Río Valdivia: Los poblados de la desembocadura

Playa los Molinos
Dos bañistas en Playa los Molinos

Uno de los paseos más clásicos cercanos a Valdivia muestra un trío de lugares que se descubren de mejor manera pausando el viaje. Pequeñas villas costeras provistas de gastronomía, playas y fuertes españoles.


El grito de "Niebla, Corral, Mancera" resuena siempre en el puerto de la ciudad de Valdivia, capital de la Región de los Ríos. A un costado de la feria fluvial que vende peces y donde viven enormes lobos de mar, grandes embarcaciones ofrecen este viaje rumbo hacia el litoral valdiviano saliendo desde el muelle Schuster.

Es un hermoso paseo que se hace en pocas horas (medio día), navegando por los enormes brazos de agua dulce que avanzan corrientosos hasta unirse con el Pacífico y los poblados de Niebla, Corral o Mancera. Cada uno de estos renombrados poblados litorales se materializan como lugares sencillos, profundos y tan sureños que no basta sólo un rato para conocerlos en profundidad.

Aunque navegar es la opción más escénica, se pueden llegar a conocer en pequeños microbuses que unen diariamente y en varios horarios a la ciudad de Valdivia con las playas de la región. Sitios que al llegar son puertas para adentrarse en zonas aún menos conocidas y que resguardan bellezas naturales de nombres musicales como Oncol, Calfuco o Guapi.

El clima cálido y húmedo de verano, variados sets de playas flanqueadas por bosques de pinos y/o de selva valdiviana, una enorme cantidad de cocinerías con frutos de mar o asados al palo, muchas opciones de cabañas y Airbnb, se suman a esa paz de campo con olor a mar que se termina volviendo una marca registrada al pasar por esta geografía. Tanto como la herencia colonial aún vigente y visible en los castillos y fuertes españoles que vigilan la bahía de Corral desde mediados del siglo XVII y que se erigen como el patrimonio material más importante de la zona.

Niebla

La Playa Grande está llena. Los colores del mar y las arenas, que se suman a la alta temperatura, forjan esa ilusión de estar en un sitio casi caribeño o, al menos, con una temperatura del océano superior a lo gélida que es tocarla en esta latitud del planeta. A nadie le parece importar, porque la principal playa de Niebla se llena de bañistas que intentan capear el sol que dura hasta casi las 21 horas.

Niebla –con ese nombre que recuerda a la novela de Miguel de Unamuno- es el principal balneario al que acuden los valdivianos cuando el calor arrecia. Ubicado a un centenar de metros de la parada de microbuses, bajando por la calle Tornagaleones, la música electrónica de un pequeño kiosco recibe a los visitantes, mientras que una serie de casas con vista al mar flanquean las arenas sobre lomas arboladas.

Niebla, distante a sólo 15 kilómetros de Valdivia, durante el resto del año vive una paz que cualquier persona de ciudad añora. Compuesta por dos mil habitantes que se conocen y saludan en las calles, aparte de ser la playa más famosa de la región es, también, uno de los mejores puntos para probar su abundante gastronomía local. Para ello hay dos puntos clásicos: la muy próxima playa Los Molinos, que detenta una serie de restaurantes con vista al mar y el "Encuentro Costumbrista", galpón que está a pocos pasos de la Playa Grande y que se huele desde bien lejos.

En su interior hay varias decenas de locales que por un promedio de $5 mil pesos entregan platos rebosantes de chilenidad sureña: humeantes pailas marinas, asados de cordero, pescados fritos, empanadas de carne, queso o marisco, sierra rellena, pullmay –la variante del curanto pero hecho en olla-, anticuchos y postres como küchenes de frutas, chocolates y alfajores, se ofertan sin parar en medio de ese penetrante aroma a comida, cervezas artesanales y banderas chilenas que cuelgan de los techos como si se estuviese en unas eternas fiestas patrias. Es difícil salir triste desde acá.

Para bajar las revoluciones gastronómicas, se puede enfilar hacia la zona sur de Niebla en donde se encuentra el residente más antiguo de toda la comunidad: el castillo de la Pura y Limpia Concepción de Monfort Lemus. El castillo de Niebla es una inmersión en el pasado de las fortificaciones hispanas que poblaron la desembocadura del río Valdivia para custodiar la homónima ciudad que durante el 1700 fue llamada la "perla del sur".

De castillo en castillo

Grandes y largas paredes de piedra cancagua separan al castillo de Niebla de una plaza y de la capilla de San Antonio de Padua. Los muros sirven como frontera entre el presente y un pasado en que reinaban los piratas y cañones. Actualmente está convertido en un museo de sitio de 36 mil metros cuadrados y que se puede visitar de manera gratuita.

