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Noticias de Tom Daskam

A los 82 años, murió este domingo el fotógrafo y pintor Thomas Daskam, a quien recordamos con esta entrevista que la periodista Claudia Donoso le hizo en Paula el año 1998.

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Reacio a las entrevistas y pintor las 24 horas del día –salvo que esté fotografiando pájaros en Magallanes–, pareciera que, para darle cuerda a su reloj personal, Tom Daskam ha tenido que ausentarse del mundo conocido. Aquí mostramos algunas de sus obras recientes.

Revista Paula 1998.

De los cuatro puntos cardinales ofrecidos  por la brújula, Tom Daskameligió el sur: eso está claro. Agitado por un impulso de extrañamiento que el azar se encargó, a su particular manera, de facilitar, este norteamericano nacido en Oklahoma llegó a Chile a principios de la década del sesenta. Tenía 22 años. Aquí se haría pintor y, más tarde, fotógrafo de vida silvestre. Atrás quedaban los cuatro años de servicio militar que pasó en un submarino, pero no el tatuaje –un dragón– que por esa época imprimió en su brazo derecho ni tampoco su síndrome viajero.

Desde que se dejó caer en estos andurriales, Daskam no ha parado de recorrer una y otra vez el territorio, hasta encontrar los confines vírgenes que andaba buscando: Magallanes. Eso fue hace más de dos décadas, y es allí, en la localidad de Río Verde, donde diseñó él mismo una torre de madera para poder estar cuando el viento arrecia sobre techumbres de calamina, bofedales y corderos.

Si Daskam fuera un pájaro, habría que empezar diciendo que su especie no es gregaria ni común. Pero como es un hombre –que sin embargo imita con propiedad convincente al tucúquere, al fío fío y al pequén–, y a pesar de que no va  nunca al cine ni tampoco anda a caballo, no sería raro verlo aparecer en una de  sas películas sobre las leyendas del far west. Por lo demás, al oírlo hablar sobre cóndores y guanacos, bares, barcos hundidos y buscadores de oro, domadores de caballo, indios y cementerios perdidos en las islas del canal de Beagle, uno se da cuenta de que ese mundo épico es el que mejor le conviene a alguien que, como él, nada tiene que hacer en un mall o en una micro.

Es entonces cuando sobreviene la nostalgia por los libros de piratas, por las láminas de las enciclopedias antiguas, por las casas desaparecidas y por las escenas remotas, que él mismo se ha encargado de repertoriar en sus cuadros trabajados a la manera de los pintores que, imantados frente al desafío del modelo real, se encierran en sus tabernáculos hasta duplicar lo que han creído ver.

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Río Verde, pintado por Daskam; cuatro meses al año pasa el artista en esta localidad magallánica. Arriba: becacina, perdiz, tringilio cordillerano y huairavillo, al óleo y con pincel.[/caption]

Pintar con miedo 

Silencioso, no esquivo, sino demasiado atento al chirrido de los parabienes innecesarios, Tom Daskam deambula por su santiaguina casa de Ñuñoa condenado al cumplimiento de lo que sabe hacer: pintar cuadros. "Para ser pintor hay que tener el día arreglado para poder concentrarse únicamente en eso. Si yo no pinto, no tengo nada que hacer; entonces, muchas veces pinto porque no me queda otra, y más encima me cuesta, porque no tengo tanto talento y me gusta que cada vez sea algo nuevo para mí. Lo que tengo, pues, son ganas de hacerlo y le pongo mucho

empeño, pero tampoco quedo nunca satisfecho", dice, resumiendo así la cotidianeidad de su pasión.

En uno de los muros principales de esa casa –que, con la dignidad de sus adobes y su jardín salvaje, se resiste a la demolición generalizada– cuelga, por el momento, su última realización:

un caballo tendido en el suelo, derrotado, que sabe quién manda, como los que Daskam ha visto amansar allá, en Río Verde. Subjetividad y apego a su personal estilo figurativo confluyen en

esta composición arriesgada donde el patetismo se hace presente.

La palabra desafío se pronunciará varias veces a lo largo de la conversación y su antónimo es para Daskam el aburrimiento, ese que se cuela en los días, suprimiendo las aristas de las cosas vivas.

"Tengo que pintar con miedo. Si no siento una cierta urgencia, un susto de no ser capaz de lograr lo que me he propuesto, el cuadro se pone apretado, demasiado perfectito, y termina mal", dice Daskam, quien, cuando eso ocurre, rompe sin más lo que ha hecho, aunque le haya costado semanas.

