Columna de Álvaro Vargas Llosa: Cambio de mando en Cuba

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Nada, absolutamente nada, salvo la imprevisibilidad de la historia, ofrece en el corto plazo esperanzas de que haya un cambio en Cuba por la llegada de Díaz-Canel.



Llegó el día: por primera vez desde el triunfo de la Revolución Cubana, ya no hay un Castro en la Presidencia de Cuba. Ha tardado más de lo que las víctimas o los adversarios del régimen suponían, y probablemente más de lo que muchos protagonistas de aquel acontecimiento imaginaron. Pero a partir de ahora el Presidente de Cuba se llama Miguel Díaz-Canel, un ingeniero electrónico de 57 años que no era siquiera un proyecto de ser humano cuando los aspirantes a revolucionarios asaltaron el Cuartel Moncada (1953) o desembarcaron del Granma (1956).

La pregunta que se hace todo el mundo es si Díaz-Canel significa cambio o continuidad. Entre los demócratas, esa pregunta encierra la expectativa de que, incluso si esa no es la intención, la llegada al poder de una nueva generación desencadene una adaptación a la realidad que desemboque en la democratización de la isla. Entre los miembros del Partido Comunista y sus simpatizantes, esa pregunta encierra algo parecido: el temor de que, aun sin quererlo sus diseñadores, este relevo en la Presidencia sea el principio del fin del régimen que ha imperado desde 1959.

¿Modifica algo importante en Cuba la llegada al mando de este burócrata que en 2003 inició su ascenso ingresando al Buró Político del Partido Comunista? El año pasado, el gobierno filtró a los medios el video de una reunión política privada en la que Díaz-Canel defendía sin rodeos la censura de medios digitales, condenaba la libertad de expresión y fustigaba a los pequeños empresarios que han surgido en Cuba. ¿Era esa alocución representativa de lo que el nuevo Presidente piensa y hará, o más bien una forma de acentuar la legitimidad del nuevo Presidente ante el aparato comunista de línea dura que no refleja sus verdaderas intenciones de mediano plazo? Y si es lo segundo, ¿quiere decir que no puede descartarse que Díaz-Canel, una vez asentado, lleve al país hacia una "perestroika" y una "glasnost" al estilo de Gorbachov?

Quizá sea menos difícil responder a esta pregunta si se entiende bien el proceso mediante el cual Díaz-Canel ha llegado a la Presidencia, cómo funciona el organigrama del poder en Cuba y cómo tiene el régimen diseñado el futuro cercano.

Aunque las noticias hablan de una "elección" del Presidente por parte de la Asamblea Nacional del Poder Popular, ese Parlamento no elige a nadie ni ha sido él mismo elegido, en el sentido de las democracias liberales. Las elecciones de las que salió la asamblea en marzo pasado tuvieron, como siempre, el mismo número de candidatos que de escaños, por tanto los electores se limitaron a ratificar las candidaturas únicas. Esas candidaturas salieron en un 50% de juntas vecinales organizadas por el partido y en otro 50% de organizaciones gremiales y estudiantiles adheridas, también, al partido.

No solo su composición le resta a la Asamblea toda legitimidad democrática. Su propio rol dentro de la estructura del poder la convierte en algo más parecido a un muñeco de ventrílocuo que a un Parlamento. Solo sesiona un máximo de seis veces al año y su tarea es delegar su propio poder en el Consejo de Estado. Es precisamente esto lo que Díaz-Canel "preside": el Consejo de Estado (además del Consejo de Ministros).

Pero, en la estructura del poder, el Consejo de Estado está por debajo de otras instancias. Como dice la Constitución en su quinto artículo, el Partido Comunista es el que manda en el Estado y en la sociedad. ¿Y quién manda en el Partido Comunista? Dos instancias: el Buró Político en primer lugar y, luego, el Comité Central. El Buró Político es el que tomó hace pocos años la decisión -mediante el clásico "dedazo"- de convertir ahora a Díaz-Canel en Presidente. Pero atención: el Buró Político tiene un jefe, el primer secretario, que es el verdadero Presidente de la isla. Ese jefe es y seguirá siendo Raúl Castro.

Cabría la posibilidad de que Díaz-Canel, en el supuesto de que quisiera cierta independencia, se apoyara en la estructura militar, pues en teoría ahora pasa a ser, por el cargo que ostenta, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Sin embargo, en la estructura castrense también hay más de lo que el ojo ve: una Junta Militar donde se toman las decisiones. Ella también tiene un jefe. ¿Quién? El mismísimo Raúl Castro. Por tanto Díaz-Canel es una nuez atenazada por dos brazos, el partido y los militares. Ambos dirigidos por Raúl Castro, que conservará la jefatura unos años más. Varios militares, además, integran el Buró Político, sirviendo de argamasa entre ambas estructuras.

Podría suceder que Díaz-Canel acumulara al menos algo de poder haciéndose fuerte en el Consejo de Estado. Pero también aquí el sistema ha sido previsor. Se mantendrán en ese consejo algunos miembros cuya función es velar por la ortodoxia ideológica y la subordinación del Presidente a los dictados de los jefes del partido. Me refiero a "históricos" como José Ramón Machado Ventura y Ramiro Valdés, que son de la misma generación que Raúl Castro y se ganaron los galones revolucionarios en la Sierra Maestra. Machado Ventura seguirá, además, como segundo secretario del Buró Político.

