¿Y si democratizamos la leche materna?




Que una mujer le dé leche a la guagua de otra es una práctica antigua. Desde nodrizas hasta procesos de pasteurización, todo el proceso ha evolucionado a través de los siglos, pero lo que no cambia, es el vínculo humano que se crea ante la misión de alimentar a un recién nacido. Jazmín Lagos (37) lo consideró un milagro cuando con 16 años, vio nacer a su primer hijo para después dejarlo ir rápidamente, porque le diagnosticaron sobreparto y la internaron en una sala de aislamiento en el hospital para que se pudiera recuperar de las náuseas y dolores de cabeza.

El estrés afectó inmediatamente su capacidad de dar leche. “Mi hijo me venía a ver al hospital porque en ese entonces, se alimentaba solo a base de fórmula. Al llegar a mi lado, comenzaba a llorar con tal dolor que un día, entre los gritos, una mujer desconocida entró a la pieza de aislamiento para ver qué estaba pasando. Ella se estaba quedando en otra pieza porque había tenido a su hijo recién. Vio llorar a mi niño y sin ahondar en las razones, me dijo si quería que me regalara de su leche para calmarlo, que ella tenía demasiada”, comienza a contar Jazmín.

“Eran principios de los 2000, yo no sabía nada sobre los beneficios de la leche materna —y en esa época tampoco se hablaba de ello— pero sí tenía la intuición de que eso lo calmaría. La mujer llegó con una botella llena de leche amarilla, hermosa, abundante, y así, durante 15 días, ella fue su ‘mamá de pechuga’. Han pasado 21 años y sigo en contacto con ella”, continúa.

Tiempo después, Jazmín le contó a unas amigas que eran enfermeras lo que había sucedido. Ellas le advirtieron sobre lo peligroso que había sido lo que había hecho, pues donar leche era igual que donar sangre: vital, pero tremendamente riesgoso por las enfermedades que se pueden traspasar a través de los fluidos. De hecho, esa fue la razón por la que a comienzos del nuevo milenio, nuestro país no tenía ningún banco de donación de leche materna.

“Fue para el año ‘88 que el boom del VIH terminó con todos los bancos de leche que existían en varios hospitales del país para prevenir la transmisión del virus”, cuenta la neonatóloga del Hospital Sótero del Río, Patricia Mena. “Después del 2000, solicitamos al Instituto de Salud Pública que evaluara la posibilidad de hacer un banco chiquitito para al menos, poder mejorar la tolerancia alimentaria de los niños que más lo necesitaban”. No fue hasta el 2015 en que pudieron reiniciar conversaciones que se habían quedado estancadas con el Ministerio de Salud para que se eliminara la prohibición de donar leche. Patricia lo logró presentando literatura avanzada que venía desde Estados Unidos para comprobar que, mediante el proceso de pasteurización, el virus quedaba inocuo en la leche. Y así volvió a abrir el que hasta hoy sigue siendo el único banco de leche materna en Chile.

Patricia volvió al Hospital Sótero del Río y buscó a Graciela Lavanderos (41), matrona de lactancia de la neonatología. Cada una tomó su auto y comenzaron a recolectar la leche de las distintas donantes que empezaron a aparecer luego de que se corriera la voz. En esa época Graciela estaba amamantando a su propio hijo, aunque su refrigerador estaba repleto de botellas de leche ajena que luego llevaría al hospital. “No nos cabía ni nuestra propia comida de la cantidad de botellas que habían en la casa, pero hasta el día de hoy esto es para mí una bandera de lucha contra la discriminación al nacer. Significa aportar a la equidad desde los primeros días de vida del ser humano que nace sin la posibilidad de ser amamantado por su madre ni de tener la misma posibilidad de beneficios que esta alimentación entrega”, explica.

El hilo que une a las madres

“Los beneficios de la leche materna se conocen hace poco tiempo”, explica Patricia Mena. “Hay muchos efectos que están recién dilucidándose, como por ejemplo, que la leche aporta al desarrollo de la sustancia blanco cerebral o que protege de los problemas pulmonares crónicos. Pero el aspecto más importante y documentado es que la leche reduce la enterocolitis necrosante, una patología que es una pesadilla neonatal, sobre todo infantes con cardiopatías, problemas gastrointestinales o prematuros”.

El 14 de agosto, Alejandra Terán (37) dio a luz a sus trillizas que nacieron de 28 semanas y pesaban menos de 900 gramos. El embarazo estaba provocando que la leucemia con la que vive se agravara, lo que obligó a los médicos a sacar a las niñas antes de tiempo. “Apenas nacieron, vino a verme la matrona del banco de leche. Mi cuerpo aún no asimilaba que había dado a luz y no tenía calostro. Ella me explicó que primero les darían alimentación parental por lo pequeñas que eran pero que de todas maneras, podían usar un milímetro de leche materna donada para ponérselas en sus boquitas y que pudiesen sentir y acostumbrarse a la lactancia. Le dije que sí inmediatamente”.

