La princesa prometida (The princess bride) no es una historia feminista. No lo es el libro escrito por William Goldman en 1973, ni lo es la película que en 1987 protagonizaron Cary Elwes y Robin Wright. Buttercup es una joven dueña de una granja en la que trabaja Westley. En los primeros minutos vemos cómo se enamoran, pero no es de esos amores a primera vista clásicos de los cuentos de princesa.
Él se enamora primero y la va conquistando de a poco, sin forzar sus sentimientos. De hecho, a cada cosa que ella le pide hacer, él solo responde: “Como desees”. Con el tiempo, Buttercup se da cuenta que con esta frase, lo que su empleado hace es declararle su amor. ¿Acaso es consentimiento lo que veo? Puede ser, pero tengan en mente que esta no es una historia feminista.
Para poder casarse con ella, Westley se va a hacer fortuna, con la promesa de volver, pero su barco es atacado por un sanguinario pirata con fama de inmortal, por lo que con el paso de los años la desolada Buttercup accede a casarse con el príncipe Humperdinck. ¿Recuerdan cuando dije que esta historia no era feminista? El día antes del matrimonio, Buttercup es secuestrada por Vizzini, un mercenario de Sicilia, y sus dos secuaces: Iñigo Montoya y un luchador turco llamado Fezzik.
Desde aquí en adelante, la empiezan a tironear entre los secuestradores, el príncipe y un misterioso pirata, quien finalmente descubrimos que es Westley. El problema es que acá empezamos a ver a Buttercup como un premio, como un objeto que hay que recuperar, ganar o robar, pero sin mucho que decir al respecto. Como no sabe que el pirata es su desaparecido amor, la verdad es que no le interesa mucho que va a pasar con su vida.
Todo esto cambia cuando se entera que Westley es el pirata, pero la felicidad dura poco porque rápidamente es recapturada y forzada a cumplir su promesa de matrimonio. Una vez más, al no estar con su amor, la vida pierde sentido y luego de casarse con el príncipe intenta suicidarse, lo que es evitado por la afortunada reaparición de Westley, quien le asegura que el matrimonio no es válido porque ella nunca dijo acepto. ¿Y vivieron felices para siempre?
Les dije en un principio que la historia no era feminista, pero después de verla muchas veces, y leer varios análisis al respecto, creo que Buttercup es una feminista en construcción, como muchas mujeres hoy en día. Y como yo, al menos. Piénsenlo. Vive en un mundo de cuentos de hadas, con príncipes, piratas, enanos y gigantes. No hay mucho espacio para valerse por una misma en ese contexto, y aún así maneja una granja y tiene, al menos, a un hombre a su cargo.
Ella creía, como muchas hemos creído, que el amor debería ser como en los cuentos, y que si alguien nos quiere debiera hacer grandes gestos para demostrarlo. Westley, quien a mi juicio es el gran personaje feminista de esta historia, le intenta demostrar, una y otra vez, que ella es la dueña de su propio destino y está en ella decidir a quién amar. “Como desees”, le repite una y otra vez, dándole siempre la opción de escoger. ¿Quiere estar con él? ¿Realmente se quiere casar con el príncipe? Incluso al final de la historia es ella quien le dice a dónde ir, a lo que él da su respuesta habitual, diferenciándose de historias como la de Blanca Nieves, donde al final la protagonista se sube al caballo de un príncipe que no conoce, para partir a un reino del que no debe conocer ni la moneda de cambio.
Si vemos bien cómo se desenvuelve todo, nos damos cuenta que aunque ella cree que es una damisela necesitada de rescate, en realidad nunca lo fue. La jaula que la atrapa la creó ella misma. ¿Por qué no se queda en su granja? ¿Por qué no deja al príncipe? ¿Por qué no se escapa después del matrimonio? Porque los armazones que existen en su cabeza no se lo permiten. Y de a poco empieza a salir, o a aprender a salir. Porque el verdadero premio no es la princesa prometida, sino que su libertad, la que al final consigue. ¿Gracias a Westley, un hombre? Sí. No es lo ideal. Pero es algo, sobre todo para haber sido una historia escrita hace cincuenta años.
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