Existe otra posibilidad teórica. Me refiero a lo que podríamos llamar la fatalidad generacional. Los históricos están ya más cerca de los 90 que de los 80 años y para un hombre de 57 años que, según las normas, gobernará durante dos periodos de cinco años, el tiempo es un aliado. Pero también en esto Raúl y su gente han sido muy previsores. Lo han hecho fortaleciendo a miembros de su propia familia (sanguínea y política) en la instancia militar.

Dos nombres en particular tienen cierta importancia: el coronel Alejandro Castro Espín y el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas. El primero es hijo de Raúl Castro y el segundo, su ex yerno. Alejandro fue promovido por su padre a través de un ente militar creado especialmente con la idea de reforzar su posición y cuya tarea teórica era asesorar al jefe de la Junta Militar. Por su parte, Luis Alberto es quien dirige las empresas militares, un vasto tejido empresarial directamente vinculado al aparato militar, que es el único poder económico en la isla. Tiene lazos con el capitalismo internacional, porque los inversores extranjeros que hacen negocios en Cuba tienen que establecer algún tipo de sociedad o nexo con el brazo económico del gobierno.

El ascenso de una nueva generación umbilicalmente ligada a Raúl Castro se entiende en una lógica que no es puramente nepotista sino también ideológica. La idea es que la generación de Díaz-Canel funcione dentro de los parámetros de la generación histórica. Y nada tiene tanto poder ideológico dentro de la isla como los Castro. Por tanto el papel de los parientes de los Castro a los que se ha promovido dentro del mundo militar será también, en el futuro cercano, limitar cualquier posibilidad de que Díaz-Canel traicione el legado.

Exploremos una opción distinta. ¿Hay alguna posibilidad de que Raúl Castro, en un acto de lucidez crepuscular, utilice a Díaz-Canel para ir lentamente hacia un cambio verdadero del modelo cubano y el jefe comunista sea por tanto el Gorbachov encubierto de una próxima "glasnost" y una cercana "perestroika"?

Si la hay, no existe evidencia alguna de que Raúl Castro y sus colaboradores más cercanos apunten en esa dirección. Al contrario: si algo demuestra lo sucedido en los últimos años es lo contrario. Raúl Castro ha estado al mando de Cuba desde hace 12 años (antes de los 10 años como Presidente tuvo la misma función en calidad de "interino" mientras su hermano decidía si su enfermedad era curable). En todo ese lapso, Raúl Castro no cedió un milímetro en términos políticos. El año pasado, según Amnistía Internacional, hubo más de cinco mil arrestos políticos, por ejemplo. Y ya se ha visto hasta qué punto la unción de Díaz-Canel ha respondido a un libreto perfectamente ortodoxo. Lo que sí hubo en años recientes por parte de Raúl Castro fueron algunas tímidas reformas económicas y la flexibilización de algunas políticas que limitaban las posibilidades de los habitantes de la isla de viajar, acceder a internet o adquirir artefactos electrodomésticos y hasta teléfonos celulares. Pero no ha habido nada que pueda compararse con lo que hizo Gorbachov en la URSS (los comunistas soviéticos creían que aquella apertura serviría para preservar el comunismo, pero esa es otra historia).

El inicio de relaciones diplomáticas a nivel de embajador entre Estados Unidos y Cuba debía en principio acelerar la apertura económica que Raúl Castro, admirador del modelo chino, había iniciado antes. Durante 2016, visitaron la isla decenas de miles de viajeros de los Estados Unidos y muchas empresas anunciaron planes de inversión o un interés en explorar oportunidades de negocio. Más de 400 compañías, por ejemplo, hicieron propuestas para invertir en la zona especial del Mariel, creada para convertir el puerto en un emporio comercial. Muchos cubanos aprovecharon las medidas gubernamentales que permitían crear pequeños negocios y trabajar por cuenta propia, vender y comprar casas o usufructuar de tierras ociosas que pertenecían al Estado y a las cuales los privados podían por fin acceder. En total, surgieron unos 500 mil "cuentapropistas" y pequeños empresarios que en realidad no representaban un capitalismo maduro, sino un enjambre de iniciativas pequeñas circunscritas a unas pocas actividades: restaurantes, hostales, servicios de taxi, peluquerías, etc.

Este embrión de sociedad civil capitalista que resultó de la actividad privada puso muy nervioso al régimen. De inmediato vino la reacción: en 2017 el gobierno dejó de otorgar licencias para nuevos negocios pequeños y los jerarcas del régimen desataron una campaña de ataques contra esos "ricos". La expansión de la economía se detuvo. Hoy ha quedado confinada donde estaba en sus inicios. El interés del capital extranjero también ha decaído; el número de proyectos relacionados con la zona especial del Mariel que están funcionando ha quedado reducido a diez.

Nadie puede saber hoy si habrá cambios en Cuba en el corto plazo. No lo saben ni siquiera los líderes comunistas, como no lo sabían los comunistas que gobernaban la Unión Soviética en vísperas de que Gorbachov se convirtiera en secretario general del Partido Comunista, un día de 1985, y él y unos cuantos aliados hicieran de las suyas. A pesar de quienes quieren dejar las cosas "atadas y bien atadas" para la posteridad, como pretendía el franquismo en España, la historia es sorprendente y caprichosa, capaz de poner patas arriba cualquier jerarquía. Pero convengamos en que nada, absolutamente nada, salvo la imprevisibilidad de la historia ofrece en el corto plazo esperanzas de que haya un cambio en Cuba porque con la llegada de Díaz-Canel todo promete seguir igual por tiempo indefinido.

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