Culto

El ironista afantasmado

Liberado de pretensiones biográficas exhaustivas, Alfonso Iommi aborda la figura del gran Saul Steinberg con libertad, originalidad y oficio.

ensayo

Estemos o no conscientes de ello, es muy probable que muchos de nosotros hayamos visto alguna vez los dibujos de Saul Steinberg, el destacado ilustrador y caricaturista que publicó por décadas sus trabajos en la revista New Yorker. Steinberg nació en Rumania, estudió en Italia y, tras la promulgación de las leyes antisemitas en ese país, emigró a Estados Unidos, en donde construyó una reputación sólida en base a talento, ironía, inteligencia y rigor. En cierta ocasión se definió como "un escritor que dibuja", declaración que queda plenamente establecida en esta valiosa aproximación a su figura titulada Ensayo de eclipse: Steinberg le escribió cientos de magníficas cartas a su amigo Aldo Buzzi, dando cuenta de casi todo lo que hacía y pensaba, y gran parte de la información recopilada por Alfonso Iommi, el autor del libro, proviene de ellas.

El foco de atención de Ensayo de eclipse está puesto en 1984. Iommi retrata con mayor detalle la madurez de Steinberg, alejado de las luces de Nueva York, ya sin fumar ("[…] desde que dejé de fumar siento que mi composición química cambió. Soy menos divertido, aburrido, incluso"), y alejado también de las fiestas en las que "hablaba mucho, se emborrachaba y perseguía durante toda la noche a alguna rubia con técnicas pasadas de moda -pero eficientes-, aunque tan evidentes como para incomodar a quienquiera que anduviese con él" (novias y amigos incluidos).

La incorporación de Steinberg a la elite artística y sofisticada de Nueva York -a la alta cultura estadounidense, en definitiva- es otra arista tratada con perspicacia por Iommi. Pero en términos generales, el autor propone otro juego, liberándose así de caer en técnicas convencionales, como por ejemplo la subyugación a una enervante cronología: dispone arbitrariamente sobre el tablero ciertos trozos de información que el lector ha de ir uniendo por sí mismo, con el objeto de reconstituir libremente una personalidad curiosa, la de un individuo multiforme que provenía de diferentes mundos físicos y mentales. Como sea, viniese de donde fuera, Steinberg estaba destinado a brillar. Y así llegó el momento "en que los más inteligentes escritores europeos probaban la pluma frente a sus dibujos -'puras latas', comentó snobbishly ante los esfuerzos de Barthes y de Calvino-".

En 1984 el dibujante vivía semi retirado en Long Island, un poco hastiado de "su propia ostentación de virtuosismo e inteligencia". Las irrupciones de Iommi, que no son raras, aportan la información faltante para completar este original, personalísimo y a ratos fantasmal bosquejo del gran Saul Steinberg: "Sus dibujos eran divertidos, pero no contenían chistes directos ni daban lugar al desahogo explosivo de una risotada. Se trataba de un humor diferido, que descubro de manera retrospectiva, cuando ya he mirado un buen rato y es demasiado tarde. […] Me quedo pensando: esto era cómico, y entonces la gracia resuena en la imagen cuando la vuelvo a recorrer".

Steinberg murió de cáncer al páncreas en 1999 en su departamento de Nueva York. Dicen que murió más o menos en paz consigo mismo. Y ello pudo deberse a que a partir de 1984 había bajado un poco la guardia, "había depuesto la agudeza, su herramienta favorita, que había blandido desde el comienzo y que había terminado por volverse un estorbo". Ese año le escribió lo siguiente a su eterno corresponsal, Aldo Buzzi: "Quizás yo también me vuelvo humano al final. Ahora que tuve problemas serios de los que sólo hablaré en voz baja".

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