“Soberanamente asqueados”: cómo lidiar con un Millennial en el trabajo


Es un hecho, las nuevas generaciones ven el mundo del trabajo y sus relaciones de una forma muy distinta a los que bordeamos la cuarentena. Como coach, es común escuchar las quejas de los gerentes sobre las nuevas contrataciones y las penas y frustraciones de los veinteañeros que entran al mundo laboral.

También estoy acostumbrado a recibir WhatsApp y llamadas telefónicas de antiguos clientes que quieren atienda a sus hijos e hijas porque no quieren trabajar, porque no logran estabilizarse en ningún lado o alcanzar la independencia financiera que les permita dar un paso fuera de la casa.

Acto seguido, hablo con hijas e hijos que se han demorado en sus estudios, que no encuentran trabajo, que no duran en ellos, que prefieren seguir estudiando, que viajan o que no pretenden irse de la casa hasta alcanzar ese trabajo soñado que les permita empezar una nueva vida, como Dios manda.

Así, por más de una década, escucho las historias de lado y lado y aunque deben haber clasificaciones etarias más sofisticadas, las conversaciones no han cambiado mucho. El que ha cambiado soy yo, pues a mis cuarenta y tantos, me siento más lejos de unos y más cerca de otros. Con lo bueno y lo malo.

Por eso, tal como les recuerdo a mis clientes y a las empresas donde trabajo, la edad sí importa en el coaching ejecutivo. No es un dato menor y basta ver lo que pasa con nuestras nuevas autoridades, para entender que a pocos deja indiferente tener un Presidente de la República y un equipo de ministros millennials.

Gabriel Boric. Foto: Agencia Uno

Para algunas y algunos es una luz de esperanza que personas bajo los cuarenta años lleguen a los más altos cargos. En otras y otros reina el pragmatismo o el escepticismo. Alabarán o reconocerán los aciertos, pero al más mínimo fallo o traspié, nos recordarán el valor de las canas y de la experiencia. Te lo dije. Y, como no, hay personas a las que, independiente de su orientación política o ideológica, no les agrada en lo más mínimo ser gobernados por hombres y mujeres que no se han casado, no tienen hijos y no han demostrado tener una larga trayectoria en el mundo público o privado.

En los años ochenta, década en la que muchos de nuestros actuales líderes políticos y empresariales estaban naciendo, el economista y coach Manfred Kets de Vries publicó -junto a Danny Miller- la Organización Neurótica (1984), notable obra que retrata, a partir de categorías psicoanalíticas, los distintos estilos de liderazgo y los principales desafíos para aquellos que son liderados.

En ese entonces no se hablaba de millennials ni se sospechaba que treintañeros llegaran a liderar naciones, pero Kets de Vries y Miller si fueron capaces de percibir y retratar los diferentes desafíos profesionales y las crisis personales de acuerdo categorías etarias.

En un capítulo de la Organización Neurótica, sugerentemente titulado “Crisis en los ciclos de vida y satisfacción personal en el trabajo”, estos autores señalan que la primera fase de la carrera ejecutiva se caracteriza por el desencanto.

Sí, no son estos millennials, sino que el desencanto inicial -respecto al mundo laboral- parece ser propio de las limitaciones y la naturaleza rutinaria del trabajo. Las expectativas de los jóvenes veinteañeros chocan con la realidad organizacional.

Hoy, en la era de la inmediatez esto se agrava, pues es difícil explicarle a jóvenes acostumbrados a resolver situaciones complejas con un par de clicks, que hay aprendizajes que toman años y que la clave para no morir en el intento, ni desertar o cambiarse de trabajo, es mirar a largo plazo, pues la satisfacción laboral suele implicar un horizonte más lejano.

¿Seis meses? ¿Un año? ¿Dos? En sesiones he escuchado a jóvenes ejecutivos sentirse estancados después de seis meses en un cargo, que ya no tienen nada que aprender de esa empresa a un año de haber entrado o de que nunca se quedarían en un lugar más de dos años si su carrera no explota rápidamente.

A parte de velocidad, una segunda característica de esta etapa es la dependencia y conflictos con la autoridad. Esto de tener jefes o líderes ya no es lo de antes y muchos de los que ingresan al mundo laboral tampoco aspiran a serlo. Algunas señalan que no se quieren atar a un trabajo, otros que no se quieren comprometer tan rápido, actitudes que dificultan los “ritos de paso” a la entrada en una organización.

