Política
La actriz Antonia Zegers alista los detalles para viajar a Los Ángeles junto a su marido Pablo Larraín, director de No, la primera película chilena que compite en los premios Oscar y donde ella ocupa uno de los roles protagónicos. De espíritu político hasta la médula, aquí desmenuza sus opiniones, habla de cómo es ser pareja de alguien que proviene del mundo de derecha y de la vida sencilla que trata de inculcarles a sus dos hijos.

Paula 1115. Sábado 16 de febrero de 2013.
Antonia Zegers ya tiene listo su look para la noche del 24 de febrero: un vestido de seda verde, Ralph Lauren, de corte sencillo, que eligió con ayuda del diseñador Pablo Gálvez, y unos aros y una pulsera de oro de 22 quilates, que la orfebre chilena Ilonka Palocz especialmente le hizo para acompañar esa tenida. Esa noche, en Los Ángeles, pisará la mítica alfombra roja en la entrega de los premios Oscar, donde por primera vez compite una cinta chilena: No, el filme que revive los entretelones de la franja política de oposición que se transmitió por televisión antes del Plebiscito de 1988, en el que se votó a favor o en contra de la permanencia de Pinochet en el poder. Para Antonia, la importancia es doble: no solo va como una de las actrices protagonistas de la película –interpreta a Verónica Carvajal, ex pareja de René (Gael García Bernal), el publicista que asume la dirección de la campaña–, sino también como la mujer del director de la película, Pablo Larraín. Dice que no está nerviosa, que se lo toma como algo entretenido, como un juego. "Es la cosa más absurda que existe en la tierra: que una persona que está en el poto del mundo llegue allí. Pero igual que los niños, uno lo juega, y trato de hacerlo con entretención. Lo encuentro chori", dice.
En enero se sumó al final de la gira de promoción para difundir la película en Estados Unidos: estuvo cuando No se presentó en el New York Film Festival, también en la función que se realizó en la Universidad de California y en el LACMA, el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles. Después de las proyecciones, junto a Larraín –y a veces también Gael García– participaban en foros de preguntas-respuestas. Allí palpó qué llegada tenía la cinta en los norteamericanos. "Fue increíble darse cuenta lo universal que es nuestra pequeña historia", comenta Zegers. Las conversaciones pasaban por todo: algunos preguntaban por el rol que tuvo la CIA en el Golpe; otros, por el significado de la campaña publicitaria del microondas que recién llegaba a Chile, pero la mayoría buscaba reflexionar sobre la rencilla que se vive entre las ideas y promesas que realizan los candidatos y el márketing. "Nos preguntaban qué es, en estos tiempos, lo que en realidad uno le cobra a los candidatos después de ser elegidos, a diferencia de tiempos pretéritos donde las ideas sí importaban y donde los candidatos prometían menos y cumplían más", dice Antonia. "Yo creo que uno no les cobra nada. Asumes que un eslogan es un eslogan y nada más. Es bien triste. Hoy, la fidelidad a cumplir con lo prometido está extinta como un dinosaurio", reflexiona. "Para el plebiscito se pensó ingenuamente que íbamos a recuperar una democracia como existía antes de 1973, pero nadie fue capaz de darse cuenta que el mundo estaba cambiando hacia un modelo que finalmente se lo comió todo. Hoy vivimos en un mundo donde todo está dictaminado por la plata".

Tú tenías 16 años para el plebiscito, ¿cómo lo recuerdas?
Yo no votaba, pero estaba súper metida. Yo fui a esa concentración donde a mi personaje en No la toman presa, que fue el cierre de campaña para el plebiscito y era la primera concentración legal. Fui con mis compañeras de curso. Éramos un grupo grande que estábamos súper metidas queriendo que ganara el No. Me acuerdo de haber estado en la calle, de la sensación de saber que ese acto estaba permitido. Había miles de personas. También que después aparecieron los pacos y de la gente corriendo. Tal cual como aparece en la película.
Estabas en el Saint George y te rodeaba un mundo diverso de ideas políticas. ¿Qué recuerdas del ambiente de esa época?
Me acuerdo a los nueve años agarrándome a patadas con un compañero. Él me decía comunacha y yo le decía facho, porque él sabía que yo era de una familia de izquierda y él de derecha. Era hijo de un coronel, creo. Pero era como pelearse por una pelota, una pelea sin contenido. Él sabía que le correspondía decir que era de ese lado y yo del otro. Éramos niños. Así se veían las cosas en mi colegio. Después hubo una ola de retornados del exilio que llegaron a mi colegio. Mis mejores amigas habían estado exiliadas en Italia. He estado metida en la historia política porque ha cruzado mi biografía fuertemente.
