Distancia social en cuarentena: recomendaciones para no sentirse tan solo

Distancia social



En la prensa y en las conversaciones cotidianas hay un término que en las últimas semanas se ha masificado y que –hasta hace poco– era usado casi exclusivamente por los epidemiólogos. La distancia social denomina el esfuerzo consciente por reducir el contacto cercano entre las personas, con la finalidad de obstaculizar la propagación del COVID-19, pero no es la primera vez que se ha utilizado. Ya en las crisis sanitarias y pandemias previas al Coronavirus se había hablado de estrategias de mitigación social, con las que se buscaba detener –o por lo menos disminuir– el contagio en situaciones de alto riesgo como la que vivimos ahora. Sin embargo, nunca había calado tan profundo.

Y es que esta vez, más allá de las pautas establecidas por los Centros para el control y prevención de enfermedades y por la Organización Mundial de la Salud –que proponen reducir al mínimo las interacciones sociales, además de tomar ciertas precauciones y medidas preventivas– pareciera ser que la decisión por distanciarse es auto-convocada y no responde únicamente a lo impuesto por las autoridades.

Existe un consenso general en el que prima la responsabilidad social y se entiende que si bien las personas jóvenes y sanas que corren un riesgo menor no tienen por qué encerrarse, tienen que al menos alterar sus estilos de vida para no poner en riesgo a los demás. En este último tiempo, y teniendo de ejemplo a países en los que las medidas no fueron tomadas con suficiente anticipación, las personas han tomado la decisión consciente de asumir el estado de cuarentena.

¿Cuáles son las prácticas que se ven alteradas por la distancia social? Como explica la directora del Global Health Policy, Kalipso Chalkidou, las reglas del social distancing son variables, pero tienen que ver con disminuir las interacciones sociales lo más posible y, en caso de no poder hacerlo, mantener una distancia física con el otro durante el tiempo de interacción.

La Organización Mundial de la Salud recomienda que esa distancia sea de por lo menos un metro y que todo contacto físico en situaciones sociales –tales como dar la mano, saludar de beso y/o abrazos– sea evitado. Al disminuir las interacciones entre personas y con esa distancia agregada, las posibilidades de contagio son menores. Y si existe el contagio, el distanciamiento social puede reducir la posibilidad de propagación.

Aunque las restricciones varíen y algunos especialistas sean más drásticos que otros –algunos recomiendan no salir de la casa y otros sostienen que se puede hacer siempre y cuando no exista mayor interacción con otras personas–, todos concuerdan en que la distancia social es lo único que puede detener el virus. Pero detener los vínculos interpersonales tiene consecuencias psicológicas. Ruth Weinstein, psicóloga clínica de la Universidad Adolfo Ibáñez, propone que si bien este es un tiempo de aislamiento, nos estamos acercando de otras maneras. "Se trata de un alejamiento físico, pero de una cercanía en otras dimensiones. Estuvimos muy conectados durante mucho tiempo, pero en realidad estábamos desconectados en términos de comunicación. Ahora vamos a volver a comunicarnos de ventana a ventana, como lo han hecho en otros países. Vamos a llamar por teléfono y vamos a preguntarle al otro como está, en vez de solamente seguir sus historias por Instagram", asegura.

¿Qué efecto puede tener en nuestros vínculos esta rutina de distanciamiento social?

Lo fundamental en este caso es aprender a mantener nuestros vínculos cercanos de la manera que sea posible, a través de la tecnología o con actividades vecinales como se ha hecho en otros países. Si uno tiene vínculos profundos, no se van a ver perjudicados solamente por la distancia física. Porque las relaciones van mucho más allá de estar juntos en un carrete o en una instancia social. Si, por lo contrario, ese vínculo se pierde, quizás es bueno asumir que no se trataba realmente de una relación cercana. Creo que este es un buen momento para desarrollar y profundizar los vínculos sanos; inevitablemente, nos vamos a dar cuenta de quiénes son realmente los amigos y con quiénes queremos conversar. Se pueden cultivar conversaciones con personas que habíamos dejado de lado y nos podemos empezar a fijar en el vecino. Porque todos vamos a vivir este periodo de aislamiento de una manera distinta, y eso va ir variando de acuerdo a nuestra edad, rasgos de personalidad y nuestra situación de convivencia. Ciertamente para los padres y familias puede ser complejo y para una pareja sin hijos puede ser una instancia de conexión y de pasar más tiempo juntos. Los que van a estar en familia van a vivirlo de manera totalmente diferente a aquellos que están solos. Hay personas que son más vulnerables y que van a ser más proclives a sufrir de ansiedad y ciertos trastornos depresivos. Pero también es normal que esto pase. Hay que entender que es un momento de incertidumbre –que tampoco sabemos cuánto va durar– pero que hay que mantener la calma.

