos entre nosotras”, cuenta Paola.

Lo afro como lo extranjero

El aumento de la percepción de diversidad étnica entre los chilenos y chilenas se relaciona a la intensificación de la inmigración en nuestro país durante los últimos cinco años. El informe Estimación de personas extranjeras residentes en Chile, realizado por el INE y el Departamento de Extranjería y Migración en 2018, da cuenta de esta realidad. La comunidad haitiana en particular ha tenido un alzamiento en el periodo, ocupando el tercer lugar dentro de las comunidades de inmigrantes más numerosas (el primer lugar es de Venezuela y el segundo de Perú), representando el 14,3% del total de personas extranjeras.

De hecho, el último Informe anual del INDH, de 2018, en su capítulo sobre discriminación racial, muestra que un 71,3% se muestra de acuerdo con la afirmación “Con la llegada de inmigrantes a Chile hay mayor mezcla de razas” y que un tercio de la población chilena considera que los chilenos somos “más blancos que otras personas de países latinoamericanos”. La relevancia dada al concepto de raza tendría como efecto acentuar discursos y comportamiento hostiles, “en particular a quienes tienen rasgos afrodescendientes o indígenas, partiendo de un supuesto de la superioridad racial chilena”.

La extranjerización de la negritud sería uno de los cimientos sobre los que opera el racismo en Chile. María Francisca Medina, estudiante de psicología e integrande de la Red de Mujeres Afrodiaspóricas, lleva dos años en un proceso de reconocimiento y reivindicación de sus raíces afro, lo que la ha llevado a autodenominarse como afrochilena. “Para mí esto fue un largo proceso de búsqueda identitaria, porque pese a que nací en Chile, nunca me sentí parte de esta comunidad. Mi entorno era blanco y yo era la única con rulos y piel negra. Además, siempre se me señaló que físicamente no parecía chilena”, cuenta María Francisca.

Su pelo, uno de sus rasgos más visibles de negritud, le significaron una lucha, pero también el camino a la reivindicación de sus raíces. “Mi mamá es blanca-mestiza y siempre luchó con mi pelo, me lo cortaba para no tener que peinármelo. Hasta que en un momento le dije: no más. En ese momento yo tampoco sabía cuidármelo, así que me hacía un tomate con mucho gel, que finalmente era otra manera de ocultar esa característica que me hacía diferente”, cuenta María Francisca.

Actualmente su pelo es su forma de afirmar su ascendecia. “Soltármelo no fue de un día para otro. Mi cabellera significa resistencia, es una forma de decir aquí estoy, soy diferente, mis ancestras son negras”, dice María Francisca. Además, integra una comparsa de tumbe, danza afrochilena que reproduce movimientos de la cosecha de aceitunas de los valles del norte, y ha cambiado la forma en que se refiere a la trata esclavista. “Ahora hablo de que las personas fueron esclavizadas, no que eran esclavas. Eso me posiciona políticamente frente a esa historia”.

Interseccionalidad

Los colectivos de mujeres afrodescendientes en Chile trabajan en pos de visibilizar la afrochilenidad y, como feministas, se posicionan desde la vereda del afrofeminismo para hablar de la particularidad de la opresión y discriminación que vive la mujer afrodescendiente.

El estudio Mujeres migrantes en Chile, de 2019, realizado por la Asociación chilena de municipalidades (Amuch), da cuenta de la particularidad de la discriminación que viven las inmigrantes y afrodescendientes, proponiendo un abordaje interseccional. Esto porque los criterios de universalidad entorpecen la representación de realidades diversas, “lo que significa la marginación de demandas y necesidades de mujeres pobres, inmigrantes, disidentes sexuales, pueblos indígenas y afrodescendientes”.

Algo que denuncian las afrofeministas es cómo sus corporalidades ocupan estereotípicamente el lugar de trabajadoras domésticas y sexuales. “La cultura no permite que las mujeres, pese a que tengan preparación y se puedan desempeñar en sus áreas, lo que tiene que ver con que la estructura racista les da un lugar específico a las personas con corporalidades negras”, comenta Palacios.

El estudio de Amuch entrega datos sobre esta realidad, indicando que las trabajadoras migrantes en América Latina y el Caribe acceden mayoritariamente al trabajo doméstico, con un 35,3% del total versus un 2,6% de los trabajadores migrantes hombres, de acuerdo a datos de la OIT. Además del trabajo doméstico, las mujeres migrantes acceden a trabajos donde son sexualizadas y erotizadas, es decir, “trabajo en cafés con piernas, en cabaret o en la prostitución, entre otras”. La discriminación racial estaría vinculada a un estereotipo de género, naturalizando el trabajo sexual en ellas, realidad que vivirían principalmente mujeres haitianas y colombianas.

