El efecto “fantasma” del Tren de Aragua
SEÑOR DIRECTOR:
En Chile, pocas organizaciones criminales han generado tanta conmoción como el Tren de Aragua. Su presencia real —materializada en secuestros, homicidios, sicariatos, trata de personas y extorsiones— es innegable. Pero junto con esa amenaza concreta y real ha surgido otra, menos visible y tal vez igual de dañina: el efecto “fantasma”, una expansión simbólica del grupo que supera con creces su capacidad operativa real.
Este fenómeno opera de dos maneras. Primero, mediante un sesgo de atribución que lleva a las personas, medios e incluso autoridades a suponer que todo crimen particularmente violento debe ser del “Tren de Aragua”. Frente a un secuestro extorsivo, un robo con intimidación o un cuerpo mutilado y abandonado, el imaginario social llena el vacío con el nombre de la banda. El resultado es una distorsión del mapa criminal: se sobredimensiona la presencia de la organización criminal y se invisibilizan redes locales o bandas emergentes que operan con igual intensidad, pero sin la misma “marca”.
La segunda dimensión del efecto fantasma es aún más peligrosa. Se trata de la apropiación estratégica del nombre por parte de delincuentes comunes, extorsionadores improvisados o bandas de baja escala —sin ser células o franquicias de la organización—, que se autodenominan “Tren de Aragua” para obtener obediencia inmediata. Un rayado en una pared, una llamada anónima o un mensaje de WhatsApp firmado con las iniciales “TA” basta para multiplicar el miedo y profundizar la vulnerabilidad de la víctima. La marca funciona como un amplificador criminal: no necesitan armas sofisticadas ni redes internacionales; basta invocar la reputación temida para generar pánico y lucro.
El riesgo es evidente. Cuando todo se llama Tren de Aragua, nada se combate en serio. Las instituciones corren tras sombras, se sobrerreacciona políticamente y se pierde precisión investigativa. El Estado termina luchando contra un fantasma inflado por el miedo colectivo y por la astucia de delincuentes que saben que la intimidación es, al final, un negocio rentable.
Enfrentar el efecto fantasma exige distinguir con claridad entre autoría confirmada e hipótesis, fortalecer la inteligencia y comunicar con precisión. El desafío así no es solo desarticular al Tren de Aragua real, sino también disipar su fantasma, ese que se expande cuando el miedo ocupa el lugar de la evidencia.
Pablo Urquízar M.
Coordinador del Observatorio del Crimen Organizado y Terrorismo UNAB
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