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Adiós Candy Shop

Se ha promulgado la nueva Ley de Alimentos, la más estricta del mundo al parecer. Un recorrido por el supermercado es ahora una galería sin fin de Discos Pare negros. Ni una inocente galleta de agua se salva. Previsiblemente el exceso hará difícil discriminar y finalmente serán parte del paisaje. Sólo la fruta, la verdura y los pasillos de los desodorantes,  detergentes y  desprestigiados papeles confort estarán ausentes del festival del Disco Pare.

En el aspecto emocional está el tema de los kioskos de los colegios. Mis hijas se quejaron amargamente de que el “Candy Shop” de su colegio, nombre gringo pero que sugiere alegría e inocencia, ya no volverá a ser el mismo. Por décadas fue testigo de las caras alegres de niñas que, con algunas monedas muy bien guardadas, miraban detenidamente y elegían un dulce para compartirlo con sus amigas.

Ya eso no será más. El Candy Shop sólo sabrá de manzanas y queques de arroz. Porque el Estado determinó que los niños ya no podrán volver a comprar dulces. Porque vela por su bien. Por sus caries, por sus kilos, por su salud.

Y el Candy Shop ya nunca más estará lleno de colores, formas y papeles brillantes. Los niños ya no soñarán nunca más con bolsas llenas de dulces que guardan como tesoros y que les enseñan el valor de la generosidad y la amistad. Al igual que miles de kioskos en Chile, pasará a ser algo así como una estación de alimentación, donde es posible elegir comida de un solo tipo: sin Discos Pare negros.

Más allá de las buenas intenciones, parece exagerado. El razonamiento: como los padres no pudieron educar, ni los colegios tampoco, es el Estado que debe intervenir. Parece invasivo. El sentido común indica que el exceso de calorías difícilmente se genera en el colegio. Es poca y nada la plata que los niños andan trayendo en los bolsillos. ¿Con esta lógica también se prohibirán las piñatas llenas de dulce en los cumpleaños?  ¿Correrán los niños con la misma alegría por atrapar manzanas, peras y queques de arroz?

Lo que es más extraño es que muchos de los impulsores la Ley de Alimentos opinen tan liberalmente en otros temas. Vamos viendo: está bien que los estudiantes los estudiantes ejerzan su derecho a protestar. Pero no pueden ejercer su derecho a comprar dulces. Es legítimo que se tomen el colegio por una buena causa. Pero no es legítimo que tomen entre sus manos una Negrita en el kiosko del mismo colegio. Es bueno que se despenalice la marihuana, a sabiendas que subirá el consumo adolescente. Pero el tráfico de Super 8 en el colegio será sancionado. Suena raro. La más polémica de todas: apoyan la despenalización del aborto, donde está involucrado  a un niño. Uno que nunca necesitará ser protegido de ser expuesto a un kiosko colegial con repisas llenas de colores  y sueños azucarados.

Que no se malentienda. Yo reciclo. Odio la comida chatarra. Hago a mis hijas comer sano. Apoyo varias de las medidas liberales recién enunciadas. Es por eso mismo que jamás le quitaría a un niño la posibilidad de elegir. De tomar sus propias primeras decisiones. De llegar trabajosamente a la ventana de un kiosko, sintiendo la presión de los que están detrás gritando por su turno. Y en un acto de libertad suprema y soberana indicar, con un dedo decisivo, si prefiere una saludable manzana a un detestable dulce.

El autor es panelista de Información Privilegiada, de Radio Duna.

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