¿Vivimos las mujeres en un permanente e invisible toque de queda?




Hace algunas semanas el medio @devermut planteó esta pregunta en una publicación en su cuenta de Instagram. En ella dicen que uno de los principios básicos en democracia es la libertad de movimiento o circulación; que está dentro de los derechos humanos. Sin embargo, al parecer las mujeres y los hombres no tenemos la misma libertad de circulación. Y lo argumentan con cifras. Como un estudio de movilidad hecho por RACC en la ciudad de Barcelona, que investiga cómo se mueven por la ciudad los hombres y mujeres: de día el 53% de hombres y el 54% de mujeres escogen ir a pie, sin embargo de noche las cifras cambian a un 41% en el caso de los hombres y un 26% en el de las mujeres ¿Libre elección o toque de queda?

Desde el comienzo de la pandemia llevamos un año y ocho meses con esta medida, una decisión polémica que ha generado debate y ha puesto sobre la mesa la libertad de movimiento como un derecho de las personas. Pero después de ver estas cifras, vale la pena preguntarse si todos y todas siempre hemos tenido este derecho. Para la Doctora en Ciencias Antropológicas y Post-doctorada en Geografía Humana por la UAM Iztapalapa, Paula Soto, esto no está tan claro. Su principal tema de investigación es la relación entre la ciudad, la movilidad y el género. Dice que la idea de confinamiento doméstico durante la pandemia para muchas mujeres no tuvo nada de novedoso. “La principal figura de territorialidad de género ha sido la sobrehabitación del espacio de la casa. La experiencia corporal del espacio no es solo diferente sino asimétrica entre hombres y mujeres en tanto implica la incorporación de mandatos sociales de género que se encarnan en el movimiento y uso del espacio. Por lo tanto, la presencia de las mujeres en el espacio público siempre ha estado condicionada mediante el miedo a la violencia sexual en la calle, un mecanismo de control de los cuerpos de las mujeres”.

Y no es algo que ocurra sólo en España. En Latinoamérica también hay estudios al respecto. Uno de ellos es Ella se mueve segura (2019), un estudio sobre la seguridad personal de las mujeres y el transporte público en tres ciudades de América Latina: Quito (Ecuador), Buenos Aires (Argentina) y Santiago (Chile). Ante la pregunta: ¿Qué les preocupa más a las mujeres cuando viajan? Se identificaron varios aspectos típicos que generan una sensación de inseguridad. El miedo a ser acosadas supera por lejos los otros aspectos en las tres ciudades, y viajar sola era el segundo factor de preocupación más alto en cuanto a seguridad. Viajar de noche, cuando está oscuro, y ser responsable por otros también se evidenciaron como áreas clave de preocupación.

Por ejemplo, entre los aspectos que generan inseguridad en el sistema de transporte en Santiago se muestra que el viajar sin luz de día, en micro, representa para los hombres cerca de un 25% de inseguridad, sin embargo, en el caso de las mujeres, esa cifra sube a cerca de un 48%. “En un grupo focal en Santiago, se evidenció que las mujeres han establecido un toque de queda silencioso: un horario a partir del cual no viajan solas. Éste coincide con su modo de transporte. Algunas descartan viajar en absoluto desde horas tan tempranas como las 7 a.m., pero la mayoría reflejaba toques de queda personales asociados con su modo de transporte usual, alrededor de las 10:30 p.m. para el Metro y un poco más tarde para los buses. Las horas más tardías para viajar las reportaron las usuarias de bicicleta. Se sentían libres de viajar pasada la medianoche, principalmente porque no requieren esperar en lugares solitarios y por contar además con suficiente maniobrabilidad para evitar situaciones potencialmente peligrosas”, dice el estudio.

“Llama cuando llegues”, “no te vuelvas cuando esté oscuro”, “no camines por lugares solos”, “anota la patente del taxi o manda un pantallazo del uber”, son algunas frases comunes entre mujeres y parte de sus propias estrategias para resguardarse. Porque ellas, sin importar la edad, suelen sentir miedo en la ciudad. La IV Encuesta Nacional de Violencia contra la Mujer en el Ámbito Intrafamiliar y Otros Espacios, que se dio a conocer en 2020 reveló que 2 de cada 5 mujeres (un 41,4%), señalan que han sido víctimas de violencia alguna vez en su vida. Ese miedo en los espacios públicos tiene un impacto considerable en la vida cotidiana: las mujeres deben preferir permanecer en lugares cerrados y resguardados, evitan calles, parques, plazas, vehículos y áreas de transporte público, especialmente por las noches. Incluso influye a la hora de planificar hacer actividades físicas como correr o andar en bicicleta.

“Claramente el miedo y la violencia sexual en el espacio público constituye un obstáculo para las mujeres en su ejercicio del derecho a la movilidad, es decir, limita la accesibilidad en igualdad de condiciones a los sistemas de movilidad. Se produce una ‘movilidad restringida’, que está asociada al cambio de rutinas, cambios de medios de transporte, usar determinada ropa, andar acompañadas, evitar salir de noche, gastar más tiempo y dinero por seguridad, y a un estilo corporal de ‘andar alerta’, rápido, como si el cuerpo estuviera fuera de lugar. Creo que el miedo lo que hace es asegurar la existencia espacial de género”, agrega Paula Soto.

Y concluye: “El gran problema de la violencia sexual en el espacio público es que las mujeres interpretan el riesgo de sufrir violencia sexual como un problema personal, es decir, se espera que sean ellas las responsables de su propia seguridad. Además, las mujeres que intentan sortear la inevitabilidad de la violencia masculina asumen estrategias individuales de manejo del miedo (cambiar hábitos, llevar objetos de defensa personal, enfrentar al agresor) y muy pocas veces la denuncia formal. Creo que a nivel de legislación, la ley que sanciona el acoso callejero es un avance, pero las políticas públicas deberían orientarse a trabajar en la prevención de la violencia, involucrando a la comunidad, a los testigos, y a las propias mujeres para denunciar. Es un problema que tiene una naturaleza cultural y política que se sustenta en la idea del dominio masculino del espacio público y por lo tanto las respuestas deben ser de la misma naturaleza”.

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