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La cuenta corriente: nuestro talón de Aquiles

La importante holgura que mostraban nuestras cuentas externas el año pasado comienza a desaparecer. El fuerte crecimiento de la demanda interna ha mantenido una importante presión sobre las importaciones, lo que contrasta con la pérdida de dinamismo de nuestras exportaciones en un escenario de bajo crecimiento o incluso recesión en varios mercados de destino. Así, nuestro abultado saldo positivo de la balanza comercial, que anotó superávit de más de US$15 mil millones y US$10 mil millones los dos últimos años, bajaría a menos de US$5 mil millones el presente año para desaparecer y llegar a un virtual equilibrio en 2013. Esto se produce porque no se han cumplido dos supuestos que habrían permitido contener el deterioro en esta cuenta externa: una importante desaceleración de las importaciones, como consecuencia de un menor dinamismo interno, y un incremento significativo en el quantum exportado de cobre. Respecto de esto último, la producción acumulada de cobre en los primeros siete meses del año se ha incrementado sólo 3,4%, muy lejos del 7% que se estimaba el año pasado para 2012. Sólo la mantención de un alto precio del cobre ha impedido que el deterioro en la balanza comercial sea más significativo. En su componente inversión, es evidente que la demanda interna seguirá fuerte, asociada con los grandes proyectos mineros y al ciclo expansivo del sector inmobiliario, lo que genera una importante demanda por bienes de origen importado. Respecto del consumo, mantendrá un dinamismo significativo asociado al buen desempeño del mercado laboral, al importante crecimiento de las remuneraciones y a la baja inflación. Agreguemos un tipo de cambio bajo, acceso al crédito con costos atractivos y buenas expectativas de los consumidores, y tenemos argumentos para pronosticar también un sostenido crecimiento de la demanda por bienes de consumo importados. En un esquema de tipo de cambio flexible como el nuestro, lo normal es que el deterioro de cuentas externas en algún momento genere una presión al alza en el valor de la divisa, aunque ello normalmente se produce con cierto rezago. Esto explica que, como en episodios anteriores, lleguemos a niveles de déficit en cuenta corriente bastante por sobre lo prudente antes que ello se internalice en una mayor percepción de riesgo y al final en un alza en el valor del dólar. Frente a ello, en algún momento el Banco Central podría verse muy presionado a intervenir, como en otras oportunidades, acumulando una cantidad significativa de reservas. Sin embargo, en la actual coyuntura, tal cual lo dejo ver el presidente de la entidad, al parecer se desea evitar dicha intervención. Recordemos que lo que interesa afectar es el tipo de cambio real, el que responde a variables reales de la economía. Una intervención que logre subir en algo el valor nominal del dólar, será esterilizada en términos reales por la vía de mayor inflación interna. Entendido esto, lo importante es atacar la causa que presiona a la baja del tipo de cambio real, la cual no es otra que un excesivo crecimiento del gasto agregado de la economía.

Lamentablemente, en este caso el instrumento tradicional que posee el Banco Central para contener un crecimiento excesivo de la demanda, la tasa de política monetaria, no es muy efectivo, al menos en el corto plazo. Efectivamente, con lo demás constante, un alza en la tasa de interés incentiva una mayor entrada neta de capitales, provocando una caída adicional del tipo de cambio y, por esa vía, genera una mayor demanda por bienes importados y un deterioro adicional de balanza comercial y cuenta corriente. La autoridad monetaria tiene plena conciencia de esto, lo que explica que, “entre líneas”, en su último IPoM haya enviado un mensaje al Ministerio de Hacienda, mostrando lo poco efectiva que resulta una intervención cambiaria y dando a entender que lo más sano es frenar el exceso de gasto con una mayor contribución de la política fiscal. Disminuir el ritmo de crecimiento del gasto público aminora el exceso de gasto sobre el producto, acotando las presiones inflacionarias provenientes de productos y servicios no transables, ayudando de esta forma a frenar la caída del tipo de cambio real. A su vez, disminuye el exceso de gasto sobre ingreso, causa real del mayor déficit en cuenta corriente. En línea con lo anterior, el último informe del FMI sugiere la necesidad de avanzar más rápido en contener el déficit fiscal estructural, proponiendo fijar una meta más ambiciosa. Así, mientras el actual gobierno se propone llevar este déficit al 1,0% del PIB el 2014, el organismo internacional apunta a la necesidad de llegar al menos a un equilibrio en ese plazo o, mejor aún, a un pequeño superávit. Recordemos que el crecimiento del gasto público muy por sobre el de la economía en promedio en los últimos siete años se explica por la revisión al alza en los supuestos de ingreso permanentes para el fisco, gracias a la corrección también al alza para el crecimiento tendencial de largo plazo y el precio del cobre. El que lo anterior se haya realizado en forma “ajustada” a la regla fiscal no significa que sea necesariamente bueno. Como dice el mismo FMI, sería deseable incrementar el efecto amortiguador de la política fiscal, generando una capacidad de ahorro publico aún mayor en los períodos de bonanza. Esto contribuiría a estabilizar más nuestras cuentas externas y nuestro nivel de crecimiento de largo plazo. La meta a seguir debería ser lo que ha logrado Noruega, generando un fondo de ahorro de recursos públicos en el exterior equivalente al 100% del PIB. Estamos muy lejos de ello, tan lejos como de lograr ser un país desarrollado.

*El autor es gerente general de Gemines S.A.

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