Anatomía de un manipulador




Cuando en 2018 Netflix estrenó la serie You –la trama muestra a un gerente de librería y asesino en serie de Nueva York que se enamora de una cliente llamada Guinevere Beck y rápidamente desarrolla una obsesión extrema, tóxica y delirante– varios críticos elogiaron la serie destacando su tono misterioso y su enfoque aterrador de los temas de violencia y acecho. Algunos resaltaron la capacidad del director de retratar la visión atractiva pero inquietante de la mente y el perfil de un psicópata, que manipula con encanto su camino a través de su carisma de antihéroe, sus motivos y su sentido retorcido de moralidad, para convencer a la audiencia de “simpatizar con él”.

Porque esa es la principal característica de los manipuladores, son lobos con piel de oveja que suelen presentarse de manera amigable y encantadora pero que tras esas cualidades esconden el deseo de colonizar la mente de quien tienen enfrente. No todos llegan al extremo psicópata del protagonista de You, pero de alguna manera, siguen el mismo patrón. “Hay distintas personalidades, pero no creo que un hombre necesariamente deba tener una patología para ser manipulador y agresivo con su pareja. Porque no siempre se trata de un problema individual. En violencia de género, lo correcto sería hablar de un fenómeno psicosocial”, explica María Ignacia Veas, psicóloga y Coordinadora del área de salud psicosocial de Miles Chile.

Según la especialista, por lo general los hombres agresores tienen rasgos narcisistas y sociópatas, pero el principal componente de su personalidad es el tratar de doblegar la voluntad de la otra persona, de anularla usando estrategias que debiliten emocionalmente. Y para hacerlo es fundamental conocer muy bien al otro. “Los hombres logran manipular cuando pueden detectar por dónde hacerlo. Si un hombre le dice a su mujer –por ejemplo– que es tonta y ella no se siente tonta, lo más probable es que eso no le afecte. Pero si ese hombre conoce sus temores o su historia de infancia, va a saber por dónde entrar para hacerla sentir mal. Así entonces, si la mujer es insegura respecto de sus capacidades intelectuales y le dicen constantemente que es tonta, eso va a hacer que esa mujer confíe en esa hipótesis sobre sí misma y eso, a su vez, va a mermar en su seguridad y en la capacidad que tiene que decidir de forma autónoma”, dice Veas.

Se esconden tras una buena intención

Aquí entra la frase tan típica “con todo lo que he hecho por ti y así me respondes”. Y es que en su necesidad de tener siempre la razón o de ganarse a la otra persona para que cumpla con lo que él quiere, el manipulador esconde sus intenciones bajo acciones bien intencionadas. Veas explica que en una sociedad machista y patriarcal el mandato que tenemos las mujeres respecto a nuestros cuerpos es que tenemos que cuidarlos y que nosotras necesitamos de otras personas que nos cuiden. Un hombre manipulador en este contexto podría utilizar frases como: ‘Te estoy cuidando de no tener que salir sola a la calle’ o ‘ese amigo tuyo es peligroso porque yo vi como te miraba, entonces es mejor que no te juntes con él’. Pero lo que hay detrás de esos supuestos actos de cuidado, es su propia necesidad de tener el control sobre esa mujer”, agrega.

Son muy convincentes

Cuando estamos en una sociedad donde no se ha reconocido de manera transversal que las mujeres tenemos los mismos derechos que los hombres, se abre un espacio para que los manipuladores puedan argumentar su accionar con discursos convincentes. “Muchas mujeres que han sido violentadas dicen cosas como ‘yo sabía que lo que él me decía estaba mal, pero él me decía que era lo correcto’. Lo vemos mucho en cosas como el trabajo, por ejemplo. Cuando un hombre le dice a una mujer que lo mejor es que se quede en la casa, y esa mujer viene de una familia donde las mujeres históricamente se han quedado en la casa, lo que está haciendo ese hombre es agarrarse de un discurso social adecuado para convencerla”, dice Veas. Y agrega: “Manipulan usando discursos que están validados, aunque sean incorrectos. Y por eso mismo cuesta tanto contradecirlos”. Veas dice que la culpa es la manera de regularnos socialmente y usa el ejemplo de una madre que decide trabajar fuera del hogar. “El modelo que tenemos de madres está tan apegado a los roles de cuidado que esa mujer, aunque esté deconstruida y sea feminista, va a sentir cierta incomodidad al dejar a sus hijos al cuidado de otros porque son patrones que están arraigados socialmente y que generan culpa. Eso no significa que esté mal, pero un manipulador probablemente se agarre de esa sensación de malestar para hacernos sentir más culpa y anular nuestra voluntad”.

¿Cómo escapar?

En la mayor parte de los casos lo esencial es hacer caso a nuestros propios instintos para poder detectar realmente a una persona manipuladora. Aún así hay quienes son muy ávidos con su comportamiento y consiguen arrastrarnos tras sus intenciones. “Cuando dudamos de nuestras propias certezas. Cuando el discurso del otro está tan incorporado que llego a dudar de mis propias percepciones de la realidad, ya no confío en mi misma, ya no sé si soy linda o inteligente; ya no sé si confiar en mi mamá o mis amigas por el discurso que ha instalado esa persona en mí, eso significa que hay un daño y es una señal de que debo escapar”, dice Veas. No es fácil, pero según la experta darse cuenta es el primero paso. Luego viene perder el miedo y apoyarnos en otros para lograrlo.

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