Traficantes, choros y más: Retratos en el muro de los caídos

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Los rituales tradicionales no alcanzan. En las poblaciones de Santiago se ha configurado una nueva estética de la muerte. Justo en pleno debate por los narcofunerales, dos grafiteros consagrados al arte de retratar traficantes, choros y otros insignes difuntos en las paredes de sus guetos discuten su oficio, uno en el que la mayoría de las veces ni siquiera conocen a quienes homenajean.


Los rituales tradicionales no alcanzan. En las poblaciones de Santiago se ha configurado una nueva estética de la muerte. Justo en pleno debate por los narcofunerales, dos grafiteros consagrados al arte de retratar traficantes, choros y otros insignes difuntos en las paredes de sus guetos discuten su oficio, uno en el que la mayoría de las veces ni siquiera conocen a quienes homenajean.

Rayne observa atentamente la fotografía antes de hacer el primer trazo en el muro. "Miro su cara y genero un diálogo con la espiritualidad de ese retrato. Ahí es cuando pasa algo metafísico. Algo en la guata. Ese es el momento de pintar".

El personaje en la foto es un caído: un niño muerto por una bala loca, un "choro" interceptado tras un portonazo, un narco que ha sido objeto de una venganza. Lo habitual es que se trate de un hombre joven que ha encontrado una muerte violenta.

"Igual esto es complejo, porque necesitas satisfacer necesidades espirituales de terceros y eso es muy difícil, entonces a través de este acto se subsana el dolor de los que quedan vivos, esa es la labor de quien hace retratos en las calles", cuenta Rayne.

El propósito de inmortalizar a los muertos en las paredes de la población, dice el artista, es honrar el espíritu de la persona, sin importar sus antecedentes. "Yo he pintado varios connotados de barrio, algunos malos y otros queridos, que entre la gente se sabe que no eran bandidos o pistoleros, sino como Robin Hood", añade.

Rayne es el seudónimo de Diego Coletti, de 35 años, un reconocido artista del muralismo urbano. Oculta la cabeza rapada bajo un gorro de lana, usa una barba bien delineada y tiene gestos duros, que se van suavizando tras algunos minutos de conversación. Su portafolio de obras no está solo en la calle; a los 17 años, ya había realizado grafitis publicitarios en el Parque Arauco y desde entonces dice haber trabajado para marcas de lujo como Porsche, Sony, Absolut Vodka y el Casino Monticello. También ha decorado pubs, bares y casas, pero nunca ha dejado la calle. Asegura que no pinta muros por dinero, sino por fidelidad a su lugar de origen.

"Yo soy el grafitero que más finados tiene en Chile", añade con una naturalidad asombrosa. "Unos 86", calcula a la rápida.

En La Florida, cerca del paradero 14 de Vicuña Mackenna, Coletti creció en una entorno donde el hip-hop dominaba la cultura. A los 11 años comenzó a rayar paredes con spray; para cuando cumplió 14 ya podía esbozar caras con rasgos definidos, y a los 17 empezó a recibir sus primeros encargos formales. "Con la plata les compraba completos a todos en el barrio", recuerda. Fue así como nació Rayne, quien, además del grafiti publicitario, comenzó a recordar a los caídos en calles, avenidas y pasajes de La Pintana, San Ramón, La Granja, Lo Prado, Franklin, Arica, Antofagasta y Temuco.

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Algunos kilómetros más al sur, en Puente Alto, se forjaba otro muralista: Alexis Cobian (38), apodado Raize, quien pasó los años 90 viendo cómo su hermano mayor practicaba breakdance junto a los vecinos más pequeños de su población. Fue ahí mismo, en su propio barrio, donde su hermano fue baleado en 2003 por una banda de narcotraficantes. "Ellos querían llevarla en la población. Empezaron a vender pasta base, siendo que eso carcome a la gente. Mi hermano siempre les daba cara, hasta que un día lo mataron. Hubo problemas, nos amenazaron y tuvimos que alejarnos", afirma.

Algo después de su muerte, Cobian volvió al lugar del crimen. Su hermano se convirtió en el primer caído que pintó en una pared. "Tenía una pena negra", cuenta, agregando que después de ese mural se dio a conocer por el boca a boca y lo empezaron a llamar. "Empecé pintando a los 'choros', los ladrones dentro de la población, y luego por temas de plata empecé a retratar a los narcos", agrega. Desde entonces, Raize ha hecho más de 100 murales y cobra "desde 200 mil pesos" por cada uno.