Los millennials no tienen ganas de depender de un jefe, líder o director de rango superior. ¿Para qué… si ya me quiero ir?

Esta actitud de los jóvenes ejecutivos y ejecutivas muchas veces se transforma en una piedra de tope con el jefe y éste actuará en consecuencia. Para jefes jóvenes y no tan jóvenes no es fácil lidiar con esta ambivalencia, pues por un lado los ejecutivos y ejecutivas veinteañeras rechazan la relación de dependencia, pero por otro lado la demandan y necesitan.

A veces las jefas y jefes de estos sujetos contradictorios atenderán o ignorarán una de estas voces, pero también se contrariarán, pues la experiencia les ha enseñado que muchas veces, después de largos esfuerzos por acoger las complejidades del millennial, éste las o los sorprende agradeciéndoles la experiencia.

Gracias a este año aquí… me voy a la India.

Este tipo de experiencias, predispone de manera negativa a líderes frente a nuevas contrataciones y literalmente pagan justos por pecadores, pues como en todo orden de cosas, hay millennials que sí tienen ganas de aprender, permanecer, hacer carrera y tomar cargos de responsabilidad. Y muchas veces a estas jóvenes promesas les toca lidiar con las expectativas negativas que tienen los jefes sobre ellas y ellos.

Como comprenderán, a esta altura del partido, no es improbable que el desencanto tiña las relaciones con la autoridad y que la confusión del veinteañero, de no ser oportunamente gestionada, pueda desembocar en una profunda insatisfacción, pues los y las jóvenes quieren impactar y dejar huella, conceptos que a veces irritan a sus jefes por su premura, pero que dan cuenta de que estas personas sufren al sentir que no se utiliza todo su potencial.

Si a estos desafíos profesionales le agregamos los personales, nos encontraremos con jóvenes profesionales que probablemente estén lidiando con la independencia/dependencia de sus padres, con crisis de identidad -profesional, sexual-no resueltas, con la construcción de una vida en pareja, con el distanciamiento de las amigas del colegio o de los amigos de la universidad y que incluso haya algunas o algunos que estén dando los primeros pasos de la vida matrimonial y de la formación de una familia.

¡Sí, todavía hay gente joven que se quiere casar y tener hijos!

Es un tiempo de exploración en el cual algunas y algunos empiezan a desarrollar una estructura de vida y por primera vez se han de tener en cuenta las concesiones necesarias entre la vida pública y la privada o entre la familia, los amigos y el trabajo.

Naturalmente, esta sobrecarga de temas personales y profesionales acarrea altas dosis de estrés, las que se acentúan cuando las expectativas individuales no coinciden con las organizacionales o con la vida en pareja o la vida de adulto imaginada.

Por lo anterior, no es raro escuchar, en consulta, que pese a las apariencias que sostienen para que no los molesten, están “soberanamente asqueadas” o profundamente decepcionados de la vida adulta, pues esperaban más de sí mismos, decepción que suele ir fuertemente asociada a la falta de progreso profesional y económico.

También hay quienes aparte de la decepción, sienten asfixia, tanto por la naturaleza del trabajo, como por la rutina. Y este malestar puede trasladarse a su vida personal. Por eso hay jefes y jefas que sostienen que hoy además de sus funciones, deben ser amigos, psicólogas y coach de las nuevas generaciones, entendiendo que hay quienes disfrutan esta nueva dimensión del liderazgo y quienes la rechazan abierta o encubiertamente.

Como ven son muchos temas los que traen los millennials a nuestra vida personal y laboral. Temas que no son exclusivos de ellas y ellos, pues literalmente nos tocan a todos. ¿Quién no ha tenido un choque de expectativas, dificultades en las relaciones con la autoridad, dependencias emocionales no resueltas o sufrido por la confusión de roles? ¿Quién, pasando por la vida adulta, ha salido invicto en temas tan esenciales como la libertad, la autonomía y la intimidad? Y finalmente ¿qué adulto ha zafado profundas y angustiantes crisis de identidad, vocacional y existencial camino a los cincuenta?

Continuará

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