Las niñas estuvieron 106 días hospitalizadas. Durante las primeras semanas el equipo del banco ayudó a Alejandra a sacar un poco de leche de su pecho, pero ésta alcanzaba para alimentar solo a una de las tres, por lo que la leche donada, seguía siendo crucial. A pesar de todo, ella cuenta hoy que nunca pensó que podría lograr alimentar al menos a una de sus niñas. “Eso para mí fue hermoso hasta las lágrimas. Todos salió mejor gracias a esta ayuda ante tanto estrés, y sé que la alimentación de mis niñas fue un trabajo en equipo entre muchas mujeres”.

El banco ha recolectado más de 86 litros de leche materna y alimentado a cerca de 300 niñas y niños de riesgo solo durante el 2023, porque según cuenta la doctora Patricia Mena, “no daríamos abasto para todos los que pueden llegar a necesitarla aunque no estén en condiciones extremas”. El banco sigue siendo el único de Chile, y aunque hace tres años comenzaron a proveer al Hospital de La Florida y al Hospital Padre Hurtado, aún no hay información que confirme la apertura de nuevos lugares ni en Santiago ni en regiones.

“Hubo conversaciones para abrir más bancos pero con la pandemia, todo se estancó”, dice Graciela Lavanderos. “La salud tiene muchas prioridades y lo sabemos, pero a lo mejor, en términos de alimentación neonatal, estamos gastando más en medicamentos que podríamos evitar, si consideráramos los beneficios de la leche materna e invirtiéramos en promocionar la donación. Yo creo que podríamos salvar a los niños antes de que necesitaran un medicamento más caro”.

El impedimento para expandirse, según las especialistas, es la falta de recursos económicos, pero la clave para impulsar la necesidad de tener más bancos, es que los beneficios que da la leche materna son los mismos aquí y en cualquier clase social. “En eso, el rol de las donantes es clave”, agrega Graciela Lavanderos. “La misma leche que le va a llegar a un niño con recursos, le puede llegar a uno cuya madre no tiene acceso a entregarle una mejor alimentación”.

Cerrar el círculo, y ser donante

Karina Aros (37) estaba de viaje en el sur con su marido cuando descubrieron que su hijo de tres meses de edad, tenía una alergia alimentaria. Solo conocían los síntomas, pero no las causas, a lo que la inmunóloga y la nutricionista le dijeron que tenía que suspender la alimentación con la leche que había estado almacenando para construir su propio banco en casa antes de volver a trabajar.

“Ese periodo fue súper sensible para mí, y botar la leche significaba mandar parte de mi vínculo con mi hijo a la basura. No pude cumplir con el ideal de dársela, así que tuve que buscar algo para hacer con ella. Cuando ofrecí mi leche en el grupo de Whatsapp que teníamos con mi asesora de lactancia, me contaron que existía el banco de leche materna”, cuenta Karina.

“Cuando una está embarazada puede idealizar el futuro, pero creo que con la leche, esa frustración se desvanece al darse cuenta de que lo que se está donando es algo muy valioso, que puede darle más y mejor salud a un niño, dice Caroline O’Shee, la asesora de lactancia de Karina, educadora prenatal y fundadora de Aldea Mamá. “Es un gran símbolo de generosidad entre mujeres que puede movilizar a una madre a donar y a otra a ser receptora”.

A la casa de Karina llegaron dos técnicos en enfermería que se encargarían de llevar la leche al banco del hospital. El proceso había comenzado por correo electrónico, luego con una entrevista telefónica, y finalmente, con un examen de sangre que le harían al momento de retirar la leche. Una vez que llega al banco, la clasifican por donante y por fecha, se analiza en el laboratorio para ver cuántas grasas, proteínas, lactosa y nutrientes en general tiene, y con esos datos, la leche se le administra a una niña o niño prematuro según lo que necesite.

Para donar, al igual que con la sangre, hay requisitos e impedimentos. “Los más comunes son que las mujeres no vivan en la Región Metropolitana ni que tomen medicamentos —menos Eutirox o Levotiroxina para tratar el hipotiroidismo—”, explica Graciela Lavanderos. “A pesar de que hoy se sabe que la mayoría de los medicamentos son compatibles con la lactancia, no hay suficiente literatura que dé la seguridad de que no afecten a niños tan pequeños —que por su condición de prematuros, pueden llegar a pesar menos de 500 gramos—”.

La especialista agrega que ninguna enfermedad crónica es compatible con la donación de leche, tampoco las madres se pueden haber hecho piercings o tatuajes hace poco, ni haber tenido más de una pareja sexual sin preservativo durante el último año, porque es crucial impedir que las enfermedades se puedan traspasar a través de los fluidos. Anticonceptivos y vitaminas sí son aceptados. Las alergias alimentarias o las dietas de exclusión también pueden serlo.

Toda esta información es crucial antes de la donación. “Varias mamás están solicitando más información para este proceso y es crucial saber cuáles son los requisitos desde un inicio. Puede que esté toda la intención y también la cantidad de leche, pero que finalmente la donación no pueda concretarse”, agrega Caroline O’Shee.

A Karina le queda un poco de leche en el congelador porque no ha sido fácil dejar esa botella ir. No hay que olvidar que la lactancia está absolutamente permeada por la emocionalidad, y si bien para ella fue un sistema práctico el de la donación, ahora “la leche que queda, es el recuerdo de esa etapa dulce y agraz que fue tan importante para mí”, dice. Con esas últimas gotas, se hizo un collar de leche materna. Para no olvidar.

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