Doomsday killer
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Dexter me aburrió hace tiempo. Cuando apareció Jimmy Smits, la mandé al carajo: el humor negro se le había licuado. Sí, me perdí a John Lithgow y su cara de loco y todo eso, pero ver a Michael C. Hall dar vueltas, repitiendo "¿por qué no puedo ser un ser humano y debo salir y matar gente?" ya se había vuelto harto fome. Pero ahora volví en ésta, la sexta temporada. Acá Hall sigue igual pero tiene como antagonista a Edward J. Olmos, que es un estudioso de las religiones obsesionado con el fin del mundo. Aquello se agradece. Como actor, Olmos parece no tener techo: sabe aterrar como nadie y exhibe su violencia estoica con una ambigüedad impresionante al punto de que en Battlestar galactica era un Moisés bastante más terrible del que fue Charlton Heston para John Huston. Ahora, en Dexter, él y Colin Hanks son los enemigos del héroe: dos serial killers obsesionados con el apocalipsis. No sabemos mucho más que eso, aparte que habitan una iglesia abandonada, leen la Biblia y se dedican a asesinar gente. En los cuatro capítulos que van subieron el listón de la serie al nivel de su primera temporada: a un cuerpo lo llenaron con bebés de serpiente vivos y a otro lo cortaron en pedacitos, lo pegaron con un maniquí y lo soltaron, arriba de caballos, sobre alguna calle comercial de Miami. Si esas atrocidades las perpetrara otro actor sería un chiste, pero Olmos construye su personaje como una colección de silencios que pueblan la pantalla y enuncian el horror.
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