E. M. Cioran. El origen de una fascinación

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Emil Cioran.

El autor, destacado escritor y profesor italiano, fue también traductor de la obra de Cioran al italiano, cultivando una larga amistad con el rumano devenido apátrida y documentada en el epistolario Mon cher ami, lettere a Mario Andrea Rigoni 1977-1990. Rigoni también ha escrito sobre él en las recopilaciones Cioran dans mes souvenirs, Per Cioran y Ricordando Cioran. El texto traducido aparece en este último libro, y se publica con su autorización.


Desde que a mediados de los años setenta comencé a frecuentar a Cioran, dedicándome también a la difusión de su conocimiento en Italia, a menudo me he preguntado en qué consistía su singularidad y cuál era la relación entre el escritor y el hombre. La voz de Cioran se había manifestado en Francia, a partir de 1949, cuando apareció su Breviario de podredumbre, como una nota del todo aislada, diversa y disonante del concierto intelectual y cultural de la época, que estaba universalmente marcado por el dominio de las ideologías y de las utopías: la obra y la actividad de Sartre representaba entonces en Francia, y no sólo en Francia, una suerte de emblema. Cioran era el anti-Sartre.

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Sartre, un "empresario de ideas" según Cioran.[/caption]

En el famoso filósofo existencialista, en el héroe del compromiso, él no veía más que a un "empresario de ideas", según el retrato sin nombre pero reconocible que dejó en el Breviario: un "pensador sin destino", en el que "todo es notable..., salvo la autenticidad", "infinitamente vacío y maravillosamente amplio", pero justamente por esto capaz, con una obra que degrada la nada al rango de una mercancía intelectual, de conquistar y satisfacer "el nihilismo de bulevar y la amargura de los mirones". Era por tanto natural que la obra de Cioran, con su lucidez ardiente y solitaria, experimentada como la experiencia y la forma de un destino, permaneciera casi sin eco: el reconocimiento debía limitarse al fulgor inusitado del estilo, que saltaba a los ojos, sino de todos, al menos de algunos, entre los cuales estaban los primeros lectores del manuscrito del Breviario, que se llamaban Jules Romains, André Gide, André Maurois, Jean Paulhan, Jules Supervielle, pero ciertamente también por Paul Celan, quien poco después haría la traducción al alemán del libro.

Sin embargo, sabemos bien que el estilo, la forma, el tono de una obra no son el vestido o el adorno exterior del pensamiento, sino su cuerpo, su vida, su esencia y que, por lo tanto, representan mucho más que un indicio... Cioran enfrentaba los temas capitales de la existencia y el mundo con el lenguaje más directo y claro, restaurando la magnífica tradición que se había perdido después de Schopenhauer y de Nietzsche. Es obvio, al mismo tiempo, que se mantuvo ajeno a las modas culturales que en los años setenta y ochenta hicieron furor en Francia y Europa: la lingüística, el estructuralismo, la semiología, el psicoanálisis, la deconstrucción, cuyos exponentes o seguidores parecían a su ojos cuando menos marcados por la superstición de la ciencia y la maldición de la academia.

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Cioran, para quien "todo lo que no es directo es nulo".[/caption]

Pero, ¿cuál es entonces el rasgo fundamental que distingue el estilo y el pensamiento de Cioran, al escritor no menos que al hombre?, ¿cuál es la razón de una captura y una fascinación que hoy han conquistado a una gama indefinible y transversal de lectores, hasta el punto de despertar en muchos una identificación espontánea y una devoción fanática? Es difícil no encontrar en los temas singulares del pensamiento de Cioran, como en el de cualquier otro, un precedente o un análogo en la literatura antigua o moderna. Pero es la quintaesencia de la lucidez, la cual sustenta constantemente su reflexión, la que no deja de impresionar y de fascinar. Ella se basa, a mi parecer, en el carácter directo y personal de la experiencia, ofrecida como testimonio íntimo y vivo de un ser, en lugar de una teoría abstracta o de un ejercicio profesional.

Un aforismo de los Silogismos de la amargura afirma que "todo lo que no es directo es nulo". Me parece que este principio o este imperativo, que Cioran nunca ha dejado de seguir, define muchos rasgos de su fisonomía intelectual y literaria: la búsqueda, o más bien la obsesión, de lo esencial, en la metafísica como en la política o en la literatura; el interés por los grandes moralistas y los grandes sabios; el horror de lo oficial y lo profesional; el culto de la claridad y el rechazo de la jerga; el amor a la brevedad y la práctica del aforismo; la atracción por los géneros literarios que llevan la impronta inmediata del yo, como los diarios, las confesiones, las memorias, las cartas, las autobiografías. Cioran estaba mucho más interesado en la vida que en la filosofía; más en las cosas que en las ideas; más en los instintos y las emociones que en los conceptos.

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En compañía de Mircea Eliade.[/caption]

En una obra buscó sobre todo el elemento personal: "¡Ay del libro que pueda leerse sin interrogarse constantemente sobre el autor!" Por otro lado, la literatura, en su visión, nace de una herida existencial y de una tara metafísica: "La escritura es la revancha de la criatura y su respuesta a una Creación chapucera". Es significativo que de la obra de Tolstói haya aislado y comentado La muerte de Ivan Ilich; así como, en el ensayo sobre Fitzgerald, haya descuidado las novelas y los cuentos del escritor estadounidense para concentrarse en la noche del alma, en la "experiencia pascaliana" del colapso evocado en las páginas despiadadas de El Crack-Up.

De manera similar, Cioran amaba a los santos y a los místicos más que a los teólogos: de ahí la relación contrastada, si no el disenso, con su viejo amigo y maestro Eliade, a quien reprochaba no ser tanto un espíritu religioso como un simple historiador de las religiones, un cronista indiferente y un archivista de la variedad de los credos. Se entiende que hoy, en la culminación del desencanto al que hemos llegado, muchos de nosotros hemos encontrado en Cioran lo que rara vez se encuentra en un autor: no solo un excelente escritor y pensador, sino un espíritu fraterno, un compañero, un amigo, capaz de hablar a la carne y al alma no menos que al intelecto. Así era en la vida privada: simple y cercano, simpático e ingenioso, siempre tocado por el ala negra de la melancolía, pero listo para mitigar el golpe con los recursos de la ironía y de la autoironía, a veces con un divertido ejercicio de autodemolición, también eso un signo de un espíritu superior.

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