Cuenta conmigo: 3 historias de amistad telefónica surgidas en pandemia

A comienzos de la crisis sanitaria, más de 400 voluntarios se inscribieron en un proyecto de la Fundación Amanoz que buscaba brindar compañía mediante llamadas a adultos mayores que se vieron aislados debido al confinamiento. Seis meses más tarde, varios de esos contactos se han convertido en relaciones cercanas que los participantes nunca imaginaron. Festividades compartidas y planes futuros conjuntos son algunas de las experiencias que aquí relatan algunas de las personas que encontraron una vía para enfrentar la soledad provocada por el coronavirus.


Según el Observatorio del Envejecimiento (CEVE-UC), al menos 460 mil personas mayores de 60 años viven solas y no cuentan con una red de protección adecuada, de los cuales el 20% pertenece a la población más vulnerable del país. Esta problemática es la que busca enfrentar la Fundación Amanoz, una institución sin fines de lucro que desde el 2000 contribuye con programas de acompañamiento al bienestar emocional y afectivo de personas mayores. Así es como a principios de la pandemia nació el proyecto “Acompañamiento telefónico mayor”, que consiste en un programa de voluntariado a distancia que se realiza de manera telefónica y cuyos miembros apuntan a servir de compañía a hombres y mujeres de la tercera edad.

Actualmente más de 450 personas se han inscrito y capacitado para estar atentos y la escucha a un lado del teléfono, mientras más de 600 personas mayores han solicitado la ayuda de la fundación para estar en el otro extremo de la línea y así poder conversar y, a veces, desahogarse con un desconocido. El desafío es combatir la soledad, que para algunos se ha convertido en la segunda pandemia de este 2020.

Un angelito

Pilar Ascui tiene 76 años y vive sola en un departamento en Santiago Centro. A mediados de marzo decidió encerrarse por la pandemia, teniendo en cuenta que pertenece al grupo de mayor riesgo. Su rutina era siempre la misma: levantarse, ducharse, hacer aseo, preparar almuerzo y volver a la cama. Siempre en pijama. “Lo pasé mal. Veía mucha tele, esa era mi única entretención porque así me sentía acompañada; por lo menos escuchaba voces”, cuenta esta mujer, al mismo tiempo que confiesa que el silencio la deprimía. En las noches no lograba conciliar el sueño y en el día no tenía ganas de hacer nada. “¿Para qué me voy a tejer algo? Si vivo en pijama”, cuenta que se decía a sí misma cuando pensaba en algún pasatiempo.

Pilar no tiene más familia que un hijo que vive en La Araucanía y a quien no ve desde diciembre del año pasado. Mantiene contacto con él y con una amiga, pero a inicios de la pandemia no hablaba con nadie más. Una mañana de fines de abril, mientras el televisor estaba encendido para hacerle compañía, Pilar vio un anuncio de la Fundación Amanoz. El aviso contaba la iniciativa de acompañamiento telefónico para personas de la tercera edad y, además, mostraba el sitio web y el número para llamar. Pilar agarró un papel, una hoja y anotó el teléfono. “Llamé y les dije que estaba mal, que estaba muy depresiva por el encierro y que vivía sola. Lloraba, tenía miedo de salir, de contagiarme, necesitaba compañía”, cuenta la señora. La asistente social que contestó el llamado la ingresó en el programa y algunos días más tarde la llamó quien es hoy su acompañante telefónica. “Ahí fue cuando me llegó un angelito del cielo llamada Camila”, dice Pilar, refiriéndose a la voluntaria de 24 años con la que desde entonces habla todos los días.

Camila Dávila se sumó al programa a comienzos de mayo. Mientras hacía su práctica de asistente social en temáticas de adultos mayores vio una publicación en Twitter donde se buscaba voluntarios para acompañamiento por teléfono. Llenó el formulario y quedó elegida. Días más tarde le asignaron al adulto mayor que acompañaría. “Pilar es una persona mayor que vive totalmente sola y sus redes de apoyo son muy escasas. Cuando yo comencé a hablar con ella, ella estaba bien triste, la soledad la tenía bastante mal y empezamos con este proceso de acompañamiento que sigue hasta hoy”, relata la joven.

Al principio, acordaron llamarse entre dos a tres veces por semana. Hubo un tiempo en que se hablaban todos los días y, aunque ahora es más espontáneo, se escuchan la voz por lo menos tres de los siete días de la semana, sino más.