"Crecí escuchando historias vinculadas a lo jodido que era ser contrario a la dictadura. Crecí teniéndole terror a Pinochet. Conocer esa parte de la historia para mí fue natural. Pero siempre creí que era importante expresarse y por eso nunca tuve miedo a hacerlo, porque creo en el diálogo".
¿En tu casa se hablaba de política?
Crecí escuchando historias vinculadas a lo jodido que era ser contrario a la dictadura. Siempre supe que el mejor amigo de mi papá se había tenido que ir exiliado. Crecí teniéndole terror a Pinochet. A los 13 años vi unos documentales que hizo Andrés Racz, un muy amigo de mi mamá, en los que registró protestas en poblaciones, donde la gente tiraba piedras y otros tiraban balazos. Conocer esa parte de la historia para mí fue natural. Después supe que mi abuelo, que celebró el Golpe, terminó siendo torturado. Y eso que mi familia tampoco es política: mi mamá es artista y mi papá es médico. Pero me tocó vincularme con esa historia. Siempre creí que era importante expresarse y por eso nunca tuve miedo de hacerlo, porque creo en el diálogo. Ahora estoy vinculada a una familia de derecha y creo en la diversidad, y creo que uno puede pensar distinto.
¿Cómo fue entrar a la familia Larraín Matte?
Primero que nada, enfrenté mis propios prejuicios. Justo cuando conocí a Pablo estaba haciendo Madre, una obra muy comunista, que tomaba muchos textos de Rosa de Luxemburgo, una reconocida teórica marxista. Todos los días, cuando ensayábamos, escuchaba a una de las actrices repetir una de sus frases que me quedaba dando vueltas: "la verdadera libertad no es otra cosa que la libertad de pensar distinto". Y de repente me di cuenta que ese texto se estaba poniendo al frente de mi vida. (Se toma unos segundos). Yo nunca he querido vivir en un país donde todo el mundo piense igual. Nunca. Nunca he querido estar en una mesa donde todos digan que tengo la razón.
¿Sientes libertad de sentarte a la mesa en un almuerzo con la familia de Pablo y dar tu opinión?
Bueno, esa fue la prueba de fuego. Entendí que podía opinar con libertad cuando me di cuenta que su familia era súper diversa, cuando supe que mi suegra –que es UDI– era una de las hijas del fundador del Partido Socialista, Arturo Matte; cuando me di cuenta que era realmente un lugar donde podía estar, porque si no, hoy sería distinta la historia. Ahí se me puso esa frase al frente: la libertad de pensar distinto, y la tomé para mi vida. Si yo no hubiese podido decir lo que pienso no podría haber tenido esta reflexión, porque habría visto pura adversidad.
¿Fue un proceso que se dio con tiempo?
No. Fue al toque. Yo me senté en la mesa de una familia donde la discusión era abierta, frontal, y yo nunca he sido buena para quedarme callada. Al segundo día yo ya era parte de la discusión. Hoy siento que me quieren tal como soy y yo me permito quererlos tal como son. Es un ejercicio de democracia y diversidad. La diversidad es la diversidad, no es la diversidad que a mí me gusta y me acomoda. No. La diversidad es la diversidad.
Tu relación es también una forma de ver cómo es el Chile 40 años después. ¿Se te cruza a veces la idea de que tu matrimonio es, en cierto modo, un ejemplo de la reconciliación del país?
No. Rotundamente no. Yo sé que se pueden hacer esas reflexiones o análisis icónicos, que la gente puede tener la idea o construir la ilusión de que las cosas son de una manera. Pero no. Creo que nuestra relación es algo que se dio de una forma mucho más pedestre, de una forma muy normal. La familia chilena no es como Romeo y Julieta donde los Montesco con los Capuleto no se pueden ver. Las familias son muy diversas. Creo que casi no existen familias de un solo lado. Sentarte en una mesa con alguien que piensa distinto a ti es difícil, pero es el ejercicio que me ha tocado en la vida y lo agradezco mucho.

MATERNIDAD Y VIDA SENCILLA
Cerrando un año cargado de trabajo, a fines de enero Antonia Zegers partió de vacaciones al Valle del Elqui. Se fue con su mamá y sus hijos –Juana, que en marzo cumple cinco años, y Pascual, de dos– a la casa de Isabella Rastello, una paisajista muy conocida por esos lados, a quien sus papás conocieron durante un viaje al norte hace más de treinta años y con quien Antonia también estrechó una cercana amistad. El lugar, que antiguamente era una ladera del cerro completamente árida, es hoy un oasis donde entre riachuelos crecen nísperos, paltos, ciruelos, álamos y un enorme olivo de Bohemia, entre otras seiscientas especies que generan un microclima que permite escapar del calor. Allí, olvidándose de su rol de actriz, Antonia descansa. Algunos días los reserva para un taller de yoga que su amiga Loreto Cortés dicta un par de casas más abajo. Esta tarde alguien toca el timbre de la casa ofreciendo pan artesanal. Antonia compra uno y propone a sus hijos ir a buscar huevos de campo para preparar el té. En el camino que los lleva hacia el portón hay un manchón de orejas de conejo, una planta de hojas grisáceas, aterciopeladas. Isabella, que los acompaña, arranca una para demostrar que son levemente perfumadas. Juana arranca otra y Antonia le llama la atención. "No se puede andar rompiendo las plantas por la vida. No es necesario. Hay que cuidarlas", le explica.
