Primarias en la derecha, un desafío histórico

Junto con el inicio del año político, un duro enfrentamiento verbal entre Andrés Allamand y Laurence Golborne ha puesto en el primer plano una batalla que será novedad absoluta en el escenario electoral chileno: una primaria abierta y competitiva en la centro derecha.
Por primera vez en la historia de nuestra política, el candidato presidencial de ese sector será seleccionado por medio del voto universal, coincidiendo con el debut de la ley de primarias, promulgada en octubre del año pasado.
Lentamente, una idea que comenzó con la primaria acotada y voluntaria entre Ricardo Lagos y Eduardo Frei en 1993 se ha ido imponiendo como el único modo democrático de resolver disputas internas tanto dentro de cada partido como entre los diferentes partidos de una coalición.
En ese marco, Golborne, un ex ejecutivo de empresas independiente apoyado por la UDI, y Allamand, un viejo militante de RN, ambos ex ministros del gobierno de Sebastián Piñera, han entrado en una campaña que comenzó con puyas recíprocas por la prensa y está entrando en la recta decisiva con enojosas acusaciones de haber “traspasado los límites” e incluso la entrada al ruedo de las descalificaciones de la esposa de uno de los precandidatos.
La disputa en el campo de la actual oposición todavía no toma forma, pero dado el enorme capital político de que dispone la más segura precandidata Michelle Bachelet, es previsible que la intensidad de la contienda en ese sector no alcance la cota de agresividad y dureza que está mostrando la batalla en el campo oficialista.
Una de las argumentaciones más socorridas en favor de las primarias es que éstas favorecen la credibilidad y la confianza en el sistema político y en los partidos que lo componen. Estando la actividad política tan desprestigiada en todas las encuestas de opinión, ese resulta ser un objetivo relevante para la salud de la democracia.
Pero estudios recientes que comparan la confianza en los partidos entre países latinoamericanos que tienen primarias y aquellos que no las tienen revela que en la práctica no hay grandes diferencias y que en todos ellos el rol de la política se ha desprestigiado por igual. “El argumento de que las elecciones primarias traen como consecuencia una mayor credibilidad de los partidos políticos dado el incremento de la “democracia interna”, no se sostiene mediante el análisis empírico”, concluyó hace siete años una investigación de Mauricio Morales, profesor de Ciencia Política de la U. Diego Portales. La creciente desvalorización de la política en los años siguientes no hace más que confirmar esa conclusión.
Una espiral de descalificaciones entre los actores de la primera primaria en la historia de la centroderecha no contribuirá a consolidar el prestigio de los partidos, así como tampoco lo hizo la organización de primarias “truchas” entre los precandidatos concertacionistas Eduardo Frei y Antonio Gómez en 2009.
Uno de los argumentos más serios en contra de las primarias es que alientan la confrontación entre sectores que deberían estar unidos y organizados frente al adversario común. En esta confrontación interna, los postulantes gastan recursos económicos escasos que después se restarán en la elección real, utilizan tácticas de destrucción de la imagen de un adversario al que después tendrán que apoyar y tienden a endurecer su discurso tratando de capturar votos duros de militantes o simpatizantes convencidos, en lugar de apelar a sus atributos “blandos” que pudieran serles útiles a la hora de atraer votos de indecisos.
Tanto Golborne y Allamand, así como sus respectivos comandos, tienen la enorme misión de conducir un proceso inédito en su sector sin alimentar divisiones que ya son históricas entre las huestes de RN y la UDI. La Concertación parece haber aprendido de sus errores y, tras realizar diversos ensayos, ha sido capaz de diseñar un sistema de primarias que evita la canibalización de los contendientes.
La centroderecha fue desde un principio opositora a la idea de primarias, considerando que una de las funciones privativas de los partidos era seleccionar a sus candidatos a cargos de elección popular. Incluso en 1998 se opuso a una ley de primarias presentada por diputados concertacionistas logrando que el Tribunal Constitucional la vetara. Tras una reforma constitucional aprobada en enero de 2010, quedó despejado el camino para que el presidente Piñera, un presidente de centroderecha, presentara una ley de primarias voluntarias que fue aprobada finalmente en octubre del año pasado.
El éxito más tangible de la estrategia de primarias impulsada desde hace dos décadas por la Concertación es que esa fórmula ha terminado por imponerse no solo en la ley, sino en la práctica política del sector que parecía más reacio a ella. Ese sector tiene ahora la responsabilidad de conducir su proceso de manera que las primarias sean vistas por todos los chilenos como una oportunidad de confrontación de ideas y perfiles biográficos, pero no una guerra sucia entre bandos supuestamente aliados.
*El autor es periodista.
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