Pilar le contaba a Camila que aunque no podía salir -porque tenía más de 75 años- necesitaba ir a abastecerse de verduras o ir al banco. Le contaba de su miedo al contagio, de su soledad, de su pena, de lo que iba a cocinar ese día, de todo. “Cuando empezamos a hablar, cambió mi ánimo. Ella me llamaba todos los días para preguntarme cómo estaba, me decía que saliera adelante, que esto iba a pasar. Yo le decía que echaba de menos a mis nietos, a mi hijo, todas esas cosas. Le contaba que estaba aburrida, y ella me daba ánimo y me conversaba y me hablaba de distintas cosas para entretenerme y yo me desahogaba. Le empecé a contar cosas hasta de mi niñez, de joven, de cuando me casé. Yo creo que ella sabe toda mi vida”, reflexiona Pilar, seis meses más tarde.

Dentro de las ideas que tuvo Camila para incentivar a Pilar estuvo la de invitarla a participar del proyecto “Mis relatos en pandemia”, impulsado por la Sociedad Chilena de Geriatría y Adulto Mayor UC y que busca recopilar los testimonios de personas de la tercera edad durante el confinamiento. “Ay, Camilita, pero hace tiempo que yo no escribo”, recuerda la mujer que le respondió, además de señalarle que no tenía internet para enviar su historia. Camila la entusiasmó y le propuso que se sentara y escribiera su relato en un cuaderno, luego la joven la llamó y, mientras Pilar le dictaba, ella traspasó a internet palabra por palabra el mensaje que luego fue enviado a la iniciativa.

La pandemia habría sido tremenda sin Camila para mí. Ha sido un apoyo salvaje. Ella es mi angelito. Dios me la mandó para que ella me ayude; sin ella estaría llorando, tomando pastillas, y quizás cómo más

Pilar Ascui (76)

En julio se publicó el relato de Pilar. “Soy Pilar Ascui, tengo 76 años (tercera edad) y les hablaré sobre mí para explicarles cómo estoy llevando esta pandemia (coronavirus). No lo paso muy bien porque vivo sola”, comienza escribiendo. Luego cuenta de su encuentro con “un angelito del cielo llamada Camila”, dice, y agrega que, “me escucha todo lo que le cuento, tiene mucha paciencia de poner oído a todas las veces. Las llamadas son más o menos de una hora o más. ¡Es una niña joven, cómo no se cansa de escuchar a una persona mayor! Eso me tiene muy contenta”.

Tiempo después, Camila tuvo que salir del confinamiento en su casa por motivos médicos y en la misma salida aprovechó de ir a saludar a Pilar. Tocó su timbre y la saludó desde lejos con su mascarilla. Le pasó una caja de mercadería y el relato impreso que le había dictado. Pilar lo recibió y por primera vez se vieron las caras. Camila recuerda su rostro y dice que se la imaginaba distinta: “Me la imaginaba como una persona frágil en términos corporales, deteriorada por esto de la soledad pero cuando la vi, la vi fuerte. Utiliza bastón pero se moviliza bien, su postura muestra fortaleza”, dice la joven.

Pilar, por su parte, tiene el recuerdo lejano de Camila con lentes y mascarilla: “No le conozco la cara, no le tengo la imagen, todavía no me la imagino porque uno no logra ver la cara de alguien con mascarilla”, dice la mujer que asocia el nombre de Camila con la voz del otro lado del teléfono. “Pero apenas esto pase nos vamos a ver, incluso queremos ir a la playa”, agrega Pilar y la joven afirma que apenas se pueda quiere coordinar una visita. Para conocerse, conversar cara a cara y además porque le prometió enseñarle a usar internet. “La pandemia habría sido tremenda sin Camila para mí. Ha sido un apoyo salvaje. Ella es mi angelito. Dios me la mandó para que ella me ayude; sin ella estaría llorando, tomando pastillas, y quizás cómo más…”, agrega Pilar.

Viejas amigas

Elena Yáñez tiene 69 años, es profesora jubilada y vive sola en un departamento en Santiago Centro. Su único familiar es su hija que vive en Inglaterra, porque los demás han fallecido. Cuando llegó la pandemia y el confinamiento, Elena se preocupó por su falta de redes. Si bien tiene una buena relación con sus vecinos, se ponía en la situación de qué haría si le pasaba algo: “¿A quién le pediría ayuda? ¿Si llego a un hospital, quién respondería por mí?”, dice que se preguntó y cayó en cuenta de que necesitaba algún nexo: “Alguien que llame a mi hija y le diga si estoy viva”, cuenta.

Elena y Janet celebrando juntas las fiestas patrias.

