Escribir para no ser escrito: los diarios íntimos de Calamaro
En 2015, el argentino publicó Paracaídas & vueltas, sus diarios íntimos. Una mezcla de papeles encontrados, conversaciones con la grabadora, impresiones de sus propios espectáculos, algo de ficción y crónicas taurinas, correspondencia y retratos de amigos, y una serie de homenajes a sus héroes musicales.

Al frente de Los Rodríguez y luego en solitario, Andrés Calamaro publicó más de treinta álbumes, algunos de ellos —como Alta suciedad, Sin documentos y Honestidad brutal— con visado para entrar directo a la memoria colectiva de la música popular en español. En muchos de esos trabajos —sino todos— no hay que escarbar demasiado para oír que están ampliamente contaminados por la literatura, y que, así como graba, es tanto lo que el autor de El salmón escribe/lee ("Es aconsejable, leer páginas por cada página que escribimos", dijo en alguna entrevista). Desde los comienzos de su carrera musical que no es gran trabajo rastrear la firma de Calamaro en diarios y revistas musicales argentinas y españolas, por eso es que no debería hacer ruido la aparición de Paracaídas & vueltas, diarios íntimos, sus primeras letras sin los acordes que se pegan al oído.
Se trata de un volumen de anotaciones, conversaciones autistas con la grabadora, impresiones de sus propios espectáculos, algo de ficción (por ahí un extraño asesinato en Madrid), algunas crónicas taurinas ("si no te involucrás un poco, no llegás jamás a percibir los destellos del arte... Casi nadie desarrolla oído musical sin escuchar música"), correspondencia con el escritor Enrique Symns y una serie de homenajes y retratos de amigos y héroes musicales.
Entre otros apuntes, en poco menos de 300 páginas aparecen los muertos que lo han marcado, enfilados hasta que la huesuda llamó al siguiente: ahí están Miguel Abuelo, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati ("con Gustavo y Luis alternamos la distancia con la calidez"), Guille Martín y Federico Moura, así como Michael Jackson ("el soulman infantil convertido en arquitecto del pop universal que bailaba con su propia sombra") y Sumo ("que subían con un práctico aerosol ambiental para tapar los olores prohibidos"). Para qué hablar de sus ídolos vivos y muertos: Elvis, Hendrix, los Stones, Gardel y hasta Maradona ("inventó más sonrisas que Walt Disney"), aunque, claro, era que no: el más lógico de sus maestros es nada menos que Bob Dylan, que —como el mismo Calamaro— parece no detenerse nunca y vivir en una constante contradicción.
Dos ideas rápidas: si este libro fuera un disco, sería el quíntuple El salmón. Ahí está su invitación a la lectura desordenada, ampulosa y tan honesta como urgente. Y Paracaídas & vueltas no es hermético como ocurre con otros títulos de músicos como Líneas paralelas de Charly García, más parecido a un capricho; aunque tampoco es la especie de libro que nos gustaría leer sobre Calamaro, esa biografía definitiva al estilo de No digas nada, donde Sergio Marchi hace transitar al único pilar del rock argentino viviente por los rayos x. O incluso Los trapos sucios, donde el genial Neil Strauss persigue a los impresentables Mötley Crüe. Lo que lleva a pensar en otro asunto: Paracaídas & vueltas va en la línea de las impecables Crónicas de Dylan traducidas por Miguel Izquierdo o en Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera, el clásico instantáneo de Sam Shepard. Tal vez dos nortes que Calamaro ambiciona en la sucesión de encuentros en aeropuertos, conformación y disolución de bandas, mudanzas, reclusión artística y toxicológica, e incluso en el ensayo de temas citadinos como la religión o la vida actual.
"No somos adictos a Internet —escribe Calamaro citando a Daniel Molina en el libro—: es el medio en que se vive hoy. Es como si en el siglo XIX se hubiera hablado de adicción a la ciudad".
En el capítulo dedicado a las anatomías musicales ("Molinos de viento"), el argentino que por estos días visita Chile anota: "Escribo canciones porque necesito cantarlas y sin letra (con melodía) no tendría nada para cantar". Son 35 años de giras y canciones, de sensibilidades abonadas a la nostalgia y una paleta de citas a autores y músicos de museo: Jorge Luis Borges, Violeta Parra, Ray Charles, Gardel y Le Pera, Fernando Pessoa y Miles Davis. Los lectores, intuyo, no sabemos de qué lado vamos a quedar parados. Faulkner decía que escribió para que no le escribieran. Y Calamaro, que hace un tiempo se aburrió de las entrevistas presenciales, parece escribir para que nadie escriba de él.

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