Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes: historia de un fenómeno

Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes

Polémico y resistido por una élite artística, en 1990 el llamado “Divo de Juárez” cruzó las aduanas de la popularidad y entregó uno de sus registros más legendarios. Esta es la historia de cuatro noches y un disco doble de Juan Gabriel que siguen resonando hasta nuestros días.


El primer disco en vivo de Juan Gabriel fue un animal insólito para su época.

Apenas comenzaron a circular los rumores de un evento inaudito, la polémica no tardó en estallar los días antes de la segunda semana de mayo de 1990, fecha en que fue grabado originalmente Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes.

El músico nacido en Michoacán daría un concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional de México, acaso la más importante del país, en el Palacio de Bellas Artes, una de las casas de ópera más renombradas del mundo y reservada para lo más exclusivo de la cultura y las artes en México.

La prensa de la época recuerda peticiones en donde instituciones culturales exigieron que se cancelara el evento. Incluso algunos músicos reclamaron la “profanación de su templo” a través de cartas.

“La polémica se ha prodigado, los cantantes de la ópera se han opuesto, no desprecian a lo popular pero este no es su sitio”, escribió el cronista Carlos Monsiváis en Proceso, “y para el caso ni importa que los conciertos sean en beneficio de la Orquesta Sinfónica Nacional, es vergonzoso (murmuran) que para comprar instrumentos el Señor Gobierno depende de la buena voluntad de un cantante y a la ira de los defensores de la buena música se une la explosión de homofobia (...) incrédulos ante un individuo con tales modales y tal fama y semejante éxito”.

Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes

Juan Gabriel sería el primer personaje de la cultura popular mexicana en presentarse en el Palacio de Bellas Artes acompañado de la Orquesta Sinfónica Nacional.

No una sino cuatro noches a tablero vuelto. Y sobre el escenario, el Divo de Juárez tomaría una pequeña revancha. “Esta noche estoy feliz y quisiera expresarles mi deseo: que todos los artistas populares tengan la oportunidad de venir aquí porque este lugar se construyó con dinero del pueblo”, comenzó diciendo.

Luego, siguió:

—Y que se dé lugar aquí a los compositores populares porque en su época también Bach, Beethoven y Mozart fueron populares y tuvieron dificultades. No es que compare. Me informan que en la entrada unos cantantes de ópera dicen que este es su lugar y no el mío.

“No me provoquen”: Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes

Cuatro fueron los conciertos que dio Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, fechados del 9 al 12 de mayo de 1990.

Allí, por casi tres horas, el de Michoacán se mostró como un avezado intérprete con un acompañamiento musical de ensueño.

Como en el disco, los conciertos fusionaron un popurrí de temas del cancionero latinoamericano, con Juan Gabriel haciendo bromas y cantando un repertorio que reunió lo más granado de la música que acumulaba a sus 40 años de edad.

“La clave de Juan Gabriel como músico es la pasión”, dice María José Quintanilla a La Tercera. Según la cantante chilena, que grabó música y fue apadrinada por el mexicano, “desde el inicio de su carrera hasta cuando estaba consagrado nunca dejó de buscar maneras de hacer música, de escribir letras que empatizaran, siempre escribía desde la pasión absoluta”.

María José Quintanilla

Esa noche en el Palacio de Bellas Artes, Juan Gabriel se paseó por la ranchera, el mariachi y la balada más sentida hasta sus tempranos coqueteos con el rock and roll, todo al compás de la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por Enrique Patrón de Rueda.

—Había una vez una ciudad llamada Juárez en la frontera de México con Estados Unidos, anota Monsiváis en su libro Escenas de pudor y liviandad. Allí vivía un adolescente solitario, ajeno a la política y a la cultura, aficionado irredento de las cantantes de ranchero, de Lola Beltrán y Lucha Villa y Amalia Mendoza la Tariácuri… y ese joven, furiosamente provinciano (cosmopolita de trasmano, nacionalista del puro sentimiento) creaba por su cuenta una realidad musical nomás suya, la síntesis de todas sus predilecciones que no existía en lado alguno, y para su empresa disponía de la memoria (en donde resguardaba las melodías que no podía llevar al papel pautado), del ánimo prolífico, de una guitarra, de muchos sueños y de la casualidad de que en el país decenas de miles intentaban lo mismo: componer para hacerse famosos, componer no por hacer arte sino con tal de representar sentimientos y situaciones (enamorarse, desenamorarse, frustrarse, narrarle a todos el dolor de no poder contarle a nadie el sufrimiento, desahogar el rencor, aceptar que todo acabó y todo empieza).

Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes mostró la dramática y confesional “Yo no nací para amar”, el lamento de “Ya lo sé que tú te vas” y la sentida “Se me olvidó otra vez”.

