Los arrepentidos: magistral y transgresora

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En Los arrepentidos, del dramaturgo sueco Marcus Lindeen, el director Víctor Carrasco se apropia de la imaginería trans, la recrea y la imagina. Con una paleta de colores entre el azul y el rojo furioso, explora las relaciones entre poder, deseo e identidad. Incluso uno de los personajes hace una cita textual al andrógino Orlando, de Virginia Woolf.


Orlando y Mikael cuentan sus cambios de sexo en los años 60 y 90, exhiben fotos íntimas añejadas por el tiempo y devoran confidencias con crudeza y humor corrosivo. A través del ensamble de estos dos testimonios reales, en Los arrepentidos, del dramaturgo sueco Marcus Lindeen, el director Víctor Carrasco se apropia de la imaginería trans, la recrea y la imagina. Con una paleta de colores entre el azul y el rojo furioso, explora las relaciones entre poder, deseo e identidad. Incluso uno de los personajes hace una cita textual al andrógino Orlando, de Virginia Woolf.

Las actuaciones son magistrales e impecables. El fascinante personaje de Orlando (Alfredo Castro) nació hombre y al transformarse en mujer se casó y duró 11 años hasta que fue descubierta por el marido. Luego de varias operaciones, es hombre otra vez. Subversivo, radical e irreverente, su exotismo kitsch evidencia la coexistencia de visualidades y discursos masculinos y femeninos. Su cuerpo también es una ficción y su intersexualidad es análoga a la intertextualidad del relato, un híbrido entre textos y texturas, marginación y cosméticas sobrecargadas, violencia y pelucas excéntricas, lentejuelas y siliconas, que recuerdan la serie fotográfica La manzana de Adán, de Paz Errázuriz. En Orlando, el imaginario femenino es recreado con maestría desde la irrealidad del artificio. Mucho menos estrafalario y vistoso, Mikael (Rodrigo Pérez) se operó para ser mujer y ahora de Micaela intenta convencer a sus doctores para que lo cambien de vuelta. Viste de hombre, usa camisas anchas para ocultar sus pechos y se siente perdido entre dos sexos.

La puesta en escena reflexiona sobre cuál es la relación entre teatro e identidad trans. Coincidiendo con los postulados de la teórica Judith Butler, la obra propone que el género es casi una performance y puede ser cambiado a voluntad, como un traje, las veces que se quiera. La mayoría de las personas trans, al contrario de los dos personajes, ven su género como algo propio e irrenunciable. Al igual que el texto sueco, los estudios transgénero valoran el relato de la experiencia corporal. Es el caso del filósofo Paul B. Preciado (nacido Beatriz Preciado) quien escribió en 2008 Testo yonqui, donde de forma autobiográfica describe su proceso de autoadministración de testosterona. Ser transgénero es hoy más valioso que el análisis intelectual y externo a cargo de la academia o la literatura. Los cuerpos en eterna transición de Los arrepentidos son indefinibles y movedizos, pero es en el acto del habla donde se marcan y fijan sus identidades. La necesidad de una ley de identidad de género se instaló luego de Una mujer fantástica, la calidad y complejidad de este montaje anticipa que se convertirá en uno de los mejores estrenos del año y acaso ayude a acelerar un debate inevitable y urgente.

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