A 15 años de ese hecho, Cobian, de ojos claros y tez blanca, se sienta en un café cercano a su casa, en Ñuñoa, y con la ropa y las manos manchadas de pintura, da largos sorbos a un cortado. Cuenta que nunca ha podido encontrar un hogar estable para vivir, que la vida de los grafiteros es nómade, que siempre están buscando muros. También cuenta que lleva dos años sin trabajar para narcotraficantes y que está intentando recuperar a sus hijos.

"En ese ambiente uno se tiene que sumergir en la volá. Yo estuve metido en la droga y me costó salir. Entras en los mismos clanes, eres parte de ellos", confiesa.

Cobian hoy se dedica a hacer talleres en poblaciones y colegios con niños en riesgo social. Pero ese mismo contexto le impide alejarse de un oficio que lleva encima como una cicatriz . Hace poco, dice, mataron a un conocido suyo: un niño de 14 años perteneciente a un clan de narcotraficantes de la zona sur de Santiago. Le dieron tres balazos en la cabeza cuando iba arriba de su moto. "Me pidieron hacerle un mural, espero que sea el último", dice.

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El funeral de Bastián López Reyes, realizado en la población Santa Inés, de Conchalí, abrió el debate acerca de la narcocultura en Chile. El sepelio del heredero natural del clan Los Reyes duró tres días e incluyó un insólito peregrinaje a Chillán, fuegos artificiales y disparos de metralletas. El hecho alertó a las autoridades locales y al gobierno. La subsecretaria de Prevención del Delito, Katherine Martorell, señaló en la ocasión que "lo peor que hemos visto en estos días es esa sensación de impunidad, que como Estado no podemos permitir que se transmita a la comunidad".

El mismo Presidente Sebastián Piñera, en su cuenta pública, se fijó como tarea principal "extirpar la narcocultura" de 33 sectores con alta presencia de bandas de narcotráfico. De esa lista, La Pintana es la única comuna que cuenta con dos barrios críticos: las poblaciones Santo Tomás y El Castillo. Según la alcaldesa de la comuna, Claudia Pizarro, en esta última hay "seis cuadras donde el Estado no está presente".

En un recorrido en camioneta por las calles de El Castillo se ven murales y animitas en varios de sus pasajes. El panorama sacude a cualquiera, incluso a quienes trabajan en el lugar. "Esas son las calles a las que se refiere la alcaldesa, están llenas de gárgolas", dice Rolando Garay, el encargado de seguridad de la comuna, refiriéndose a los vigías de los puntos de venta de droga. Son las 11 de la mañana. "A esta hora es bueno venir, porque los narcotraficantes están durmiendo", explica.

Aunque los narcos descansan, los vecinos le dirigen chiflidos y gritos a la camioneta. Con sus dedos, Garay muestra murales y verdaderos santuarios. Sus ubicaciones las conoce de memoria. En una de las esquinas de la población, que colinda con la Autopista Acceso Sur, se vislumbra una gigantografía colgada en un muro. En la imagen, cercada por una reja con candado y algunas fonolas en su parte superior, se ve a un hombre joven vestido de blanco, al lado de su auto Hyundai plateado. La imagen está acompañada de la frase. "Dios no prometió días sin dolor, risa sin tristeza, sol sin lluvia, pero Él sí prometió fuerza para tu día, consuelo para tus lágrimas y luz para tu camino". Fuera de la reja se ven vestigios de actividad reciente: sillas plásticas, un brasero y leña quemada. "En lugares como estos, periódicamente se hacen reuniones, hay fuegos artificiales, disparos al aire, consumo de alcohol y drogas. Los vecinos se ven amedrentados", indica Garay.

Esta subcultura de obituarios murales no es exclusiva de La Pintana. Para Gonzalo Durán, alcalde de Independencia y presidente de la Comisión de Seguridad Ciudadana de la Asociación Chilena de Municipalidades, esta expresión está bien extendida: "Están los murales, que refuerzan la imagen de la persona fallecida, normalmente joven y vinculada al mundo de la droga, y también están las grandes animitas. Estos lugares se vuelven un punto de encuentro de delincuentes. Lo que se ve aquí es una apología a lo narco, que se vuelve una representación de control territorial".

Para expertos como Mauro Mercado, coordinador de la Unidad Microtráfico Cero de la PDI, el fenómeno no hace más que replicar una cultura desarrollada en México al alero de los carteles. Desde un punto de vista criminalístico, el subprefecto le asigna un valor como evidencia de su rango de operaciones . "Para nosotros, es muy importante no perder de vista estos signos y símbolos, porque son marcas y pistas que van dejando", dice.