Es uno de los grandes referentes, tanto en su mantención como en un importante legado histórico referido a la defensa que efectuó la corona española con 17 de este tipo de fortificaciones repartidas por el litoral valdiviano. El objetivo fue resguardar esta zona de las arremetidas de los buques holandeses e ingleses que fueron habituales desde el siglo XVI al XIX. El castillo cuenta con extensos miradores de la bahía desde los que se vislumbra el Pacífico y los pueblos de Mancera y Corral. Además, tiene catorce cañones de bronce de la época que aún apuntan a fantasmagóricos enemigos, un faro centenario y la Casa del Castellano, con varias salas museográficas que relatan la historia del lugar.

Estos fuertes hispanos son la excusa perfecta para salir rumbo a la isla de Mancera, ubicada a veinte minutos de distancia desde el muelle de pasajeros de Niebla, distante a tres kilómetros del centro del pueblo. Pequeñas embarcaciones hacen el servicio a la isla por $2.000, convirtiéndose en una pequeña aventura que sirve para vivenciar la potencia del río Valdivia y los extensos paisajes de bosques y montes que se distribuyen en cada ribera.

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El faro centenario del Castillo de Niebla sigue funcionando cada noche.[/caption]

Mancera fue lo más holandés que tuvo alguna vez Chile. Un intento de colonización efectuado por un par de años (1643-1645) por el almirante Hendrick Brouwer y el geógrafo Elías Herckmans y que terminó con la reconquista de esta zona por parte de los españoles. Es un lugar tranquilísimo y que se agita sólo con la llegada de embarcaciones llenas de turistas que se dirigen a visitar el castillo de San Pedro de Alcántara.

Creado en 1645 y parte del sistema de 17 fortificaciones que imperaron hasta entrada la época independentista, el sitio tiene vistas perfectas de la ribera septentrional del río. Desde este lugar debió ser fácil visualizar quiénes entraban o salían de Valdivia. Conserva los muros originales de hace 400 años, el piso se ha convertido en pasto y hay algunos torreones vigías que se mantienen en buen estado. La entrada cuesta $700 pesos.

Mancera tiene una bella playa y algunos alojamientos que tientan con una noche de paz absoluta. La isla se puede recorrer completa en pocas horas y para salir de ella es necesario esperar algún bote o lancha de pasajeros, acordar el precio del traslado ($1.000) y que se dirija a Corral, pueblo que corona la vertiente sur de la desembocadura del río.

Corral, última estación

"A mí me mataron ayer. Te toca morir a ti hoy día". El diálogo de ficción tarantinesca se acentúa aún más cuando alguien que usa un traje "patriota" le habla a otro que porte uno "realista". Son jóvenes de Corral que se ponen de acuerdo en la puesta en escena que cada jornada realizan tres veces al día: la batalla de 1820, cuando el ejército nacional vence definitivamente al último bastión de la corona española en Chile.

El castillo San Sebastián de La Cruz, construido en 1678, es donde esta escenográfica lucha se representa con golpes demasiado reales, persecuciones y cañonazos, que finalizan con series de fotografías de visitantes y militares de antaño reunidos entre cepos y arcabuces. Corral tiene eso como de realidad paralela, visible también desde los muros fortificados en los que surgen flores silvestres y que dan una panorámica hacia la bahía y cientos de botes pesqueros amarillos.

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Los cañones hispanos del Castillo de Corral[/caption]

La ventaja para quien no viaja en tours organizados es poder quedarse más tiempo entre las calles de Corral. O poder conversar con las mujeres que atienden el mercado de comidas que se ubica cerca del muelle y que ofertan sendos shops y platos con frutos de mar.

Desde Corral la ruta al sur lleva a otro de esos puntos tantas veces oídos y pocas veces visitados: la Reserva Costera Valdiviana y el pueblo de Chaihuin. Unir navegando a Corral con Niebla se hace más escénico al atardecer. Por menos de $800, el transbordador "Andalué" cruza a peatones, junto a autos y camiones, hacia la ribera norte. La nave, de 50 metros de eslora, tiene pasarelas en altura que permiten captar notables imágenes del delta del Valdivia, los edificios centenarios y el alumbrado que se enciende apenas el sol se va en Corral, Niebla y Mancera, lugares para quedarse, caminar a paso lento y oler los perfumes de la flora aún reinante y verde de la selva valdiviana.

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