El objetivo principal por el que Elena llegó a la fundación era tener a quién recurrir en caso de emergencia, y que esta persona pudiera contactar a su hija si caía enferma. Obviamente, conversar con alguien también era un beneficio de ingresar al programa, pero la razón de fondo era más práctica que emocional. Así fue como Elena conoció a Janet Habash (63), quien pasó a ser mucho más que una persona a quien recurrir en caso de emergencia.

La primera vez que se juntaron en persona fue en agosto. Llevaban cinco meses conversando lunes, miércoles y viernes por teléfono. El horario al principio era siempre el mismo, a las 15.30 horas. Terminado el noticiero de la tarde alguna levantaba el celular para llamar a la otra y la conversación solía durar dos horas. Después comenzaron a llamarse más espontáneamente. “¿Estás ocupada?”, solía decir un mensaje y si la respuesta era que no, rápidamente sonaba el teléfono y comenzaba una larga conversación. Así pasaron meses dialogando de lo cotidiano y lo no tan trivial. Hablaban sobre qué cocinaban, de los acontecimientos nacionales, de sus familias, de todo. Por eso, esa tarde de agosto no fue incómodo estar juntas por primera vez.

Encontrar gente cariñosa, amable, que se preocupa por ti es ganarse la lotería. Es un regalo del cielo. Así que yo estoy feliz, encantada de tener a Janet de amiga

Elena Yáñez (69)

Janet salió en su auto buscar a Elena para volver a su casa a tomar once juntas. Así, Elena no tenía que exponerse al virus tomando el transporte público y aprovechaba de salir del departamento donde llevaba meses encerrada. “El primer encuentro fue súper rico. Ya habíamos copuchado de todo, de la vida privada, de los hijos, de las tendencias políticas, de religión, de todo, imagínate que hablábamos tres veces a la semana como dos horas. Ya nos habíamos dado vuelta la vida. Así que fue súper agradable verse y, bueno, tampoco uno podía abrazarse mucho, pero fue rico conversar”, recuerda Janet. Elena le llevó de regalo un imán de Inglaterra, porque su amiga le había contado que los coleccionaba así que le dio uno de donde vivía su hija en Europa. Conversaron, se rieron y levantaron más planes en conjunto. El segundo y más próximo fue el 18 de septiembre que decidieron pasar juntas.

Ese fin de semana festivo se juntaron donde Elena. El vino y el postre lo llevó Janet, las empanadas y la ensalada la puso la dueña de casa. Pasaron todo el día juntas, escucharon música, conversaron. Elena le mostró los recuerdos de los lugares que ha visitado y las fotos de su familia. Lo pasaron bien, dicen, y así celebraron el 18 juntas.

“Las dos somos adultas mayores y hemos pasado experiencias de vida, el haber trabajado, ser más maduras, tener hijos, estar separadas y vivir solas, además de estar en una etapa en que uno empieza a pensar en disfrutar uno misma”, dice Janet sobre lo que las unió desde un principio. Aunque esta última es la voluntaria, la que se inscribió para acompañar a la otra, piensa que el beneficio es mutuo y que para ella también ha sido una compañía: “Para mí ella fue súper importante en la cuarentena. Yo también necesitaba conversar con alguien, entonces fue algo recíproco el que yo la acompañara a ella, pero también ella me acompañara a mí. Así que fue muy, muy bueno. Yo también vivo sola. Con ella fue una cosa especial, estábamos las dos probablemente necesitando este momento más de compañía”, dice.

Elena piensa lo mismo y cree que estar en situaciones parecidas de vida las unió más de lo normal, pero también agrega que son personalidades muy afines: “Hay que tener en cuenta que hoy en día el mundo se ve feo, todos andan peleando, y encontrar gente cariñosa, amable, que se preocupa por ti es ganarse la lotería. Es un regalo del cielo. Así que yo estoy feliz, encantada de tener a Janet de amiga”, cuenta.

Por el momento hay tres planes que tienen pendientes. El primero está programado para después del plebiscito del 25 de octubre y consiste en ir a la playa de Maitencillo, donde Janet tiene departamento. También, apenas se abra quieren ir al Templo Bahá'í que está en Peñalolén y que Elena todavía no conoce y, por último, anhelan subirse juntas al teleférico del cerro San Cristóbal, que nunca han visitado y así ver por primera vez juntas Santiago desde arriba. “Para mí fue un regalo, realmente. Yo creo que por algo se dan las cosas; soy una convencida de que hay un orden especial que uno no se alcanza a dar cuenta que está detrás. La necesidad del momento y la coincidencia de que se llamara como mi mamá, Elena”, agrega Janet.

