Paula

P de Peces, de Francisca Valenzuela: Es hora de madurar el despecho

Radio Duna celebra sus 25 años con canciones que, de una manera u otra, cuentan nuestra historia. Nosotras nos sumamos, contándote sobre la música que identificó parte de nuestra vida.

“He dedicado mucho tiempo, energía y amor”, empezaba la canción con la que conocí a Francisca Valenzuela, y que durante mis años universitarios fue la melodía que cuando sonaba en torno a una fogata, las mujeres corríamos a cantar. Con rabia, con pena, con tragos de más también. Era una época de emociones intensas, de sentimientos a flor de piel, de aventuras que así como nos podían llenar de alegría, un par de semanas después nos podían hundir en lo más hondo de nuestra pena.

Me acuerdo que cuando chica me dijeron tantas veces “tan linda y sin pololo”, que al final terminaba respondiendo: “bueno, los hombres serán idiotas”. Además, así como con Peces, habíamos pasado la vida entera escuchando que cuando nos dejaban ellos eran culpables, malos y tontos, mientras que sus nuevas parejas se convertían siempre en enemigas. Qué tontera.

Igual, los pelmazos existen. Yo una vez pensé que estaba saliendo con alguien hasta que conocí a su polola.

Así como Francisca Valenzuela, muchas le dedicamos tiempo, energía y amor a esa cosa que no tiene suficiente valor, pero creo que en el proceso nos dedicamos poco tiempo a nosotras mismas. Cuando ponemos toda la energía en alguien más, o en algo que consideramos ideal, nos olvidamos de trabajar en nosotras y en solucionar nuestros atados internos.

¿Por qué siempre me pasa lo mismo? ¿Por qué todo termina igual? Tuve que llorar mucho e inspeccionar a fondo mi cabeza y mi manera de pensar para darme cuenta de que parte del problema estaba en mí. ¿Era yo una persona con la que me hubiera gustado estar?

Habían algunas mujeres más elevadas que yo, por supuesto. Y a esas les cantamos. Primero al ritmo de Shakira: “cuando las arrugas le corten la piel y la celulitis invada sus piernas”, y luego con Francisca Valenzuela: “Ojalá que se tropiece con sus tacones al andar”. Me acuerdo que a una amiga de veinte y tantos años la terminaron después de más de cinco años de pololeo. Fue una tragedia, pero después de acompañarla en su llanto, nos dedicamos a revisar las fotos de la “nueva” del ex. La idea de este ejercicio especialmente tóxico, era mostrarle con hechos que ella era mucho más guapa, más estupenda, más taquillera y más interesante que la otra.

Pasaron los años y conversando con esta amiga le pregunté qué había sido de la nueva de su ex. Me contó que después de mucho tiempo se encontraron y pudieron conversar. ¡Era una buena onda! Una persona que, en primer lugar, nunca le había hecho daño, y que jamás se mereció tanto pelambre.

Por mi parte, hace ya demasiado tiempo, salí con un tipo muy informalmente, de manera muy corta y, en la práctica, insignificante. Pero soy dramática, y cuando se nace así, no existe nada insignificante en esta vida. Recuerdo que ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había visto. Yo estaba esperando a una amiga afuera de un OK Market para irnos a carretear, con la promo recién comprada bajo el brazo. Me puse a revisar Twitter y, como cada cierto tiempo, me metí a ver qué decía: “La chica con la que salgo es tan perfecta que mis amigos me obligan a que le pida pololeo”, decía el mensaje más reciente.

¡Me enfurecí! Sentí celos, ira, pica y todo lo demás junto. Creo que incluso ahí, en ese estacionamiento, ya sabía que estaba siendo irracional e inmadura, pero me permití sentir todas esas emociones porque creí que me lo merecía. Ahora me doy cuenta de que no y que era yo la gran pelotuda, pegada en algo que en verdad no fue nada.

Hace mucho tiempo que dejé de meterme a su Twitter.

Creo que incluso cuando pueda ser parte de la fila de la tercera edad en el supermercado, si escucho Peces de Francisca Valenzuela la voy a cantar. Pero ya no me voy a sentir identificada. Sí la voy a identificar con una vida pasada, menos realista y más cuentera. Una vida que ahora me da un poco de pudor, pero también risa. Una vida por la que varias hemos pasado, y por la que quizás tenemos que pasar para darnos cuenta de cómo son realmente las cosas.

A no ser que tengamos mala suerte, no es común que nos quieran hacer daño porque sí. El otro no es un Pierre No Doy Una que se peina el bigote mientras nos amarra a una línea de tren. Es bien increíble como cambia la forma en que miramos las relaciones –no solo sentimentales- cuando nos damos cuenta de que el otro es una persona tanto o más compleja que nosotras mismas, y que cuando dos complejidades se juntan, puede pasar mucho o puede no pasar nada.

Pero que no es culpa de nadie. Y que a la próxima llegaremos habiendo aprendido algo nuevo.

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