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"Juntémonos como a las tres"

Los chilenos somos burocráticos, apegados a formalismos ridículos, y tenemos una fascinación enfermiza por los legalismos: fotocopias legalizadas, declaraciones juradas, autorizaciones notariales, títulos homologados, etcétera. Y lo peor, una fijación freudiana por agregar timbres y estampillas a todo certificado con la idea estúpida de que parezca más legítimo. Paradójicamente, esta manía por los procedimientos de forma va acompañada por una impresionante falta de precisión al expresarse. El chileno cultiva y valora la falta de claridad en el lenguaje -cuando no el descuido o desprolijidad- de la misma forma que un fauvista celebra el color o Hitchcock el suspenso.

Nuestra cultura de e-mails lo evidencia. Acabo de limpiar mi Inbox para empezar el año sin nada pendiente. Los e-mails en inglés que tenía eran todos precisos y al grano. Ninguna palabra de más. Cosas como ésta: “I have attached the report”. Sin embargo, gran cantidad de e-mails en castellano partían con el consabido “Junto con saludarlo y esperando se encuentre bien… bla… bla…” y continuaban diciendo en 30 palabras lo que se podía decir en diez. Además, borré cinco e-mails en castellano que proponían fechas imposibles (por ejemplo, martes 12 de noviembre cuando en realidad el 12 era lunes). Y detecté tres e-mails, también en castellano, para fijar un almuerzo o reunión, pero que sólo especificaban hora y día, pero no lugar.

Esta falta de precisión también se extiende a nuestra literatura. Jorge Edwards en “Los círculos morados” menciona Quinteros (el balneario es Quintero). También usa el término “come il faut”, en vez de “comme il faut” (un faux pas imperdonable en nuestro embajador en París). Y en “Los detectives salvajes” de Bolaño, dejando de lado los méritos de esta gran novela, los malos se arrancan en un Ford Impala (algo imposible, dado que el Impala es Chevrolet).

Esta informalidad además se ve en cosas más importantes. Hace algunos años se promulgó una ley sobre los feriados, tan mal escrita que nadie la pudo interpretar con certeza. Hasta que los mismos autores la tuvieron que rectificar algunos días después. Nuestro conflicto con Perú, hasta cierto punto se deriva de esa misma falta de precisión: el Tratado de 1929 fijó el límite terrestre, pero olvidó referirse a la frontera marítima. Y la Declaración de 1954 (según Chile un “tratado limítrofe”) curiosamente se titula “Convenio Sobre Zona Especial Fronteriza Marítima” y no Tratado de Límites o algo por el estilo. Más aun, tiene cuatro puntos y sólo uno de ellos -y en una cláusula subsidiaria- dice algo sobre el límite marítimo.

Curiosamente, esta falta de precisión va acompañada de otra peculiaridad: la existencia de una nomenclatura paralela para muchas cosas. Ejemplos sobran: el aeropuerto de Santiago es conocido como Pudahuel (el nombre oficial es Comodoro Arturo Merino Benítez). Jamás he oído a nadie hablar de la Avenida del Libertador Bernardo O’Higgins, la Avenida Andrés Bello, la Avenida José Miguel Carrera o la Plaza Baquedano; todo el mundo se refiere a la Alameda, la Costanera, la Gran Avenida y la Plaza Italia. En mi billetera tengo el carné de identidad y el carné de chofer, pero no mi cédula de identidad o mi licencia de conductor. Y los mayores de 50 anduvimos en liebre, pero nunca en taxibús…

Volviendo al asunto con Perú, la falta de precisión es por supuesto una responsabilidad compartida. Lo que me hace pensar que nuestra verborrea imprecisa es herencia española. Basta con leer los editoriales del The New York Times o el Financial Times y compararlos con la prensa hispana. La prensa anglosajona usa frases cortas, con pocos adjetivos y muchos verbos; cada palabra informa y agrega algo a lo dicho. Los editoriales hispanos, por el contrario, privilegian las frases largas y grandilocuentes, con adjetivos rimbombantes y afirmaciones exageradas. De hecho, por lo general, una frase es un párrafo.

Un último ejemplo decidor: consideremos la palabra equidistante, que ha tenido gran protagonismo en el conflicto chileno-peruano. Equidistante se refiere a un punto o una línea que está a la misma distancia de dos o más puntos de referencia. Por lo tanto, la afirmación de que el límite marítimo entre Chile y Perú podría pasar por una línea equidistante no tiene sentido. Uno debe decir, “una línea equidistante de ambas costas” (no se puede hablar de equidistante sin dar puntos de referencia). Este error lo han cometido con frecuencia la prensa y opinólogos de ambos países. Peor todavía es la definición (incorrecta) de equidistante que da el Diccionario de la Real Academia Española: “Hallarse a igual distancia de otro determinado”. Esta frase no tiene sentido (con razón España no ha producido matemáticos de renombre: la matemática requiere una lógica y claridad implacables).

Por último, de vuelta a Chile: “Juntémonos como a las tres”. Frases como ésta tienen el irresistible atractivo de la ambigüedad. Si uno llega a las tres y cuarto, ¿llego tarde o a la hora?

Queda la duda entonces: ¿es el chileno incapaz de expresarse con precisión o prefiere expresarse en forma vaga para no comprometerse? Es decir, ¿para aparecer como cumpliendo cuando en realidad está fallando? Bueno, ése ya es otro tema…

*El autor es profesor, Escuela de Negocios, Universidad Adolfo Ibáñez (arturo.cifuentes@uai.cl).

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