Hablemos de amor: En el fondo, todas tenemos algo de envidiosa
Después de ver la serie argentina, Karen reconoció algo incómodo: también ella quería ser la elegida. Y entendió que, aunque nos cueste verlo, eso muchas veces viene de heridas que arrastramos desde niñas.

Aunque se estrenó el año pasado, no fue hasta hace poco que vi la serie argentina “Envidiosa”. Al principio me llamó mucho la atención su título; me resultaba “duro” calificar a una persona de esa manera tan brutal, pero después de ver el primer capítulo me di cuenta de que la protagonista, Vicky, era envidiosa crónica. El título era perfecto. A la vez, éramos contemporáneas, un espejo que dejaba al descubierto algunas de mis falencias y necesidades.
Al principio me pareció un poco burda la trama, sin embargo, antes de que terminara el primer capítulo me di cuenta de que, si bien la cantidad de elementos eran exagerados para una sola persona, éstos sí estaban desperdigados en cada una de nosotras. Miedos e inseguridades; la necesidad de reconocimiento y de ser elegidas; de competir y ser las mejores; de soledad y nostalgia; también momentos de gloria. Y siempre, confundidas.
Esas características no solo las reconocí en mí, también las vi en otras, en mayor o menor medida. La comedia me dio la posibilidad de analizar mi entorno y descubrir ciertos patrones de comportamiento que nos llevan directo a la envidia, nunca sana, pero que siempre tiene un por qué. Después de ver una de las primeras escenas de Vicky con su psicóloga, todo me hizo sentido, fue el momento donde me enganché totalmente de la serie.
“Estás todo el tiempo hablando de lo que tienen otras”, afirma la psicóloga y continúa: “Ahora mismo esta angustia, ¿es por tristeza o es por envidia? (…) ¿No pensás que competís con otras mujeres y que te gusta algo en función de lo que tiene otra?”. Vicky responde emocionada y reticente: “Me parece injusto que yo que hago todo bien, estoy sola, estoy soltera, con casi cuarenta años”. Y acá el punto de inflexión: “Te duele no ser la elegida”, afirma la psicóloga y Vicky responde: “Sí, ¿a quién no le duele?”.
Luego la terapeuta le recuerda que, en una de sus primeras sesiones, Vicky le mencionó que cuando pequeña se había quedado esperando a su papá en un escalón a la salida de su casa y él nunca llegó. “¿Puede ser que no ser la elegida de Daniel -su exnovio que recientemente se había casado con otra mujer-, que no vuelva nunca más, te vuelva a llevar a esa escena?”. Vicky llora, se enoja y se va.
Me quedé unos minutos reflexionando, esa terapeuta también había resonado en mí. Compartía la emoción de Vicky y descubrí que el origen de mis fracasos amorosos se debían, en gran parte, a que siempre quise ser la “elegida”, lo que por supuesto era utópico, egoísta y, para mí, tremendamente doloroso.
Otro tópico de la serie que se repite frecuentemente en la vida es, sin duda, la competencia. Siempre existe una Magui Roldán -rival de Vicky- que parece perfecta, con vida de ensueño, esa vida que quisiéramos tener pero que el destino nos negó. Oportunidades que no llegan, a pesar de todo el empeño que pongamos para lograrlo, mientras a otras y otros les llueven las “bendiciones” sin gran esfuerzo. Un semillero para la envidia. Esta sensación se vuelve dolorosa cuando la competencia es implacable y permea los pensamientos, donde cada paso es una estrategia para ganar.
Muchas de esas emociones provienen de la infancia, de la necesidad de ganar afecto de los padres, de los abuelos o quienes sean importantes para un niño o niña a esa edad. En el caso de nosotras, es más triste aún cuando volcamos esa necesidad de competir con otras mujeres y denostamos nuestro propio género para sobresalir y sentirnos mejores. Para Vicky todas las mujeres eran su competencia y era incapaz de reconocer cualidades en ellas, incluso de sus amigas incondicionales.
A pesar de la competencia, Vicky cuenta con amigas maravillosas, entre ellas su hermana Carolina, sencilla e incondicional, a pesar de las muchas debilidades de Vicky. Estas hermanas y amigas también están fielmente retratadas en la serie: amistades que acompañan, por tiempo o por años, personas que a pesar de los vaivenes de la vida van contigo en ese mismo carro, gritan juntas en las caídas y sostienen tu mano si es que el vértigo nos supera. Son tu familia adoptiva en la transición de la vida. Un club de Lulú como el de Vicky, Carolina, Lu, Melina y Debbie, es el círculo de hierro que todas deberíamos tener para sentirnos acogidas y queridas.
Ser envidiosa es parte de la vida y consecuencia de algún dolor no tratado, no descubierto, no autoanalizado, por eso es que está en cada una de nosotras, en menor o mayor medida. Al menos yo, comparto bastante de las debilidades de Vicky Mori. Reconocer la envidia en mí no me hace mala persona, sino que me centra como una humana con temas por identificar y subsanar.
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