El díler digital
<p>Es sicólogo, tiene 32 años y maneja un Gol verde. Consigue películas, las copia y se las lleva a sus clientes. A un público educado que se reparte entre Santiago Oriente, Valparaíso y Viña. Prefiere calificar su trabajo como "una falta" y no como ilegal. "La firme es que yo no trafico, yo proveo; el cine puede ser considerado muchas cosas, pero no es una droga", dice, sin inmutarse. </p>
Antes que nada, se ve a sí mismo como un cinéfilo. O, al menos, alguien para el cual "el cine es muy, muy importante, casi vital". Ve, por lo bajo, siete filmes a la semana. A veces más, porque ahora que vamos camino al invierno se pone melancólico y como ya no tiene polola y la depresión a veces le pisa los talones, es perfectamente capaz de ver cinco a seis películas en un fin de semana.
-Este wikén vi el debut como director del escritor Michel Houellebecq, llamado La posibilidad de una isla, un filme futurista francés, que me pareció extraño, regular no más, es mejor como escritor de libros controversiales. Me gustó poco, la verdad. Vi además una película con Colin Firth, por la que estuvo nominado al Oscar. Se llama A Single Man y es acerca de un profesor inglés que se quiere suicidar. Muy buena, y triste; sin duda, funcionará bien entre los clientes que me piden cine-de-temática-gay-no-porno. También vi Corazón rebelde, la cinta por la que Jeff Bridges ganó el Oscar. Es acerca de un cantante country, pero la temática es universal y humana y en el fondo tiene que ver con la redención y cómo el amor te ayuda a salir adelante. Pero también, y esto fue lo que me gustó, es acerca de cómo no es necesario tener un final feliz para ser feliz. Estas tres películas ya van a estar en mi catálogo. Ninguna se ha dado en los cines y, por lo que sé, tampoco se van a estrenar pronto. Ésa es parte de la gracia de lo que hacemos. O de lo que hago, porque yo trabajo solo.
-¿Qué es lo que haces?
-Puta, ponemos las novedades de la cartelera mundial y las cintas más especializadas que triunfan en festivales en las casas de personas educadas, de buena tela, que les interesa el cine y la cultura. Por mil pesos le paso un DVD calado. Yo quiero que todos vean de todo y les permito acceder a lo que no pueden acceder. Les digo que hay cine argentino de autor y cine rumano que es bien cercano porque Rumania tiene muchas cosas que ver con Chile. Es extraño decirlo, pero siento que todos mis clientes me quieren, que les caigo bien. A veces siento que me ven casi como si fuera el Viejo Pascuero, porque siempre llego con cosas que esperan, pero también con cosas que no sabían que existían. Y ésa es la mejor parte: sorprender.
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Digamos que se llama Joel Rodríguez. Casi todo lo que contaré acá es verdad menos su nombre y la ciudad donde vive y algunos detalles que podrían delatarlo, porque Joel considera que lo que él hace es "a lo más una falta" o "en rigor no es tema", pero entiende que "por ahora" lo que él hace es "supuestamente ilegal" y que una cosa es hablar, dejar que lo siga, ir a comprar películas con él y otra es salir "frontal" en la prensa. "Lo que pasa es que estoy dividido: me gusta esto de los DVD, pero más me gusta mi pega porque consiste en ayudar a los demás". Joel es sicólogo, tiene 32 años y maneja un Gol verde del 2001. Estudió en Valparaíso, pero es de Santiago, del barrio Franklin más específicamente: "Nací comerciante, he estado comprando y vendiendo desde los doce". Joel es el primero de su familia (y de su cuadra) en ir a la universidad. "Soy un ejemplo y cargo con eso: todos me admiran, pero todos dependen de mí también".
Joel entrega a domicilio o en la oficina. "Soy al siglo XXI lo que antes era la señora de los quesos, la señora que traía erizos o locos". Tiene dos polos: Valparaíso-Viña y Santiago Oriente. Vende y ha vendido en sitios como clínicas privadas, el Congreso ("aunque nunca a un diputado o a un senador") y ministerios.