Cadena de amistades

Rosario Vergara tiene 71 años y vive en la comuna de La Pintana. Leonardo Ramírez tiene 74 y vive a casi 300 km de distancia, en la comuna de Colbún, región del Maule. Ambos viven solos y se unieron al proyecto telefónico buscando compañía para la cuarentena. A Rosario le asignaron a Antonio Neme como voluntario y a Leonardo le tocó Paula García-Huidobro. Cada uno por su parte comenzó a generar vínculo con la persona que estaba al otro lado del teléfono. Leonardo estaba atravesando el duelo de su señora que falleció de cáncer en marzo de este año y Paula lo contenía desde la distancia. Rosario alegraba sus días con las bromas de Antonio, se empezó a sentir acompañada, se reía y le subía el ánimo. Los cuatro por su parte confiesan que se hicieron amigos, que hoy se tienen cariño y se siguen hablando todas las semanas.

Rosario Vargas y Leonardo Ramírez

Tiempo después, Paula se dio cuenta que el teléfono que Leonardo tenía hace ocho años casi no funcionaba y decidió buscar ayuda en la fundación para conseguir uno nuevo. Así fue como conoció a Jeannette Tapia, hija de Rosario Vergara, que también es voluntaria en Amanoz. Juntas consiguieron hacerle llegar un celular a Leonardo, desde donde ahora puede mandar fotografías y hacer videollamadas. Mientras Paula y Jeannette conversaban se les ocurrió una idea: “¿Y si los conectamos que los dos están solos?”. Y así fue. Jeannette le contó a su madre y Paula hizo lo mismo con Leonardo y ambos adultos mayores accedieron a conocerse.

Leonardo fue el que llamó por primera vez. “Hola, ¿cómo está?, ¿cómo le va?, ¿se siente sola?”, recuerda Rosario que le dijo el hombre desde Colbún. Conversaron varios minutos. “Ahí él me dijo ‘cuando guste nomás usted me llama’ y ahí fue que nos empezamos a llamar”, recuerda Rosario sobre los inicios de un contacto que ya mantienen hace tres meses.

“Somos muy amigos. Nos reímos harto por teléfono, hablamos día por medio o hasta todos los días”, dice la señora, quien señala que se encariñó con el sureño. “Ella está en la misma condición mía, también está sola. Nosotros ya somos amigos. Cuando no llama uno, llama el otro porque uno echa de menos eso, porque como estamos solos ese es el ambiente que tenemos”, dice Leonardo.

Cuando la hija pudo visitar a Rosario, se le ocurrió hacer una videollamada con Paula y Leonardo, y cada uno desde su teléfono pudo conversar con el otro. Fue la primera vez que se vieron y ahora cada vez que la hija visita a su madre se encarga de conectarla por video con su amigo del sur. “Cuando mi hija viene me hace la videollamada porque yo no sé y así he visto a Leonardo y a su casa. Tiene un prado verdecito lindo y hasta a sus gallinas las saludo”, cuenta la mujer. También lo han incluido en las videollamadas familiares. Una de sus hijas vive en Iquique y en ocasiones en que está la familia hablando por la pantalla, invitan a Leonardo para que desde el sur se conecte a conversar y a conocer a las hijas de Rosario. “Es una conexión que va creciendo, es bonito, yo nunca había vivido una experiencia así, no soñé tampoco que a mi edad iba a vivirlo y uno ahora a la edad que tiene necesita más eso, la gente, la compañía”, dice Leonardo agradecido de sus nuevas amistades.

Para el 18 de septiembre, Paula, Leonardo, Jeannette y Rosario decidieron hacer una videollamada en conjunto. Fue su manera de celebrar las Fiestas Patrias y se unieron a la misma hora para hacer un ‘salud’ desde sus casas. Así, todos acompañados, realizaron un brindis y compartieron algunas palabras. Si bien la fundación les asignó una “pareja” de acompañamiento, las conexiones se fueron mezclando y hoy día han formado un grupo de amigos. “Es una cadena de amistades; uno trata que esa cadena se mantenga y no se rompa. Hay planes de conocerse, pero no sabemos cuándo, va a depender de la pandemia”, comenta Leonardo.

Desde su casa, Rosario cuenta que espera recibir a Leonardo cuando venga a Santiago, para que se conozcan en persona y compartan como amigos que son. Por mientras se conforma con las llamadas diarias y las videollamadas grupales de vez en cuando. “Eso para mí ya es una compañía. Cuando me empiezo a sentir sola agarro el teléfono y llamo a cualquiera. Me gusta esto porque uno tiene con quien conversar. Yo solo tenía una amiga de la infancia y eso es todo. Y ahora tengo más, tengo tres amigos”, agrega Rosario.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.