Bastaba con el epígrafe
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El hombre -que le dicen el Escritor de Epitafios- se sienta todos los días en un café y escribe. A veces, también, conversa con sus amigos, a quienes denomina el Pintor de Desnudos, el Escultor de Locomotoras, el Fotógrafo de Cerros, el Actor de Teatro Infantil y la Poetisa Erótica. Los nombres -o la ausencia de nombres- no son casualidad: en El Escritor de Epitafios todo pareciera ser así: una cáscara que no cubre nada, personajes hechos a través de un molde simple, en el que no hay una historia que los sostenga.
Rivera Letelier dedica cerca de 50 páginas (de las 129) a presentarnos a estos personajes sin mucho sentido. Y ahí se encierra gran parte del problema de esta novela: la historia no da para tanto, la anécdota se alarga innecesariamente. Pero a pesar de eso el relato fluye, porque Rivera Letelier sabe trabajar con el lenguaje, aunque lo sobrecarga casi siempre. Pero narra bien y eso es un mérito. Porque la anécdota es débil, pero uno sigue al protagonista y su encuentro, casi epifánico, con una gótica -de unos 16 años-, de quien se enamora. Ella le muestra sus poemas y él se los lee y conversan y comparten lecturas, mientras Rivera Letelier se da el tiempo de explicarnos acerca de esta tribu urbana y deja que sus personajes escuchen a Lacrimosa y lean a Lovecraft o a Bataille. Entremedio de esto hay teorías sobre los ángeles y guiños a Claudio Giaconi y un epígrafe bellísimo de Alfonso Calderón: "Un ángel se insinúa en cuanto aparece alguien que dice estar enamorado de la muerte". Pero no hay mucho más. Y ése es el problema. Porque uno cierra el libro y no queda nada: ni una imagen, ni una escena, nada, quizás sólo el epígrafe.
A $ 9.900
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