I+D: Lo que no se mide, no se gestiona

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Ya sabemos que en Chile se invierte un porcentaje muy bajo en investigación y desarrollo (I+D). En comparación a los países miembros de la OCDE somos el último de la lista. Este dato también debe ser una razón de nuestro bajo nivel de innovación, tanto en el desarrollo de las empresas como en el diario vivir. Considerando que no es una actividad que cuente con un registro oficial, ni se mide activamente, tampoco tenemos incentivos para impulsar mejor esta gestión.

A esto se suma que, durante la última década, nuestra capacidad de crecimiento y aumento de productividad se han visto estancados. Nos estamos convirtiendo en una economía poco dinámica y tímidamente innovadora, que no invierte activamente en I+D para el desarrollo de nuevas tecnologías. Esto tiene como peligro que seremos, a futuro, poco competitivos en el mercado mundial. Mientras los países de la OCDE invierten en promedio un 2,34% del PIB en investigación y desarrollo, según la última Encuesta Nacional del Ministerio de Economía (2017) Chile destina un 0,36% de su PIB a este tipo de inversiones, comparado con Corea del Sur, Japón e Israel, que designan más del 4% de su PIB a I+D.

Hay una gran necesidad de fomentar en Chile una cultura de trabajo más innovativa y colaborativa, para que nuestra economía sea más moderna y sostenible en el largo plazo. Siempre priorizando la creación de nuevas tecnologías que puedan buscar asociaciones internacionales y formar relaciones que potencien empresas de mayor valor agregado, basándose en productos modernos y conocimiento. En los países pioneros en I+D la colaboración entre empresas, instituciones sin fines de lucro, servicios del Estado y centros educacionales, permite realizar investigaciones potentes para formar una curva de aprendizaje. Esto, encamina productos nacionales de alto impacto que, consolidando sus modelos de negocios, pueden escalar y transformarse en productos de exportación.

Este enfoque, que todavía es incipiente en Chile, puede tener varias razones históricas: i) El habernos quedado dormidos sobre el éxito económico de los últimos 30 a 40 años; ii) Estar formando una típica segunda generación que, por estadística mundial, se transforma más en rentistas que en emprendedores; iii) El hecho cultural de que en Chile nos cuesta tomar riesgos y pensar distinto al promedio. Todo esto nos deja un gran desafío, pero tenemos la posibilidad de construir con éxito nuestro futuro.

Como el ser humano se mueve mucho por incentivos, la idea de crear un beneficio tributario relacionado a la inversión en I+D, va en la dirección correcta. Por ejemplo, la ley promovida hace algunos años por el Ministerio de Economía a través de Corfo, podría usarse más y comunicarla positivamente. Hay una falta de conocimiento general de esta ley y sobre datos duros de inversión en innovación, investigación y desarrollo que están realizando personas, empresas, instituciones y universidades. Una fórmula interesante y con los incentivos correctos es el llamado que hizo Corfo hace algunos meses a los productores de litio para invertir en Chile a un precio preferente y con suministro estable de largo plazo. Esto, con el compromiso de desarrollar una industria de valor agregado, con bajo costo de producción para el país, creando productos sofisticados que nos identifiquen como exportadores de calidad a nivel internacional.

Debemos cambiar nuestra mentalidad y desafiarnos constantemente a lograr innovadoras y mejores prácticas en nuestras industrias. Vemos con esperanza que hay empresas chilenas que han demostrado que es posible exportar tecnología y conocimiento, siendo líderes en sus negocios. En la red Endeavor apoyamos constantemente el desarrollo de empresas que apoyan tecnológicamente las industrias como minería, agro o salmonicultura. Empresas como Aquamarina, FMA, Drillco, Bsale, Innovex, Bioled, Alto, Kibernum, Tiaxa o Colegium, solo por nombrar algunas, han aumentado eficiencias y mejorando procesos, llegando a exportar sus tecnologías a los distintos continentes.

Por todo lo anterior, debemos decididamente fomentar el desarrollo y la construcción de empresas con nuevas tecnologías y visión de largo plazo. Hay muchas oportunidades para consolidar el modelo económico chileno, convirtiéndolo en uno más dinámico, más complejo y con enfoque más colaborativo. Necesitamos la convicción y el esfuerzo de posicionar a Chile como líder en sus industrias, pero no solo como un país exportador de materias primas, sino también de tecnologías y conocimiento.

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