Vive solo en un departamento-tipo-bloque de dos dormitorios en Quilpué, aunque pasa casi todos los fines de semana en Santiago: los sábados reparte sus películas por el sector Providencia y Vitacura. No es un lector compulsivo, pero lee: Murakami, La soledad de los números primos, los libros de fútbol de Guarello. Joel trabaja en el Sename, en la Quinta Región, en un centro de reclusión para adolescentes. La mayoría de los jóvenes con que trabaja (a veces, incluso, les muestra películas y luego las comentan) han infringido la ley en temas como robos, asaltos y consumo de drogas. Joel también infringe la ley, la Ley de Propiedad Jntelectual. Joel es un dealer de películas en formato DVD.
Su trabajo consiste en conseguir películas, por lo general nuevas o cintas que nunca se estrenarán o serán editadas en DVD, y copiarlas para luego ofrecérselas a sus clientes. Joel entrega a domicilio o en la oficina. "Soy al siglo XXI lo que antes era la señora de los quesos, la señora que traía erizos o locos". Entre sus clientes hay doctores, profesores universitarios, gente ligada a los canales de televisión, directores de cine, periodistas, dueños de tiendas y restoranes, empleadas de boutiques, "publicistas engrupidos y onderos", gente que trabaja en editoriales, actores, médicos, dentistas ("hay uno que me atiende por menos a cambio de películas: es como un cambalache") y abogados. Sí, abogados. Tiene dos polos: Valparaíso-Viña y Santiago Oriente. Joel vende o ha vendido en sitios tan insólitos como clínicas privadas, el Congreso ("aunque nunca a un diputado o a un senador") y ministerios. Partió vendiendo a estudiantes en la vereda frente a la UC de Valparaíso, pero poco a poco fue afinando su modelo y ahora siente que lo que él hace "es más curatoría; no vendo infantil ni porno ni blockbusters ni cintas chilenas cómicas".
Joel no intenta competir con los estrenos de la semana. Él tiene su propio catálogo, que autoclasifica de "cine-arte o cine con mensaje". Le pregunto si no ve alguna contradicción o ironía en que alguien que trabaja para el Estado venda DVD en sitios estatales. "No. Yo no siento que estoy cometiendo un delito ni menos los que me compran. Si me compran padres de familia, me compran cintas para sus hijos. Como Fantastic Mr. Fox, de Wes Anderson. Claramente no es tema. Quizás todos nos mentimos o lo negamos, pero nadie siente miedo o asco o anda paranoico. Hace tiempo que esta sociedad renunció a la idea que este comercio es ilegal, porque el bien mayor es superior. ¿Me explico? La gente quiere cine que no está o está lejos o le parece caro. Nosotros se lo damos".
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Durante la semana que pasé con Joel, el gobierno de EE.UU. colocó a Chile en la "lista negra" de piratería intelectual junto a Argentina y Venezuela, por ser países que "no toman medidas" contra eso. Joel considera que sí se toman medidas y "que ya no es tan fácil vender o comprar en público". "La piratería intelectual en los mercados externos es mortal para las empresas estadounidenses y destruye los puestos de empleo para los trabajadores de este país", dijo en una declaración el representante de Comercio Exterior de EE.UU., Ron Kirk. Joel no está de acuerdo: al revés, piensa, acá los crea. "Además, se siguen estrenando películas y haciendo cintas chilenas, aunque yo casi ni vendo porque poca gente quiere verlas en el primer lugar". Le pregunto si se ve a sí mismo como un dealer. Me dice que no.
Caminamos por el Persa Biobío hasta salir del recinto y seguimos por una calle lateral hasta una playa de estacionamiento. Detrás de la garita de los cuidadores hay una mesa con "las novedades de la semana", entre ellas La isla siniestra (rotulada imagen completa; es decir, no filmada del cine y viene con subtítulos en castellano) y El día de los enamorados. El gordito que vende parece ser parte de un filme de Judd Apatow y le insiste a Joel que compre "la nueva de Al Pacino". Joel no tiene claro de dónde vienen estos DVD, pero "claramente de USA o de México". Joel se dedica a llevar copias de estas películas a los clientes que lo contactan por correo electrónico. Joel tiene su pequeño laboratorio con dos computadoras, centenas de discos vírgenes, plumones, impresoras a color, sobres celestes y carátulas en castellano aún no cortadas y dobladas.
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