Según plantean, el feminismo blanco tendría la dificultad de abordar esta gama de realidades que viven las mujeres de piel oscura. Y ahí lo blanco no estaría asociado solo al individuo que reproduce el discurso, sino a su origen, construido en base a referencias blancas y europeas. “En Chile el feminismo sigue siendo muy académico, es cosa de ver desde dónde surge el auge del movimiento feminista en los últimos años, que fue en las universidades”, dice María Francisca Medina. “Y el trabajo siempre se queda entre las mujeres que son más privilegiadas, sin dificultades económicas y con acceso a la educación”.

Mientras el feminismo blanco relevaría principalmente el género, el afrofeminismo aportaría las variantes de raza y de clase. “El afrofeminismo se fundamenta en la idea de que la raza, la clase y el género pasan por nuestras corporalidades, al mismo tiempo. Nuestro aporte es dar cuenta de que estos elementos deben estar intersectados siempre, y como afrofeministas nos vamos a posicionar desde ese entramado”, explica Palacios.

Algunos hitos sobre la aparición de lo que se ha llamado “Feminismos de la diferencia”, son la publicación en 1981 de This bridge called my back, una antología de textos de mujeres afroamericanas, latinas, asiáticas e indígenas en Estados Unidos, editado por las chicanas Gloria Anzalúa y Cherríe Moraga, que produjo un cambio en la conciencia feminista. Teresa de Lauretis dice en Las tecnologías del género (1989) que estos textos permitieron visibilizar “las posiciones políticas de las feministas de color y sus críticas al feminismo blanco, que es la corriente principal”.

Mujeres, raza y clase, de Angela Davis, publicado también en 1981, plantea la particularidad de las reivindicaciones de las mujeres negras. Y es que según plantea la autora, su lugar en la esclavitud las habría vinculado tempranamente al mundo del trabajo, donde su género no era relevante a menos que fueran víctimas del castigo de la violación, dejándolas en una vereda distinta de sus pares blancas, quienes vestían el modelo de la feminidad que enfatizaba su papel de madres y educadoras. Aun así, Davis señala que fueron ellas quienes primero se plegaron a la lucha abolicionista donde, para posicionar su discurso, debieron también luchar contra la opresión política que sufrían en tanto ser mujeres.

Audre Lorde, poeta negra y lesbiana, señala en La hermana, la extranjera (1984) que “el feminismo negro no es el feminismo blanco con rostro negro”, y ve ahí la necesidad de definirse a partir de su diferencia para romper el silencio, ya que “la visibilidad que nos hace vulnerables es también nuestra principal fuente de poder”.

En este sentido, es importante señalar que el feminismo afro tiene relación directa con la diáspora de las comunidades negras y la esclavización, mientras el feminismo blanco surgiría vinculado a la reivindicación de la mujer como sujeto político. “El feminismo que planteamos nosotras tiene que ver con la diáspora afrodescendiente y con la reivindicación y el orgullo de esa herencia”, dice Paola Palacios. María Medina agrega que la tensión con lo blanco se relaciona a cómo incorporar otras corporalidades dentro del feminismo, “en relación a la raza y sobre todo a la negritud. Hay muchas luchas, y la nuestra es relevar el tema de la raza dentro del feminismo”, dice.

En ese sentido, y más recientemente, la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie habla de la necesidad de producir diversidad de relatos en El peligro de la historia única, de 2009. Ngozi dice que los relatos únicos producen estereotipos que, como tales, son incompletos, y que anclan a los personajes de dichos relatos a esas historias, haciendo que la posibilidad de parecernos sea imposible.

Para pensar la forma en que el racismo recae sobre las mujeres, Moya Bailey, académica negra norteamericana, propuso en 2010 el término misoginoir, que combinaba las palabras misoginia y noir, que significa negro en francés. Misoginoir describiría cómo las mujeres negras son vistas y tratadas socialmente en vista de su raza y su género. “Se trata de crear claridades. Una vez que eres capaz de nombrar tu opresión, eres más capaz de hacerle frente”, dijo Bailey en una entrevista.

“Hemos visto y hemos notado que las mujeres afrodescendientes siempre sintieron que eran las únicas en sus espacios, y eso afecta la psiquis, el amor propio, produce que quieras seguir los modelos eurocéntricos de belleza”, explica Palacios. “Al formar comunidad queremos reivindicar lo nuestro y compartir nuestras experiencias, porque es desde ahí donde más se aprende”.

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