¿Statu quo político? ¿Cuál es la solución?

Este fin de semana acabamos de vivir una jornada electoral que, al revés de lo que históricamente hemos escuchado en los noticiarios o programas de análisis, no fue para nada una “jornada ejemplar”. No sólo por los vergonzosos actos de violencia física y verbal que se vieron en la votación en la comuna de Providencia, que pasan a ser un mero hecho anecdótico, sino porque nos mostró la primera experiencia real sobre cómo responde la ciudadanía a la opción de tener que votar voluntariamente.
La respuesta fue clara y contundente. Es la enésima vez que la ciudadanía le da la señal a la clase política de que estamos en un statu quo que nos hace proyectar un futuro muy difícil para país. Y lo más probable es que por enésima vez nuestros políticos digan que han escuchado el mensaje de la ciudadanía y que en la práctica todo siga igual que antes.
Se equivocan quienes piensan que la política no es necesaria ni importante; no sólo lo es, sino que es clave para el desarrollo de nuestro país. Sin una buena política, arriesgamos el crecimiento económico, arriesgamos la estabilidad del país, aumenta el riesgo de la toma de medidas populistas de corto plazo, arriesgamos el desarrollo social y la superación de la pobreza, arriesgamos el tener un país libre donde realmente podamos superar las discriminaciones y los serios problemas de equidad. Chile es un país donde el futuro de nuestros hijos esta determinado principalmente por donde nacieron y no por el esfuerzo y pasión con que ellos busquen sus objetivos, donde tenemos serios problemas en educación, vivienda, infraestructura de salud, modernización del Estado, emprendimiento, remuneraciones, etcétera. Así podría seguir con una lista muy larga de valores y de visión de país que ponemos en riesgo al seguir con la política estancada en la comodidad en que la vemos hoy.
Lo interesante es indagar por qué si existen estos riesgos y además hay tremendas oportunidades y beneficios si hacemos bien el trabajo, se mantiene el statu quo. Claramente, para cualquier economista se trata de un problema de incentivos. Incluso los partidos de centroderecha, que pregonan la libre competencia y la meritocracia, en el minuto en que les toca vivirlas, prefieren la comodidad de la baja competencia y la seguridad que les entrega un sistema binominal total y absolutamente pasado de moda.
Ahora la pregunta es cómo movemos a la clase política, que lleva años viendo encuestas y resultados que cada vez más muestran una ciudadanía desencantada, que no sólo no se inscribe en los partidos ni participa activamente en asambleas y actividades comunitarias, sino que, como diría un famoso tenista, “no está ni ahí” con votar.
¿Cómo evitamos entonces la radicalización de movimientos de extrema izquierda o extrema derecha, que son los que suelen captar este descontento?
LA SOLUCIÓN
no es fácil porque pasa por los mismos parlamentarios, que se encuentran en la encrucijada entre defender su comodidad o ser lo suficientemente valientes como para generar los cambios que se necesitan. Sólo líderes con visión de país serán capaces de hacer estos cambios que nos urgen.
Propuestas hay muchas, pero una debería ser fácil de implementar, que generaría un cambio rápido en la competencia y nos sacaría del statu quo actual, donde los candidatos realmente serían los mejores y no los que ya están en el puesto o que llevan más tiempo esperando en la fila, que además tiene la gracia de mantener el fondo del sistema binominal, que es tener dos grandes fuerzas políticas. Consiste en aumentar el cupo de candidatos que se pueden presentar por coalición a las próximas elecciones parlamentarias, que no sólo sean dos, sino que puedan ser tres, cuatro o cinco.
Este sencillo cambio permite que la decisión de quienes son los dos candidatos designados centralizadamente por unos pocos se modifique y se abran las posibilidades de que independientes o nuevos partidos puedan participar del proceso. Supuestamente la ley de primarias busca en cierta medida solucionar este problema, pero a mí me parece que las primarias son un punto intermedio que lo que hacen es proteger a los incumbentes, ya que si los niveles de votación en las elecciones “reales” son bajos, más bajos lo serán en las primarias, donde el costo de posicionar un nuevo “rostro” probablemente haga muy difícil el surgimiento de nuevas figuras. Además, las primarias tienen un importante costo que se podría evitar dado que ya no serían necesarias.
Volvería la competencia, muchos desencantados con la política volverían a interesarse. Tendríamos caras nuevas, que ven que su posibilidad de participar es por sus propios méritos más que por cuánto lleva esperando turno en el partido tradicional. Los incumbentes influyentes ya no podrían controlar el tener acompañantes más débiles, que los ayuden con votos pero que no pongan en riesgo su reelección.
Probablemente existen medidas mucho más revolucionarias, correctas y ambiciosas para reformular el sistema. Pero no debemos olvidar que son los actuales congresistas quienes tienen que decidir su propio futuro. Creo que un cambio sencillo pero profundo en los incentivos de quienes participan en política puede ser un gran paso para que, poco a poco, la ciudadanía vaya recuperando la fe en la política. Tenemos un país increíble y como ciudadanos debemos exigir y actuar para poder lograr este cambio. Nuestros hijos lo merecen.
*El autor es ingeniero comercial (@mclarof).
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