Yoko Ono: mala fama

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Una reapreciación de la vilipendiada artista obliga a preguntarse qué tan merecido es su lugar, nada elogioso, dentro de la cultura pop.


1.

Yoko Ono se casó con John Lennon hace ya cincuenta años, pero sigue siendo la persona más odiada en la historia del rock. Cada uno de los mitos populares en torno a su figura la denostan. Se cree que es la arpía manipuladora que sacó a su iluminado esposo del camino del bien. La culpable de la separación de los Beatles tras inmiscuirse en su sagrado proceso creativo lavándole el cerebro a su marido. Una bruja sedienta de dinero, dispuesta a licenciar el producto que sea con el nombre del pobre Lennon. Ni siquiera su trabajo creativo la redime ante la opinión pública. El consenso es que no tiene talento, que sería una suerte de estafadora del arte, una vende humo. Como cantante, lo que se recuerda de ella son sus salidas de libreto. El ejemplo número uno: los ruidos de delfín que insertó en la clásica "Memphis Tennessee" al tocarla en TV junto a Lennon y el autor de la canción, Chuck Berry. Igualmente maltratado ha sido su arte conceptual, aporreado hasta en Los Simpson, en el famoso capítulo sobre los Borbotones, una parodia de la biografía de The Beatles en la que Barney se enamora de Kako, una artista conceptual japonesa de absurda extravagancia que, de paso por el bar de Moe, pide para tomar "una ciruela flotando en perfume, servida en un sombrero de hombre".

2.

No hay argumentos sólidos para culpar a Yoko Ono por la disolución de los Beatles. John Lennon la conoció en 1966, cuando ya habían dejado de tocar en vivo, una decisión tomada luego de una profunda crisis artística que los sumió en la frustración. Dos años después, la pareja se volvió oficial. Para aquel entonces, el cuarteto tenía bastantes problemas con los que lidiar, ninguno relacionado con ella, sino con el desgaste en las relaciones personales, el drástico cambio estructural que significó la muerte de Brian Epstein y el surgimiento de George Harrison como una tercera fuerza creativa en pugna con Lennon y Paul McCartney, así como por una serie de peliagudos asuntos administrativos como el manejo de sus finanzas y el fracaso de sus negocios. Aunque la trataran como a un gato con tiña, Yoko Ono no se movía del lado de Lennon, en buena medida, porque el ambiente laboral en los Beatles rayaba en lo tóxico. Las tensiones que causaba su presencia no eran mucho al lado de lo que provocaban otros personajes mucho más oscuros. Puede que siempre sea retratada como la peor villana en la historia del rock, pero lo cierto es que ni siquiera fue la peor villana en la historia de los Beatles. Ese lugar le pertenece a Allen Klein, el abyecto manager que sí tuvo un rol preponderante en el quiebre de los Fab Four por las fricciones que causaron tanto su contratación, opuesta a la voluntad de McCartney, como sus perjudiciales chanchullos.

3.

Yoko Ono era una artista mucho antes de que John Lennon se enamorara de ella. Es más, fue su creatividad lo que embelesó al hombre cuya fama terminaría opacándola. Existen varias versiones de la historia de cómo se conocieron, pero la mayoría habla del interés del Beatle en el trabajo de su futura esposa, especialmente en una obra llamada Pintura de techo, que consistía en una escalera y una lupa que permitían ver un diminuto "sí" escrito en la altura. Como gran parte de la propuesta de Ono, Pintura de techo conjuga poéticas instrucciones e interactividad con el público. Su origen es autobiográfico: luego de un período de depresión tras romper con su segundo marido, Anthony Cox, la japonesa sintió la necesidad de inyectarle positividad a su vida. El fruto de ese período de desamor la llevó a un nuevo romance. Si eso no es arte, ¿entonces qué lo es? Descalificar a Yoko Ono por su labor conceptual es injusto desde todos los ángulos. Se trata de una figura que durante los años sesenta formaba parte de un circuito lleno de nombres cuyo prestigio nadie pondría en duda, como Marcel Duchamp, Peggy Guggenheim y John Cage, entre otros reverenciados próceres. El departamento donde vivía en Manhattan era un punto de encuentro para los interesados en el avant-garde: fue ahí donde se acostumbró a hacer que el resto participara de sus obras, un detalle que conquistó a Lennon, aburrido de la unilateralidad de la música pop.

4.

Cuenta la leyenda que Yoko Ono acusó de machista y reprendió a David Bowie, su anfitrión en una velada que también contó con la presencia de Lennon, Bob Dylan y Bette Midler, cuando el dueño de casa le pidió a su novia, Ava Cherry, que cocinara algo para las visitas. Como artista, Ono siempre estuvo alerta de los males que denuncia el feminismo. Lo develan obras suyas como Cut Piece de 1964, en la que, sentada frente a una tijera, le instruye al público que corte trozos de su vestimenta hasta quedar en ropa interior. Se trata de un comentario acerca de la violación del espacio privado de las mujeres, la subordinación de género y la violencia sexual. También del 64, su libro Grapefruit cuestiona la seriedad de los hombres por tener "una delicada cosa colgando fuera de sus cuerpos que sube y baja por voluntad propia". Hace medio siglo, Ono exhibía en su casa películas de Doris Day con Rock Hudson pidiendo que la audiencia solamente la mirara a ella, ignorando a su contraparte masculina. El 71, como una crítica a la falta de artistas mujeres en el MoMA, protestó anunciando una exhibición imaginaria en el museo con afiches que jugaban a cambiar la palabra "arts" (arte) por "farts" (pedos). Lo femenino ha sido uno de sus motores hasta hoy: uno de sus últimos trabajos, Arising, consiste en fotos de los ojos de mujeres agredidas junto a sus testimonios, todo recopilado de forma colaborativa con la audiencia vía mail.

5.

La mala fama de Yoko Ono tiene que ver con lo amenazante que resultaba su figura para la sociedad inglesa y estadounidense de los sesenta, poco acostumbrada a modelos femeninos como ella, una mujer hecha y derecha como profesional, con una voz que se hacía escuchar, ideas críticas sobre el mundo, belleza no convencional, cero voluntad de suavizarse para encajar y, para colmo, nacionalidad japonesa. Alguien que, simplemente, no daba ninguna señal de estar dispuesta a ceder un ápice de autenticidad con tal de caerle bien a la gran audiencia ni a los medios de comunicación. Es muy probable que Yoko Ono sea una víctima de construcciones culturales que se remiten a la mitología que moldeó nuestro mundo y nuestro pensamiento. Estamos entrenados para creer en sirenas que atraen con su canto a navegantes para luego matarlos y, en general, en todo tipo de mujeres causantes de ruina masculina y grandes conflictos, desde Helena de Troya hasta Courtney Love. En el caso de Ono, al menos, queda la sensación de que toda la mala energía que recibe termina convertida en arte, como cuando describió hermosamente la soledad que sentía antes de conocer a Lennon en Half-A-Room, una obra que consiste en una habitación llena de objetos cortados a la mitad. Hace un par de años, en Islandia, curó una exhibición en la que había nada más y nada menos que una ciruela flotando en perfume, servida en un sombrero de hombre.

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