Hablemos de amor: las voces que quedaron en WhatsApp
Antes, para recordar a un ser querido había que escarbar entre fotos, cartas o grabaciones antiguas. Hoy, basta abrir WhatsApp. En sus mensajes y audios permanecen sus voces, suspendidas en el tiempo, como si la memoria encontrara una nueva manera de quedarse.
Las redes sociales están en la mira. Vivimos hiperconectados: con muchos, pero a la vez con nadie. Una sala llena de gente y cada uno en su pequeño universo, detrás de una pantalla.
Y mientras la inteligencia artificial parece magia, hay otra magia más humana y silenciosa, en un lugar tan cotidiano como WhatsApp. Ahí guardo los audios y mensajes de quienes ya no están. Personas que, de manera sorpresiva o no tanto, se fueron de este mundo, pero siguen en mi teléfono.
Ahí está su voz, su tono, su forma de decir las cosas. No me atrevo a borrarlos, sería una crueldad. Pero tampoco puedo escucharlos. Los mantengo ahí, en pausa. A veces siento que oírlos sería una falta de respeto, como si interrumpiera su descanso. Pero su presencia digital sigue latiendo.
Hay una voz en particular que no soy capaz de oír. Es la de Claudia, una amiga brillante, divertida y buena, que murió de cáncer de mama hace dos años. La he soñado muchas veces, pero no puedo entrar a su chat. Temo perder su voz, que la tecnología la borre. Ella sigue ahí, esperándome, y yo sigo esperando el valor para escucharla. ¿Qué sentido tendría? ¿No basta con el recuerdo? No lo sé. Fantasear con oírla otra vez es gratificante y doloroso a la vez.
Ayer me enteré de la partida de un ex compañero de universidad. No éramos de la misma generación, pero nos hicimos cercanos. Cuando atravesaba una separación, él vivía la emoción de ser padre por primera vez. Quise recordarlo escuchando su último audio, de hace poco más de un año.
Josefina también se fue, cerca de los cuarenta, después de años de luchar contra un cáncer que le permitió vivir más de lo que los médicos imaginaron, por amor a su hija. Su último mensaje era una convocatoria a la esperanza, a no rendirse ante la injusticia laboral.
Ramón fue parte de mi transición a docente. Su último audio es un favor que no pude cumplir, no por falta de ganas, sino porque no dependía de mí. Su mensaje aún me resuena.
Y Caro, con quien compartí la tesis del magíster. Buena, luminosa. No tengo su voz, pero sí un mensaje lleno de afecto. También ella ya no está.
No están, pero están. A través de sus mensajes, los invoco un instante. Es una ilusión, un paréntesis para el alma. Una deuda pendiente, un favor no hecho, una palabra de cariño. Voces que siguen ahí, suspendidas en el tiempo.
Tal vez la memoria digital sea la nueva forma de rezarles a los muertos: sin velas, pero con señal.
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