¿Mejores o más felices que nosotros?

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Hoy en Chile, la educación es parte del proyecto de vida de una familia. Muchos, como en mi caso, empezamos a ahorrar para poder entregarla incluso al momento del nacimiento de nuestros hijos para poder cubrir este gasto futuro.


Hoy en Chile, la educación es parte del proyecto de vida de una familia. Muchos, como en mi caso, empezamos a ahorrar para poder entregarla incluso al momento del nacimiento de nuestros hijos para poder cubrir este gasto futuro.

Pero, ¿Cuál es la motivación real detrás de este comportamiento?

Yo crecí en un hogar donde siempre mi madre me decía: “Debes estudiar para ser mejor que yo, para que tu vida sea más fácil. Para que logres lo que yo no pude, para que les des a tus hijos lo que yo no pude darte”.

Esta visión tiene dos aristas que implican una presión tremendamente fuerte. Por un lado, la educación pasa a ser una especie de meta de vida. Un logro que “debe” conseguirse, pues el no alcanzarlo implica que la vida que se tendrá no gozará de oportunidades, de tranquilidad, de futuro. Por otra parte, se entiende que entregar educación es una forma de lograr nuestros propios objetivos, de cumplir nuestras propias tareas y de tener la conciencia tranquila porque hicimos lo que nos correspondía, nuestro rol, nuestra obligación en los días en que vivimos.

Tengamos además en cuenta, que hace 40 años entraban a estudiar no más de 30 mil personas por año. Hoy en cambio, estamos cerca de las 700 mil.

Volviendo al centro del tema…

Hay cifras que se manejan hoy a nivel de la educación superior que no son nada auspiciosas. Éstas hablan sobre casi el 45% de alumnos que deserta (o se cambia de carrera) desde lo que ingresa a estudiar en los primeros años (fuente: Mineduc). Esta cifra puede tener muchas aristas, pero me llamó en demasía la atención algunas cosas que leí de un estudio de una institución de educación superior en estos días, con la cual tengo la suerte de trabajar. Los comentarios de los alumnos “desertores” hablaban de que el cambio o deserción de una carrera tiene como base que la educación muchas veces es vista como una obligación, un logro familiar, un deseo de trascendencia de los padres. Todo esto se traspasa en forma en “presión” desde el hogar hacia el alumno, generando toneladas de ansiedad y frustración. Pero, los jóvenes argumentaban que desde los hogares muchas veces no entendemos que, además, se debe “encontrar” una vocación, con un gusto, con una habilidad. Esto no hace más que sumarle ansiedad y frustración al asunto.

Si buscamos más cifras que nos puedan ayudar a entender este proceso, el 25% de las personas no trabaja hoy en lo que estudió (fuente: Chile3D 2017 - GfK Adimark). Esta cifra viene en aumento en nuestro país, sobre todo pensando en la sobreoferta de profesionales versus la escasez de técnicos, justo a la inversa de como ocurre en países como Suiza, Finlandia, Suecia, etc. Sin quererlo, hemos generado como sociedad que “todos debamos aspirar a ser profesionales”, pues eso aseguraría nuestro futuro… Pero no siempre es así, menos ocurre cuando la demanda por trabajo, en cuanto a sus especificaciones, no está calzada con la oferta.

Si sumamos estos factores, podemos entender que mucho nos preocupamos de dar el acceso a educación superior en el pasado, de mejorar la forma, la cantidad. Pero el fondo, no entendimos relativamente que “más y mejor” implica mucho más gasto, no sólo económico, sino también de tiempo con nuestros jóvenes. Debemos crear el músculo de formar vocaciones, de generar afinidades, de cruzar las necesidades de nuestro país con el futuro de lo que la oferta educacional ofrece.

Y hoy tenemos un sinfín de opciones y alternativas. Pero tener mucho de dónde elegir, también aporta ansiedad y frustración. Más relevante se hace el promover desde temprana edad la búsqueda de una vocación.

Al final de esta historia, la reflexión central a la que los quiero invitar es a no forzar que nuestros hijos sean mejores que nosotros, que tengan más que nosotros, que ganen más que nosotros, que sean más exitosos que nosotros. Los invito a apoyar a que nuestros hijos sean más felices que nosotros. Ese debería ser nuestro único objetivo. Potenciemos sus habilidades, sus gustos, que rían y disfruten haciendo lo que hagan. Pero sobre todo, no tratemos malamente de empatar sus defectos para que cumplan nuestros sueños.

-El auto es socio de La Vulca Marketing


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