Por qué separar el yo del nosotros nos lleva a tener relaciones más sanas




El origen del mito de la media naranja surge en El Banquete, de Platón. Ahí, el filósofo mostraba las enseñanzas de Aristófanes, quien explicaba cómo al principio la raza humana era casi perfecta y eran esféricos como naranjas: “Todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación y todo lo demás en esta misma proporción”. Aristófanes decía que “los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses”. Y ante aquella osadía Zeus, cansado de sus aires de grandeza, decidió castigarlos. Los partió –tal y como naranjas– por la mitad con el poder de su rayo. Ya partidos, los seres andaban tristes buscando siempre a su otra mitad, y si alguna vez llegaban a encontrarse con ella, se enlazaban con sus brazos con el deseo de entrar en su antigua unidad, con un ardor tal que, abrazadas, perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra.

Según el mito, la condena de los humanos es la de buscar de manera constante a su media naranja, y que solo el verdadero amor los podría unir de nuevo, si es la mitad genuina, hasta convertirse en uno solo. Y aunque el origen de este mito no comienza muy bien, con una búsqueda desesperada de unión y enamorados muriendo de hambre e inacción, la idea ha calado hasta nuestros días.

Pero no es la búsqueda del amor el problema, sino que esa idea de “convertirse en uno solo” y “no querer hacer nada el uno sin el otro”. Así lo explica Carolina Aspillaga, doctora en psicología, investigadora y académica, cuando habla de la pérdida de la individualidad como una característica de las relaciones. “Nos han enseñado culturalmente que cuando estamos en pareja ojalá nos convirtamos en uno, que quedemos fusionados, porque esta fusión permitiría tener relaciones de mejor calidad, con un estatus más alto”, dice. Se asocia también a la idea de que el amor implica entrega total. “Entendemos que el hecho de entregarnos a la otra persona es un requisito que hace más probable que la relación funcione y que nos acerca al ideal de felicidad en pareja”, agrega.

Sin embargo, Carolina aclara que la individualidad es importante en una relación, porque los espacios individuales son los que nos permiten conectarnos con uno mismo, con los propios deseos y espacios de desarrollo y por tanto ser lúcidos respecto de lo que necesitamos. “Esther Perel, una psicoterapeuta y escritora belga, habla de que el deseo requiere que haya cierto grado de distancia de separación del otro, porque uno no puede desear aquello que posee o que es parte de uno. Y en ese sentido, para mantener el deseo, no solo sexual sino que de conexión con el otro, es necesario sentir que somos personas distintas y que elegimos juntarnos y tener cosas en común, pero que también tenemos nuestros propios espacios”.

Para eso es necesario tener claros cuáles son los propios límites y los del otro, pero también estar dispuestos a que se puedan negociar. “Es un error pensar que porque al principio de la relación los límites son de una manera, eso va a tener que ser así para el resto de la vida. Porque a lo largo de la relación uno va viviendo determinadas cosas que te hacen cambiar y es importante respetar esos espacios”, agrega Carolina.

Y dice que no es fácil lograrlo. “Por un lado el modelo de amor romántico plantea la creencia de que la fusión entre dos personas es lo ideal en una relación de pareja, pero por otro lado han aparecido imaginarios posmodernos que dicen que tenemos que ser independientes y cumplir los propios deseos, lo que genera cierta tensión. Se hace complejo lograr este equilibrio entre los espacios personales y estos deseos de individualidad que coexisten con los mandatos de fusión”. Lo complicado es que esto te puede llevar a ver los espacios personales del otro como una amenaza, y los propios también, porque puedes creer que por querer tener individualidad, la pareja se va a molestar.

En ese sentido la clave es la comunicación en la pareja e intentar mantenernos lúcidas o lúcidos cuando estamos enamorados. “Es la única manera de no poner a la otra persona antes que nosotras mismas. Porque con esta idea de fusión muchas personas dejan de priorizarse, descuidan sus amistades e incluso su vida profesional. Y lo grave es que cuando una relación en la que entregaste todo se termina, es mucho más difícil reconstruirse porque no quedan espacios de los que afirmarse”, concluye Carolina.

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