Columna de Héctor Soto: Gato por liebre

Antiguo empleado de Google, Tristan Harris -a la izquierda- es parte de El dilema de las redes sociales.

Al cine documental, por favor, hay que exigirle bastante más.


Es raro que sea así, pero el documental El dilema de las redes sociales, que está en Netflix, es el tipo de producto que funciona mejor en el streaming que en salas. De hecho en la cartelera no duraría ni diez minutos. Como película es demasiado básica, mañosa y unilateral. Sin embargo, hay quienes la toman en serio y ahí está el problema. Porque no es la realización de alguien que quiera reflexionar con seriedad sobre un tema importante -el supuesto control digital del que como ciudadanos estamos siendo víctimas por parte de las grandes empresas tecnológicas- sino la monserga de un predicador majadero que apela a las que quizás sean las dos pulsiones más características de la modernidad: la amenaza paranoica y la imaginación apocalíptica. En un mundo poblado de amenazas y donde el pensamiento utópico o quimérico va en caída libre, simplemente porque el pesimismo “la lleva”, con estos insumos hoy día es una ganga salir a matar.

Es por lo menos intrigante ver un documental en el que no hay una sola pieza, un solo testimonio, que contradiga o al menos relativice la tesis de la cinta. La obra se apoya básicamente en declaraciones de Tristan Harris, ex ejecutivo de Google, y que también testificó ante una comisión investigadora del Capitolio. Pero como reportaje no pasaría ni siquiera el primer año de periodismo; un mínimo resguardo es confrontar distintas fuentes y chequear distintos puntos de vida. El realizador, Jeff Orlowski, tiene incluso la impudicia, para reforzar sus planteamientos, de hacer pasar como imágenes documentales secuencias que claramente están prefabricadas en estudio o al aire libre (por ejemplo, las del apaleo policial y la detención de los dos hijos de la familia que protagoniza el cuento). Lo increíble es que la cinta apele a estas trampas infames -¡oh fake news!- precisamente cuando durante toda su chácara insiste una y otra vez en la dimensión ética de sus denuncias. Gato por liebre: hay que ser bien caradura para llevar a estos extremos el doble estándar.

Sí, es cierto que la revolución tecnológica, que tantos beneficios ha traído a la humanidad, tiene un lado B. Sí, también es verdad que las redes sociales pueden ser fácilmente llevadas a extremos de barbarie por campañas de odio, como lo muestra otra cinta que está en Netflix, la polaca Hater, de Jan Komasa. Es una historia de mediano interés, no obstante que es difícil enganchar por estar contada solo desde la perspectiva de un sicópata y Komasa, desgraciadamente, no es Scorsese como para hacernos empatizar con él, aunque sea por momentos. Sin embargo, con todo lo discutible que pueda ser, la realización no tiene los niveles groseros de manipulación del trabajo de Orlowski.

Recientemente HBO Go emitió una larga entrevista a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, sobre los efectos destructivos para la convivencia social y el sistema democrático de esta plataforma, con el foco muy puesto en la elección del 3 de noviembre próximo. Más allá de lo polémica que pueda ser su mirada sobre el tema, la verdad es que la densidad de la entrevista, la sintonía fina de varias de las preguntas y los alcances que hace el empresario sobre las redes sociales en sus respuestas, dejan a El dilema de las redes sociales como un trabajo de pacotilla y un tosco rayado de murallas. Al cine documental, por favor, hay que exigirle bastante más.

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