Exigit sincerae devotionis affectus

La Cámara de Diputados ha aprobado, en tiempo récord, la Reforma Tributaria. El apoyo logrado por la iniciativa y la velocidad de su tramitación se basa, al menos en el discurso público, en dos peligrosas premisas:
1) El voto mayoritario obtenido por la Nueva Mayoría implica un acuerdo, a nivel de detalle, con todos y cada uno de los puntos planteados en el Programa.
2) Los parlamentarios de la lista triunfadora deben cuadrarse a rajatabla con los planteamientos del Programa, sin cuestionarlos. Si lo hacen, serán acusados de alta traición.
El primer razonamiento implica, en el mejor de los casos, una dosis de cinismo. En el escenario más preocupante, se trata de simple y llana estupidez.
Si alguien piensa que la mayoría del electorado leyó el Programa, definitivamente perdió el juicio. Si cree también que es capaz de entenderlo en detalle, no se explica la urgencia de una Reforma a la Educación: los chilenos somos todos genios. Por último, si se cree que el Programa se vota como un monolito, un cuerpo indivisible frente al cuál sólo queda manifestarse con un cero o un uno, sin matices, no están entendiendo nada de las complejidades de gobernar ni de la lógica de la democracia.
En la segunda máxima está implícito el suicidio voluntario de uno de los poderes del Estado. Es, además, en una siniestra hipótesis, el fin de las opiniones individuales vía la amenaza: el inicio del terror.
Es un secreto a voces que muchos políticos sencillamente no entienden a cabalidad ni siquiera lo que es el FUT. Menos pueden entonces tener una opinión respecto a las implicancias de su eliminación. Así de simple. Probablemente la mayor parte de los que aprobaron debe tener dudas. Todo el mundo tiene dudas. Pero se las callaron: las falsas premisas indican que había que asentir o ser quemado en la hoguera. Y eso habla muy mal de nuestras instituciones.
La democracia se basa en la independencia de los poderes del Estado. El mandato que de verdad tienen los parlamentarios no es cuadrarse con nadie, sino legislar en base a su mejor criterio y a sus convicciones profundas. Para eso existen y para eso les pagan.
Si esta Reforma, cuestionada por moros y cristianos, con tantos hoyos y contradicciones, que ha perdido por paliza la discusión técnica e, increíblemente también en la mediática, pasa colada por el Senado, la verdad es que hay que cuestionárselo todo. Porque el Parlamento simplemente no agrega valor, no sirve. Ha sido capturado por el miedo como organismo colectivo y por la renuncia a nivel individual.
“Requiere sincera devoción” se llamaba la bula papal que dio origen a la Inquisición. Ahí se terminó la sensatez. Por un rato. El título suena estremecedoramente actual.
*El autor es panelista de Información Privilegiada, de radio Duna.
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