Otros especialistas ponen énfasis en la tradición artística más antigua de la que procederían estos murales. Montserrat Rojas es investigadora de arte contemporáneo y curadora del proyecto visual titulado "In Memoriam", del fotógrafo Alejandro Olivares, donde se hace un recorrido por varios de estos murales situados en comunas periféricas de Santiago. Ella ve una herencia latina innegable en estos trabajos. "Los mapuches entierran a sus muertos con todas sus cosas, es interesante ver cómo estas tradiciones se han ido metiendo en estas otras subculturas que muchos no consideran cultura. Se suele considerar a la Ramona Parra, a los museos, pero no a estas representaciones, pero me parece interesante que estas prácticas artísticas sigan existiendo y que en algunas partes muten a lo que hacían nuestras culturas indígenas", opina.

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"Cachái a Los Risas? —pregunta Cobian dando sorbos a un segundo café—. Yo también pinté para ellos, son súper cabrones, gente un poco más peligrosa, pero a pesar de su narcocultura son personas igual que uno nomás. Lamentablemente, para muchos, es el traficante que está dando las oportunidades en las poblaciones. El gobierno no llega con ayuda ni beneficios, es mucha la burocracia, pero cuando alguien le pide a un traficante, él va altiro, se pone con remedios, con camisetas para los equipos".

Raize intenta explicar un concepto difícil de digerir fuera de los márgenes de los barrios periféricos. Pero es allí dentro, en sectores sin bancos, áreas verdes, cafés, malls, cines ni librerías, donde sus palabras cobran un poco más de sentido. Eso, sin embargo, no ha impedido que incluso sus cercanos hayan cuestionado sus redes. "Algunos amigos me criticaban mucho por trabajarles a narcos, pero mi argumento era que en las poblaciones hay narcos, 'choros', gente que trabaja, de todo. Entonces, no tiene lógica que un marginal margine a otro marginal. Afuera de la población hay mucho miedo y estigmatización sobre lo que ocurre adentro".

Para el comisario Francisco Francionelli, psicólogo forense del Instituto de Criminología de la PDI, las apreciaciones del grafitero no están alejadas de la realidad. "Esto se relaciona con el espíritu del barrio", dice el experto. "Con estos murales, muchas veces vemos el fenómeno de Pablo Escobar o el 'Cabro' Carrera, grandes héroes que surgieron de la nada y se convirtieron en mecenas que regalaban dinero y comida al pueblo. Estas representaciones recuerdan la mejor parte de la persona y se convierten en un espacio donde la gente hace ciertas reverencias y entrega ofrendas. Esto crea un espíritu que otorga un sentido de pertenencia que valida la vida de barrio".

Por su parte, sentado en una galería de arte en Providencia, donde Coletti acaba de pintar unas gigantescas abejas que alumbradas por un proyector parecen moverse, aclara que "no quiero ser nombrado como el pintor de los narcos, porque no lo soy".

El muralista agrega que eso es solo una de las tantas facetas de su trabajo como artista urbano, que él incluso trabajó para Carabineros pintando el puño de un rapero chocando con el de un uniformado afuera de una comisaría. "No creo que ningún rey de los que estén retratados, tipo Luis XV, hayan sido santos, entonces grafitear a los muertos busca verle la belleza a todo, levantar la belleza de la vida misma por sobre lo doloroso y por sobre la muerte".

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En las imágenes iniciales del reportaje del programa Informe Especial de TVN, dedicado a la banda Los Risas, se mostró un imponente grafiti con los rostros de los narcotraficantes más representativos de la historia latinoamericana. Allí, en un muro de la población La Bandera, en la comuna de San Ramón, se daba cuenta en primeros planos de los dibujos de Pablo Escobar, el 'Chapo' Guzmán y el vocalista de Los Cantantes, el puertorriqueño Héctor Lavoe, quien se presentó en varias ocasiones para los capos del cartel de Cali. En la nota, una voz en off señala que el "mural que demarca territorio habría sido encargado por los hermanos Toloza-García, líderes de la banda".

Rayne fue quien lo pintó.

"Ese mural era emblemático, lo borraron hace poco", menciona el subprefecto Mercado, de Microtráfico Cero. Entonces cuenta que en las clases que da a policías en formación, exhibe la película American Gangster para que sus alumnos determinen el error del criminal. La mayoría acierta en que Lucas, el personaje principal, se equivocó al sentarse en primera fila para la pelea entre Muhammad Ali y Joe Frazier, vestido con un ostentoso abrigo de chinchilla.

"Con eso se delató solo, y con los murales pasa lo mismo. Los grafiteados son puros cabros entre 12 y 28 años, criminales menos expertos. Es ese el rango etario al que le gusta alumbrarse", explica Mercado antes de cuestionar la astucia de toda una generación con una pregunta: "¿Tú crees que un narco avezado andaría mostrándose?".

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