La distancia social propone medidas que nos alejan físicamente del otro, pero el ser humano es gregario y busca estar en comunidad.

Es un alejamiento físico, pero una cercanía de otra manera y en otra dimensión. En este tiempo de cuarentena vamos a empezar a valorar lo simple de la interacción con el otro. Estábamos muy conectados pero desconectados a la vez. Y quizás ahora volvamos a hablar por teléfono con nuestros padres que están lejos o con el amigo con el que no hablábamos hace mucho tiempo. Quizás ahora no vamos a dar por hecho que están bien solamente porque están activos en redes. En ese sentido, es curioso lo que se va dar; ciertamente van a haber consecuencias y a la gente vulnerable le va costar más, pero también vamos a poder profundizar ciertos lazos. A los que les cueste más este periodo vamos a tener que ayudarlos y uno debiese estar más atentos a ellos, preocuparse de no dejarlos solos. Efectivamente somos gregarios, pero en esta situación se nos pide ser gregarios de otra forma. Se nos está pidiendo cuidarnos entre todos. Estamos en una situación en la que o estamos todos juntos, por el bien de la humanidad, o no estamos en lo absoluto.

Es una instancia para crear comunidad.

Es una instancia para armar comunidad de una manera diferente, en la medida que sea posible. Si sabemos de alguien que está solo, este es el minuto para llamarlo. Si hay un vecino que es mayor, este es el minuto para ayudarlo en sus trámites y hacerle alguna compra tomando todas las precauciones. Que sienta que exista otro. Aprovechemos que estamos todos en las mismas.

¿Es también una instancia para reflexionar respecto a nuestra dificultad de estar solos?

Por sobre todo es una instancia para evaluar nuestra manera de generar vínculos. Los jóvenes de hoy crecieron con la noción de que todo es inmediato, todo es accesible y está al alcance. Crecieron con mucho estímulo y ciertamente una vida en cuarentena puede parecer abrumadora. En esta era de híper conectividad, todo es sobre el otro, sobre cómo el otro nos percibe, sobre compartir con otro aunque sea de manera virtual. Es importante darle tiempo al ocio, al aburrimiento. Y aprender a estar en soledad. Porque no saber estarlo incide en cómo nos relacionamos con el resto.

¿Cuáles son algunas recomendaciones para que las prácticas de distancia social no alteren de sobremanera nuestra cotidianidad?

Esto varía dependiendo de las edades y las situaciones de convivencia; si se vive solo, en pareja o en familia. Pero en general, en la infancia es de suma importancia mantener los horarios y las rutinas. Independiente de que no se vaya al colegio ni al parque, como madres y padres tenemos que despertarlos temprano, bañarlos y tratar de replicar lo más posible sus días normales. Hay que hacerles juegos, se pueden hacer noches de película o lectura y, por sobre todo, hay que hablarles con honestidad, pero sin asustarlos. Para los adolescentes, el distanciamiento social va ser un poco más difícil porque las amistades y los vínculos se vuelven importantes y cumplen un rol en la configuración de la identidad. Como todavía no tienen sus personalidades resueltas y esos vínculos son aun poco consolidados, existe el miedo de perderse de cosas, el Fear of Missing Out. A las mamás y papás les va costar un poco más que mantengan las rutinas, pero hay que intentarlo igual. Los adultos, en cambio, tienen que aprender a separar sus horarios y tienen que ser muy rigurosos con esos límites. Es difícil lograrlo cuando no hay un espacio físico que delimita lo laboral de lo personal, pero ese es el gran desafío. Es importante despertar, hacer la rutina matutina, incluso vestirse como si estuviéramos yendo al trabajo y en la tarde desconectarse, dejando claro ese término. Y, por último, para los adultos mayores, que son población de riesgo, la situación es compleja. No tienen la posibilidad de moverse y muchas veces, además de solos, se sienten en desmedro. Pese al aislamiento, a ellos no hay que olvidarlos. Porque una cosa es estar solos físicamente, y otra cosa es sentirse solos. Esta es una instancia para conectarse intergeneracionalmente. Cultivemos esos vínculo y hagamos un esfuerzo colaborativo por derribar los cercos que nos separan del vecino.

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