"Al entrar a la familia de Pablo (Larraín), enfrenté mmis propios prejuicios. Creo que la verdadera libertad es la de pensar distinto. Yo nunca he querido vivir en un país donde todo el mundo piense igual. Nunca. Nunca he querido estar en una mesa donde todos digan que tengo razón".
Desde que se convirtió en madre, Antonia Zegers decidió comenzar a ser más selectiva en los proyectos donde se involucra como actriz, para tener más tiempo. La última teleserie donde participó fue Sin anestesia (2009, CHV), justo antes de quedar esperando a Pascual. Luego dejó las teleseries, pero aceptó formar parte de algunas miniseries: una de ellas, Amar y morir en Chile –emitida el año pasado por CHV–, la rodó durante su postnatal; para aceptar, pidió que el calendario de grabaciones se ajustara a su prioridad: tenía que arrancarse a darle leche a su hijo cada tres horas. En 2012 ajustó su agenda para preparar el estreno de la obra Velorio chileno y el segundo semestre grabó la nueva temporada de Prófugos. En el último festival Santiago a Mil, participó en la reposición de Velorio chileno y del montaje La muerte y la doncella. Pero para 2013 el único proyecto en el que aceptó participar fue Sangre en el jardín, la nueva teleserie nocturna de Canal 13, cuyas grabaciones comienzan en marzo, pero aún no tiene fecha de estreno. "Con dos hijos chicos, no me da para más cosas", comenta. "En el mundo de hoy, es una suerte tener hijos porque te dan la posibilidad de mostrarles la parte del mundo que te parece más valiosa y que trasciende a todo lo material".
¿Qué estilo de vida quieres inculcarles a tus hijos?
Uno tiene la oportunidad de elegir qué cosas de este mundo les muestras. Yo tengo una vida bastante sencilla porque me importa vivir así. Me gusta vivir en un barrio donde hay boliches en la esquina y tengo cuenta en la verdulería. Me gusta ir a la feria. Es la vida que a mí me gusta. De todas maneras, es una vida que se ve amenazada todo el rato. Vivo en Ñuñoa y paran un edificio horrendo, de 10 pisos, donde antes había 8 casas, solo por plata. No hay otra razón. Eso a mí me rompe el corazón. Pero mi hija los mira y me dice: "Qué feo mamá. Son más lindas las casas, ¿cierto?". Me importa que mis hijos sean niños que miren los árboles, que valoren y cuiden la naturaleza.

¿Te ha cambiado la maternidad?
Yo fui siempre muy intrépida. Me daba por hacer viajes sola: partía sin parche curita a cualquier parte; me iba a Medio Oriente y me caía del camello; me iba a la selva, me enfermaba de la guata y unos indios me ayudaban. Pero cuando nació mi primera hija llegó un amigo que me conocía muy bien y me dijo "bienvenida al mundo del miedo". Yo le respondí "ay qué pesado, qué amargado", pero tenía razón: apareció en mi vida el miedo de que alguna vez a estas personas les pase algo.
¿Y cómo eres para la crianza? ¿Los tratas de mantener lejos de algunas cosas, como la tecnología o la tele?
Creo muy poco en la rigidez. Mientras más rígidos y dogmáticos son los espacios, se da más corrupción, más perversión. Me he dado cuenta de eso con los casos de abusos que han salido a la luz en la Iglesia Católica. Creo que la flexibilidad te permite asumir tu individualidad, reconocer quién eres y darte cuenta que si no calzas con el resto no es algo malo ni está prohibido.
Pero supongo que te importa imponerles ciertas reglas.
Claro. Cuando armas una familia empieza la rutina y creo que eso es súper importante porque da la sensación de hogar. Es un colchón que te da un marco y creo que hace bien. Pero las reglas están hechas para romperlas. Está bien tenerlas en la medida que un día cualquiera también te den lo mismo. Bertoni dice que el humor es la flexibilidad en la vida. Tengo una mochila de frases en mi vida, y esa me encanta.
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