Por fin una buena noticia: Adiós al saludo de beso




Me parece inadecuado hablar de “lo positivo” de la crisis sanitaria por la que estamos atravesando. En este minuto me parece algo insensible, y muy, pero muy, políticamente incorrecto. Pero aún así me atrevo a decir que hay algo que no puedo dejar de destacar de todo esto: el adiós definitivo al saludo de beso.

Lo más probable es que los hombres no lo entiendan y que incluso muchas mujeres no se sientan identificadas conmigo, pero saludar de beso no es más que una interacción incómoda que vulnera nuestro espacio personal y que elimina automáticamente la idea del consentimiento.

Y esto no es un problema exclusivo de las mujeres adultas, esto afecta a niños y niñas a quienes desde que son chicos tíos, tías, abuelos, abuelas y personas con las que se encuentran en la calle les exigen muestras de afecto, incluso chantajeándolos cuando no acceden de buenas a primeras. “Qué maleducado es Pedrito que no me quiere dar un beso, mientras que su hermanita me dio un beso y un abrazo” o “No te voy a traer más dulces si no me das un beso de despedida”. Crecen viendo en el beso una exigencia que deja en evidencia un buen comportamiento social. Y a las mujeres, a diferencia de los hombres, es algo que nos persigue hasta grandes.

En nuestra cultura los hombres se dan la mano o un abrazo si se trata de amigos cercanos. Pero a las mujeres nos dan besos, incluso cuando recién estamos conociendo a alguien. Si te presentan a una persona nueva, se espera que lo saludes de beso. Incluso en algunas reuniones de trabajo, o especialmente si hay alguna actividad de camaradería con los compañeros de oficina en un contexto distinto al laboral, tienes que saludarlos de beso.

Sé que puedo sonar exagerada. Y lo entiendo, porque en la mayoría de los casos estos saludos de beso son por inercia, por costumbre, y así como vienen, se van. Absolutamente indoloros e inocuos, no tendrían por qué afectarme. El problema es que más de una vez, hombres han tomado esta instancia del beso para tomarme por la cintura y besarme en la mejilla, no como el “cachete con cachete” que corresponde, sino que un beso que perfectamente podría ir en la boca.

Hace algunos años estaba en mi primer trabajo y éramos varias las que nos arrancábamos de un compañero de trabajo, porque se le solía pasar la mano con los besos de saludo. Lo mismo pasa con muchos “caballeros” de tercera edad, que se aprovechan de su rango etario para propasarse. Total, es tierno, son viejitos inofensivos.

Gracias a la crisis por la que atraviesa el mundo nos estamos dando cuenta de que hay muchas otras formas de saludar y ser amables sin la necesidad de tocarnos. Un simple “hola” y un saludo agitando la mano basta. Un signo de la paz con los dedos también funciona. Incluso asentir con la cabeza es suficiente. Lo importante es que las personas te permitan negar un beso de saludo y que hacerlo no quiere decir que exista una animadversión ni una mala onda. Es que no queremos dar un beso, no más.

Si de paso aprovechamos de omitir el saludo con las manos porque nos dimos cuenta que es una práctica antihigiénica y una de las formas más rápidas de transmitir enfermedades, consideraré esta batalla ganada.

Finalmente todo esto del beso, de la mano y de la abrazo, está muy ligado al consentimiento. Es un contacto físico que en muchas ocasiones se espera de alguien, e incluso si una mujer se niega es tildada de exagerada o de mal educada. Es un acercamiento al que no hemos accedido, sino que está siendo forzado, y que en muchos casos nos puede hacer sentir incómodas.

Tampoco quiero decir que los hombres que nos saludan de beso son unos perversos. Creo que lo perverso es la costumbre, porque ellos tampoco se lo cuestionan ¿Qué importa un beso? Pues importa. Importa, especialmente, si alguien no quiere que se lo den.

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