Dos años de pandemia: ¿Conectados o intermitentes?

Tras dos años de confinamiento y virtualidad para sostener el trabajo, las amistades, el aprendizaje y el ocio en un precario equilibrio anímico, ¿seguiremos viviendo en línea en esta relativa normalidad? ¿Cómo nos adaptamos al retorno y qué huellas quedan en nuestros hábitos ligados a la tecnología?


Caso uno. Para Paula y su hijo adolescente la televisión nunca ha sido una presencia en el hogar, y cuando empezó la pandemia tampoco sintieron la necesidad de contar con un aparato en el encierro. Por supuesto, manejan pantallas, incluyendo computador y celular. Con la pandemia en pleno avance restringiendo severamente la movilidad, y apañada de suficiente comida para la semana, Paula llegó a un punto en que no quería salir. El enclaustramiento despertó otras necesidades, como contratar plataformas digitales para cine y series, lo que a su vez obligó a mejorar la conexión de Internet.

“Te cobijas tanto en el lugar, que te quedas ahí sin ninguna necesidad de moverte”. “Para qué”, continúa, “si tenías todo”.

Paula combatió el encierro sacando provecho a rutinas de ejercicios en YouTube, junto con subir y bajar escalas desde el piso 17 en el edificio donde reside, en el centro de Santiago. En cambio, el hijo subió de peso y el teléfono se convirtió en una extensión de su cuerpo, como sucede con la mayoría. “En el verano logré que leyera un poco más en las vacaciones, pero estaba pegado a la pantalla”, relata.

Por otro lado, ve más películas, utiliza distintos formatos de mensajería -”ya no es el WhatsApp”-, y ve con los amigos cintas en línea en sus respectivas casas.

Bajo esta nueva normalidad de mascarillas y aforos, Paula pretende marcar punto aparte. Lee libros en formato tradicional, por ejemplo, para disminuir el tiempo en pantalla. “Sigo haciendo reuniones por Zoom, pero le estoy dando más valor a salir”, cuenta, “y contactarme con más gente porque de repente no converso, puedo estar todo el día trabajando sola en la casa a puro Zoom y WhatsApp, hablando apenas con el gato”.

Caso dos. Guillermo es guionista, vive con su pareja y el hijo de ella en un condominio de Ñuñoa. La comunidad tomó drásticas medidas durante los días más álgidos de la pandemia: nadie podía salir y los niños jugarían entre ellos para combatir el encierro. “Hacíamos pan, bebíamos”, resume Guillermo. El único vecino que osó romper las reglas yendo a la farmacia de la esquina, fue sancionado. “No se podía juntar”.

“Ahora no carreteo, harta comida a pedido, he ido una sola vez al cine. Salgo la nada y me acostumbré a eso”.

La vida online fue una transformación en el hogar. Su compañera ejerce como jueza y la casa se transformó en un estrado virtual. “Atiende juicios, condenas, reemplazo en tribunal de familia, todo en línea”, detalla, “mientras yo he tenido atados de pega con gente que jamás he visto”.

“De alguna manera, uno se acostumbra a ser un hámster”.

Para Guillermo, si Internet “ya era el agua, ahora es el aire”. Aumentó exponencialmente su consumo de podcasts y compró audífonos de buena calidad como nunca antes en su vida para distintas tareas, junto con instalar otro televisor en la planta baja. “Partimos la pandemia con Netflix y HBO”, rememora como si hablara de un tiempo muy lejano. “Ahora tengo todas las plataformas y no veo nada”.

Religiosos y místicos

Los psicólogos Miguel Reyes y Solange Anuch, difieren sobre la celeridad de este proceso asumiendo una nueva normalidad, a partir de este mes de marzo, donde los trabajos mayoritariamente volvieron a ser presenciales, así como los colegios y universidades. Para Reyes, que además es psicoanalista, el ser humano se distingue por su capacidad de adaptación. Por el mismo motivo, considera que retomaremos la vida cotidiana “mucho más rápido de lo que nos podríamos imaginar’'.

“Obviamente hay un periodo de transición con miedos asociados al contagio”, explica, “muchas personas siguen con esa idea, de cuidarse mucho con los aforos”. A su juicio, el regreso de los escolares resulta clave en la reactivación del movimiento.

Por el contrario, Solange Anuch cree que sobreviene un periodo adaptativo más pausado y conveniente a ese ritmo, para comprender lo que ha sido esta condición mundial durante un par de años: “Será un lento periodo de revisión, de síntesis, para darle un significado a la experiencia que hemos vivido todos”.

Anuch también considera pertinente una cierta alerta. “Todavía es bueno tener la certeza de que vamos a estar en cambios constantes”, advierte. “No sabemos cuál es el destino que va a tener el Covid u otro virus. Pero esta experiencia ha sido un tremendo aprendizaje para la humanidad entera”, agrega.

