Revista Que Pasa

Libros: En la oficina

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Hasta hace un tiempo, el argentino Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) era prácticamente un fantasma en las librerías chilenas. Con la publicación de su flamante novela El oficinista, ganadora del Premio Biblioteca Breve, algo de ese panorama debería cambiar.

-¿Por qué escribir acerca de un espacio como la oficina?

-Porque es un espacio de explotación que, en este sistema capitalista, últimamente se ha convertido en algo crítico. He pensado mucho en una foto que vi hace un tiempo: un ejecutivo de Wall Street, un yuppie, que había sido despedido por la crisis financiera. Iba con su caja de zapatos donde tenía las pertenencias de su oficina. Nada más triste que este pibe -del tipo de buena presencia- al que le habían dado una patada en el culo.

-¿Y trabajaste de oficinista alguna vez?

- Sí, tanto como empleado de medios, como escribiente en el servicio militar obligatorio. Y como creativo de casi todas las agencias argentinas top en publicidad. Y ojo, que para mí el creativo publicitario es un oficinista también. Es como el periodista; por ahí se sienten que son una raza elegida. Pero tanto el creativo publicitario como el periodista tienen que entrar en una empresa, fichar, cumplir un horario, acatar reglas burocráticas.

-Uno de los personajes más interesantes de la novela es un lector ávido de literatura rusa. Algo extraño en estos días ¿no?

-Siempre he sido un lector indiscriminado de la literatura rusa. Y Gógol tiene un cuento, "El Capote", que se puede leer en sincro tanto con Kafka o con el Bartleby de Melville. Para mí el relato de oficina -o la ficción oficinesca- es casi un género, como el de Navidad. Me parecía interesante trabajar en esa línea, inaugurada por los rusos. Esa literatura, digamos, de los escribientes.

-Vives en Villa Gesell hace 25 años. ¿Por qué tantos escritores argentinos se van para allá?

-No creo que sean tantos los que se vienen para acá. Es más bien que cuando uno se toma en serio su oficio, descubre que hay un grado de saturación que produce la ciudad. Un grado de desquicio. Buenos Aires es una ciudad muy seductora, muy opulenta, muy histérica. Vos tenés una cantidad de eventos culturales por día que no podés absorber. Cuando uno se propone escribir, necesita cierta profundidad. Por eso creo que los que se vienen acá, vienen, no sé, huyendo de nosotros mismos. O buscando, tal vez, una especie de silencio reparador.

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