Por eso, por el gusto de lo impredecible, porque Magallanes queda inmensamente lejos y es muy difícil llegar, este hombre muy alto y delgado concibió su lento plan de conquista de esa zona. El pretexto fueron las aves que allí abundan y despliegan en libertad sus costumbres como en ninguna otra parte. Una y otra vez volvió a las estancias, donde hizo amigos que, junto entregarle valiosa información sobre misteriosos nidos, apreciaron su manera de callar sin perderse detalle, sus dotes de carpintero, su certeza al distinguir unas de otras y por sus nombres a las plantas –como el capachito solitario disfrazado de orquídea bajo la nieve–, animales y aves.

Apenas llega la primavera, y durante cuatro meses, Daskam se escapa de la pintura y se pierde en el paisaje austral, que sigue siendo –como a él le gusta– un confín que no ha sido aún domesticado.

"Los primeros en poner nombres en ese mapa fueron los ingleses. Punta Arenas, por ejemplo, era Sandy Point. Mientras buscaban vías de navegación alternativas al Cabo de Hornos, se equivocaban y se perdían en los canales; por eso es que los lugares se llaman Punta Jamón Podrido, Bahía Inútil o Puerto de Hambre", refiere.

El placer de sentarse "a fumar un pucho" en la roca de una isla perdida donde nadie nunca se ha sentado mientras mira pasar a los patos salvajes no deja de parecerle incomparable.

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Chunchos y cernícalos 

Resulta sorprendente saber hoy que la primera publicación con fotografías de vida silvestre aparecida en Chile se remonta sólo a 1977. Fue una agenda de Editorial Lord Cochrane y se hizo gracias

a las imágenes proporcionadas por Daskam, quien, contagiado desde hacía algunos años de lo que los gringos llaman bird fever –fiebre de pájaro–, había estado recopilando un material que resultó pionero. Por esa época también empezó a publicar, en la Revista del Domingo, "Cosa de mirar", unas fichas que incluían una fotografía y un pequeño texto y que, semanalmente, fueron poniendo al alcance del lector común los retratos y biografías –llenas de observaciones de primera mano– de los más variados ejemplares de nuestra flora y fauna.

En síntesis: Tom Daskam no sólo sabe las cosas más inimaginables del país que adoptó, sino que además ha ido dejando su personal registro de ellas a través de sus extraordinarias fotografías y pinturas.

Unos camiones varados en el desértico paisaje de El Tatio; una familia de colonos esperando cruzar un río cercano a Valdivia; innumerables casas de barrio vistas por él en Valparaíso, Santiago (en

calles como Matucana y El Aguilucho), Corral, Niebla, Chiloé y, ahora último, Punta Arenas; y, en fin, loicas, chunchos, y cernícalos, han comparecido en su pintura, haciendo también de ésta un ejercicio de rescate y de puesta en valor de lo que, de tan a la mano, se advierte poco y se deja pasar.

Si el archivo fotográfico de vida silvestre acumulado por Daskam es uno de los más completos y hermosos de Chile, los cuadros que ha hecho, en cambio, apenas pintados se le van. Metido en su taller con cada una de las telas durante períodos que pueden sumar dos meses, debe despedirse de ellas apenas las termina, pues tiene la suerte de ser pasto de coleccionistas y el infortunio de perder en un santiamén lo que más le cuesta hacer. Por eso el libro que prepara actualmente, y que será publicado en los próximos meses, cumple con reunir en un solo volumen aquello que en la realidad se encuentra disperso.

"Uno también pinta para mostrar lo que hace y en mi caso es un poco tremendo, porque los cuadros se me van y muy pocos los ven", comenta.

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En su obra de los últimos cinco años comenzó a ingresar el mundo del extremo sur. Por ejemplo, nunca antes había pintado la nieve, que en uno de sus óleos recientes refulge bajo la luz boreal.

Aunque cuando parte a Magallanes intente arrancarse de la pintura, inevitablemente sigue viendo cuadros al toparse con una cerca abatida entre las matas de romeral o cuando conversa con los colonos de fuertes rostros y apellidos escoceses o yugoslavos con los que come asados de cordero. Cuando regresa a Ñuñoa en el mes de marzo –para él, Santiago no existe–, Daskam llega con la memoria cargada y el ojo limpio. Ha quedado listo para volver a invernar en su taller, donde se encuentra con otra inmensidad: la de la tela y su tiempo circular y antiguo.

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Garza cuca

Garza cuca[/caption]

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Chorlo negro

Chorlo negro[/caption]

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Carpintero chico

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