—Él y miles como él urdían canción tras canción para largarse del cuartito con la familia idiotamente junta, y evadirse del trabajo monótono y de la colonia en el culo del mundo, describe Monsiváis en su libro. Y al adolescente de Juárez, que responde al nombre de Alberto Aguilera Valadez, su inspiración le llevaba a diario melodías que silbaba, con letras adjuntas, y él las cantaba en un lugar llamado Noa-Noa, y lo que hacía agradaba, pero él no se resignaba a la modestia de la periferia, y se dirigió a la capital monstruosa, a pasarla mal como un trámite en el camino de la superación. Si no supiésemos del happy end sería triste lo que sigue: hambres, malos tratos del egoísmo urbano, noches sin sitio para dormir, una temporada en prisión porque un malvado lo acusó del robo de una guitarra, días y semanas aguardando en las afueras de las grabadoras, sin que siquiera las secretarias lo saluden.

Uno de los puntos altos fue una de las canciones preferidas por María José Quintanilla, “Querida”, y un popurrí de casi media hora donde aparece “Hasta que te conocí”.

Ahí el Divo de Juárez lanza una de sus más célebres frases ante la multitud entregada en el Palacio de Bellas Artes:

—No me provoquen.

“Yo vi tres veces a Juan Gabriel en Bellas Artes”

El comerciante Javier Rosas fue parte del público de aquellas memorables jornadas en el Palacio de Bellas Artes. “El escenario le quedó como anillo al dedo, por no decir que le quedó chico”, contó al canal Univisión con motivo del fallecimiento de Juan Gabriel en 2016.

Ese día el cantante apareció de pantalón y chaqueta negros, con adornos de lentejuelas doradas. “Además, dio oportunidad a los chicos de la escuela Semjase para que lo acompañaran en el escenario cantando y tocando sus instrumentos”, cuenta Rosas.

Según el mexicano, “fue increíble ver como la Orquesta Sinfónica Nacional y su director —además de los coros de Bellas Artes— cantaban, bailaban y gozaban del espectáculo como si estuvieran en las butacas, sin sentirse limitados por su vestimenta de etiqueta o por la organización formal que representaban. Lo gozaban. Reían sin pudor cuando veían los bailes y los contoneos del artista”.

Luego cierra: “Fue, considero sin temor a equivocarme, un parteaguas en la carrera de Juan Gabriel: en ese momento se convirtió en el artista más importante de México”.

Finalmente, los cuatro shows serían recopilados en un LP doble aparecido el 20 de diciembre de 1990, con un impecable trabajo de sonorización a cargo de Paco Arquero, uno de los artífices junto a los productores María Luisa Arcaraz y Benjamín Estavillo.

“Magnífico”, reconoce su trabajo la crónica de Monsiváis.

Hay que destacar también allí el nombre de Eduardo Magallanes, a cargo de los arreglos de estas canciones cantadas a flor de piel y con la pasión que ya mencionaba la intérprete chilena. Y el trabajo de acompañamiento de la banda de Juan Gabriel: Manuel Cazares en teclados, Alejandro Cerezo en batería, Manuel Fernández en el bajo, Daniel López en guitarra y Pedro Plascencia en piano.

Un mundo abierto

—A Juan Gabriel nada le ha sido fácil, salvo el éxito, destaca Monsiváis. En 1971, el primer año de su vida profesional, el auge del rock liquidaba al parecer las esperanzas postreras de la canción romántica. El rock es el idioma juvenil por excelencia, el acompañamiento más adecuado para el deseo de huir del subdesarrollo. Si quieres ser verdaderamente moderno (digno del espejo donde tus padres y tus abuelos ya no se reflejan aunque se lo propongan), no oigas tonterías que entiendes pero ya no sientes, mejor adáptate a lo que muy probablemente no entiendes pero que sientes cada segundo.

Como anécdota, aquellas noches en el Palacio de Bellas Artes reunieron a buena parte del espectáculo de la CDMX, y uno de los asistentes fue el propio presidente mexicano, Carlos Salinas.

Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes es algo fabuloso”, dice a La Tercera la cantante chilena Cecilia. “Él es fantástico como compositor, inclusive como arreglador musical autodidacta, porque se nota la mano de él en la orquesta sinfónica, y eso es precioso”.

“Una lástima que se haya ido, estará con Dios”, comenta La Incomparable.

Cecilia

—Los jóvenes talentosos —teoriza Monsiváis en su libro Escenas de pudor y liviandad— se afanaban en nacionalizar el rock, en aprender del jazz y del blues, en verter el impulso juvenil en letras que fueran manifiestos, en añadirle a la música la dinámica corporal… Este acelere de la cultura juvenil no inmutó a Juan Gabriel, aislado por la miseria y por la provincia. Su experiencia era otra, más pausada y encadenada a la realidad, y él la sabía compartida por millones. Es falso que se pueda prescindir de la letra. La gente necesita enterarse de lo que canta, porque sigue enamorándose y sigue tronando, y sin frases que delaten el ánimo real o ideal, ni el amor ni los fracasos se viven con holgura. Y una línea afortunada es un mundo abierto.

“Tenía muchas canciones inéditas”, recuerda su ahijada María José Quintanilla y entrega una observación del fallecido músico: “Eso lo hacía distinto porque no sé si buscaba el acorde más pomposo, pero priorizaba lo que salía desde su alma, escribía desde lo que estaba sintiendo en ese momento. Por eso su música se queda en nuestra memoria y finalmente es parte de nuestras vidas”.

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