
Alimentación intuitiva: ¿para todas?
No basta con decir “escucha a tu cuerpo”. Para muchas personas, hacerlo no es fácil, ni seguro, ni siquiera posible. La alimentación intuitiva también requiere contexto, acompañamiento y ciertas adaptaciones.

Durante años, la cultura de dietas ha marcado profundamente nuestra relación con la comida y con nuestros cuerpos. Desde las recomendaciones rígidas en consultas nutricionales —como el clásico “una rebanada de pan integral con quesillo y mermelada light al desayuno”— hasta los comentarios bienintencionados pero llenos de juicio como “come menos, es por tu salud”.
La mirada externa sobre lo que comemos y cómo nos vemos ha sido protagonista, mientras que nuestras señales internas —hambre, saciedad, deseo, cansancio— han sido constantemente ignoradas.
Como respuesta a este modelo, en los años 90 las nutricionistas estadounidenses Evelyn Tribole y Elyse Resch propusieron un enfoque radicalmente distinto: la alimentación intuitiva. Desde entonces, numerosos estudios han demostrado sus beneficios para la salud mental, la autorregulación alimentaria y el bienestar general.
Pero hay algo que debemos dejar claro desde el inicio: la alimentación intuitiva no es una estrategia para bajar de peso. Su objetivo es sanar la relación con la comida y con el cuerpo, priorizando la conexión interna por sobre el control externo. No se trata de “comer cualquier cosa a cualquier hora” de “forma impulsiva”, sino de reconectar con nuestras propias señales corporales con respeto, conciencia y compasión. Es un proceso que busca reparar años de restricción, exigencia y presión estética.
Ahora bien, frente a una propuesta tan necesaria como transformadora, surge una pregunta incómoda, pero crucial: ¿todas las personas pueden alimentarse intuitivamente tal y como se plantea?
La respuesta —aunque incomode— es no.
Hablar de alimentación intuitiva en el ámbito de la salud es un gran paso. Sin embargo, si nos quedamos solo en frases inspiradoras que circulan en redes sociales, corremos el riesgo de trivializar un proceso complejo. Este enfoque requiere herramientas clínicas, mirada crítica y, sobre todo, capacidad de adaptación.
No todas las personas tienen las condiciones físicas, emocionales, sociales o económicas para reconectar con su cuerpo. Para muchas, escuchar lo que su cuerpo dice no es fácil, ni accesible, ni seguro. Es, en realidad, un privilegio.
Por ejemplo, quienes viven con estrés o ansiedad crónica suelen tener su sistema nervioso en modo de alerta constante. En ese estado, el cuerpo prioriza la supervivencia y deja de registrar señales básicas como el hambre o el cansancio.
En personas que enfrentan un trastorno de la conducta alimentaria, aprender a ignorar el hambre, la saciedad o el dolor se vuelve una forma de control. Volver a sentir esas señales puede ser aterrador, porque habitar el cuerpo se asocia al sufrimiento.
Algo similar ocurre con quienes viven con dolor crónico u otras condiciones médicas: cuando el cuerpo duele todo el tiempo, es comprensible que se genere una desconexión protectora con las propias sensaciones.
En el caso de personas autistas, pueden surgir desafíos específicos: dificultad para identificar el hambre o la saciedad; hipersensibilidad sensorial que limita los alimentos tolerados; y la necesidad de rutinas estructuradas que, lejos de ser obsesiones, son formas de regulación. Una pauta rígida con porciones es completamente violenta, ya que fomenta la rigidez mental; sin embargo, la falta total de estructura también puede resultar desreguladora. Decir simplemente “escucha a tu cuerpo” puede ser confuso, frustrante o directamente inviable en estos casos.
También en personas con TDAH aparecen barreras: olvido de comer, hiperfocalización, impulsividad o dificultad para registrar señales corporales. En estos casos, la ausencia de rutinas establecidas bajo el nombre de “alimentación intuitiva” puede ser incluso contraproducente.
Y la lista sigue. Porque la realidad de cada persona es única, atravesada por factores económicos, sociales, culturales y geográficos que influyen en cómo nos relacionamos con el cuerpo y la comida.
El problema no es la alimentación intuitiva, sino pensar que puede aplicarse de la misma manera para todas las personas.
Esto exige una práctica clínica que no repita frases bonitas como mantras, sino que se detenga a observar, escuche activamente y proponga estrategias que realmente hagan sentido. Implica reconocer que lo que funciona en algunos cuerpos y contextos, puede no ser útil —ni seguro— en otros, ya que los escenarios y contextos son infinitos.
Como profesionales de la salud, tenemos la responsabilidad de ir más allá del discurso inspirador.
No basta con decir que “todas podemos comer intuitivamente” sin preguntarnos cómo, cuándo, con qué apoyos, en qué condiciones y con qué historia detrás.
Nuestros pacientes merecen más que buenas intenciones. Merecen acompañamiento ético, sensible y realista. Merecen profesionales que sepan acompañar procesos humanos, diversos y complejos.
__
* Carolina es Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
3.