Para Miguel Reyes, hay algunas consideraciones respecto de cómo estamos regresando a la cotidianidad: el retorno depende también de la manera en que enfrentamos la crisis sanitaria mundial. “La rapidez con la que nos integramos”, dice, “está en íntima relación con la capacidad que tuvimos de adaptarnos cuando esto comenzó”.

Las personas de carácter más flexible, con mayor confianza en sí mismos, estima, deberían superar más rápido el proceso de retorno. Por el contrario, “la gente más rígida, la que más demoró en adaptarse a la pandemia, le resultará más difícil”.

En este grupo caben los antivacunas y aquellos proclives a los entendimientos religiosos y místicos. “Son personas con dificultades de adaptación, porque están viendo cosas que en principio la mayoría no ve”, observa el psicólogo y psicoanalista. “Tienden a suponer que están percibiendo una verdad oculta distribuida que ningún mortal se da cuenta. Les cuesta la adaptación, se refugian en sus grupos de intereses y se retroalimentan entre ellos mismos. No se abren a que ingrese información nueva”.

Hay otras variables a considerar, según Reyes, en este escenario donde se han relajado las restricciones, donde la población arrastra secuelas producto de un aumento de síntomas depresivos, en el consumo de alcohol, y de la violencia intrafamiliar. “Hay ciertos retrasos cognitivos en los niños por no tener clases presenciales”, suma el profesional de la salud mental, “mientras los ancianos han envejecido más rápido, porque han estado aislados mucho tiempo, y ese factor acelera el envejecimiento, te hace sentir menos útil”.

Miguel Reyes también menciona la situación de los adolescentes bajo confinamiento, como otro grupo etáreo particularmente afectado. “Hay un cuerpo sano, con energía, que quiere correr un poco de riesgo”, describe, “y ese adolescente se tuvo que encerrar durante año y medio. Esa gente sufrió bastante. Lo veo en los pacientes, cabros de 15, 17 años, pegados al computador, qué lata. Los adultos se lograron adaptar un poquito mejor”.

En opinión de Solange Anuch, la experiencia de niños y jóvenes en esta crisis global depende de la manera en que los adultos manejaron la situación. Por lo mismo, cree que los padres son fundamentales en esta reinserción. “Nos toca regular el camino de vuelta, el camino del reencuentro. Las cosas no son iguales, y no se puede volver de un día para otro a tener los mismos rendimientos”, apunta.

“Hay otro tema que es importante dentro de lo que viene después del confinamiento”, continúa, “porque a muchas personas les ha cambiado la vida en este periodo. Entonces, creo que en lugares como colegios, instituciones, es importante ponerse al día con los equipos, qué pasó, cómo están, porque muchas personas atraviesan duelos. No ignorar como borrón y cuenta nueva”.

Zoom in, Zoom out

Entre las interrogantes de esta nueva fase, superando progresivamente los efectos pandémicos, acaso seguiremos tan conectados a espacios virtuales y pantallas como nos hemos acostumbrado, tanto para relaciones laborales como afectivas.

“Hay herramientas que evidentemente se van a quedar”, opina Miguel Reyes. “Zoom existía hace tiempo, estaba subutilizada y ahora la usamos para todo. Ese tipo de dispositivos agilizan ciertos procesos de desplazamientos geográficos, de reuniones en otros países”.

Sin embargo, tampoco es la panacea total, observa el psicólogo, en áreas como la docencia tradicional en colegios. “En un posgrado no es tanto problema porque la gente ya está formada. Pero el adolescente, que necesita un patio y el contacto con el otro, eso Zoom no te lo da, la presencia del cuerpo”, señala.

Solange Anuch habla de “fortuna histórica” por con esta clase de soportes para mantener los lazos sociales. “Evidentemente no reemplazan el contacto directo, pero por Dios que ayudaron a que la sensación de aislamiento no crezca. Ahora, ¿esta vida digital se queda o se va? Estamos en el momento en que se está tratando de regular la interfaz entre lo digital y lo presencial”.

En este punto, Solange Anuch coincide con Miguel Reyes sobre cómo aspectos de la virtualidad impuesta durante la pandemia han demostrado un valor indiscutido. “Está clarísimo, desde un punto de vista bien lógico y concreto, que hemos descubierto que hay tareas que son mucho más rápidas, más efectivas y a menor costo, cuando se realizan digitalmente. El porcentaje de actividad presencial que teníamos, va a ser menor”.

“La idea”, prosigue, “es ir moderando lo que es mejor para el rendimiento laboral y la familia. Esa interfaz, insisto, todavía está en estudio. Pero evidentemente nuestros mundos no van a ser los mismos”.

La experiencia de retorno de Guillermo da la razón a Solange Anuch. “Mi pega antes consistía en que te vieran como guionista, ir a rodajes, productoras”, rememora nuevamente como reconstruyendo una época muy pretérita. “Todo eso, ya no. Pero las reuniones por Zoom nunca acabaron”.

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