María Moreno: “El feminismo es la única revolución sin pasado ni fracaso”

María Moreno. Foto: Nora Lezano.

La periodista y escritora argentina acaba de lanzar en nuestro país el libro Contramarcha, una “novela de mis lecturas” vía Alquimia Ediciones, donde en clave de novela autobiográfica explora los libros que la fueron formando como autora. En charla con Culto destaca que gran parte de esa búsqueda llegó por vía oral.


En su estilo, María Moreno (74) define el modo que enfrentó la escritura de su más reciente libro. Lejos de la planificación exhaustiva de otros autores, o de un trabajo metódico, la escritora tomó otro camino. “Fui Lady procrastinación para el libro que más deseaba hacer”.

Pasa que durante cuatro años, sus dedos fueron tecleando las páginas de Contramarcha, hoy en las librerías nacionales bajo Alquimia Ediciones. Se trata de una novela que ella define como “Novela de mis lecturas”, un relato autobiográfico de todos aquellos libros que la fueron definiendo como escritora.

Originalmente, esta es una idea de la editorial trasandina Ampersand, que armó una colección donde diferentes autores hablan de los libros de su vida en clave de ensayo. Entre otros, figuran Alan Pauls, Margo Glantz, Daniel Link, Edgardo Cozarinsky. ¿Cómo llegó María Moreno a esta aventura?

Por un deseo casi sensual: me encantaba la colección Lectores de la editorial Ampersand. Su consigna, su diseño, su serie. Quería estar ahí. Había leído La lectura; una vida de Daniel Link y había presentado Citas de lectura de Sylvia Molloy y me habían gustado mucho”, cuenta a Culto. Y ante el deseo, simplemente se lanzó.

“Como soy una suerte de histérica especializada en editores (veo uno y le propongo un libro que hago diez años después o nunca), me autopropuse –relata–. A lo mejor no fue tan así pero en todo caso, me le puse delante a Graciela Batticuore, la directora de la colección”.

Sin embargo, desde que se autopropuso y lo terminó, pasaron esos interminables cuatro años. “Por eso de que ‘se sufre más por plegarias atendidas que por atender’, me costó un montón escribirlo aunque fue el libro que más me gustó escribir”.

-¿Cómo fue la rutina de escritura?

-Escribí la mayor parte durante los primeros meses de la pandemia. Y me sucedía algo raro: no suelo mostrar lo que estoy escribiendo ni comentarlo, no tengo amistades centradas en la literatura, escribo solo en compañía de los fantasmas personales, casi siempre inconsciente de eso hasta que me doy cuenta de que se han colado en el texto. Pero el aislamiento me provocó una especie de pérdida de juicio sobre lo que estaba haciendo. ¿Estaba bien o mal? ¿Era lo que quería decir o cualquiera? Como si el hecho de viajar en subte, sentarme sola en un bar, tener reuniones de trabajo, hacer compras, cosas que ya no podía hacer, hubieran sido lo que me permitía tener la medida de lo que escribía.

Ahora, Moreno aclara: “No sigo rutinas: escribo cuando mis editores ya están hartos de mis mentiras y retrasos, bajo el imperativo del día de entrega sí o sí del periodismo. Y escribo cuando tengo menos tiempo de escribir, cuanto más amenazada por otras tareas está el trabajo de escritura”.

Para muestra de su dispersión, mientras escribía Contramarcha, María Moreno escribió y publicó dos libros: Oración, carta a Vicki y otras elegías políticas y Panfleto, erótica y feminismo, “además de una versión más amplia de Banco a la sombra, un libro de crónicas de 2007”.

María Moreno. Foto: Nora Lezano.

Libros y oídos

–Señalas al comienzo que esta es “La novela de mis lecturas”. ¿Por qué la decisión de narrarla así y no una crónica?

–Porque los recuerdos son encubridores y porque lo escrito viene de lo escrito a pesar de que se tenga el mito de la experiencia. Creo que le dediqué demasiadas páginas a Simone de Beauvoir y que Contramarcha está muy marcado por sus autobiografías. También por Colette que es mi amante literaria histórica.

En un momento de la novela, Moreno señala: “Debo más a mis oídos que a mis ojos”, y cuenta lo influyente que fue escuchar una versión de radio de Los Miserables, en su primera formación. Como a pocas personas, los libros le entraron por los oídos.

De las versiones radiales de obras clásicas me han quedado las itálicas y los signos de admiración como si intentara traducir a la escritura los énfasis de las voces de los actores y actrices de la radio –explica-. La literatura también me llegó por el tango canción donde había una marca muy fuerte de Rubén Darío. Y durante años he ido a bares a conversar con amigos escritores que eran también grandes charlistas y bebedores, algo que en otra época se llamó ‘bohemia’. Por eso digo que debo mucho a mis oídos”.

-¿Cuál es tu relación con la oralidad?

-Siempre afirmo que soy hija del matrimonio igualitario entre Manuel Puig y Rodolfo Walsh. Quisiera crear textos con otres, que depongan la autoría, testimonios colectivos-políticos, suerte de contranovelas de las disidencias, editadas también colectivamente. Eso si me queda futuro.

-Hay autores que leen en voz alta mientras escriben, ¿cuánto de esa oralidad hubo acá?

-Mi relación con la oralidad no es musical. Leer en voz alta me provoca asfixia, mi prosa carece de ritmo, mis frases largas exigen carpa de oxígeno. Ahora, cuando tengo que leer lo que escribo, me preparo como quien tiene que retener la respiración bajo del agua.

-Destacas que en tu paso por la escuela nocturna fuiste parte de la transmisión oral de otras lecturas. Casi autodidacta. ¿Crees posible que en estos tiempos algo así pueda ocurrir?

-En estos tiempos los lectores que no pertenecen a ninguna institución tienen que ser pesquisas muy agudos y voluntariosos. No todo está en internet o para encontrar hay que venir de algún descubrimiento previo. Yo fui joven en una época donde Buenos Aires era un importante polo editorial. Había proyectos como el del Centro Editor de América Latina que con sus colecciones y fascículos ponían la literatura universal accesible a muchos lectores. Las vanguardias políticas y artísticas producían best sellers. Estaba el fondo de las revoluciones y la universidad era sobre todo un espacio de formación política, además existía la alternativa de los grupos de estudio donde se traducía y se hacía la crítica de las novedades teóricas del marxismo, estructuralismo, psicoanálisis, teoría literaria etc. Los maestros se encontraban por fuera de los profesores aunque podía coincidir con ellos como Josefina Ludmer o Ricardo Piglia que durante la dictadura tuvieron grupos privados y en democracia volvieron a la universidad.

“Una lectura liberadora”

La lista de autores que María Moreno destaca a través de las páginas de Contramarcha es variopinta: Edmundo de Amicis, Norman Mailer, Italo Calvino, Charlotte Brontë, Silvina Bullrich, Víctor Hugo, Julio Cortázar. Pero hay una a quien le dedica muchísimo espacio: Simone de Beauvoir.

-¿Cuál es tu relación ahora con sus postulados?

–Sus postulados están en el ADN de varias generaciones, y en las de ahora tal vez tapados con brea como un grafiti injurioso, o cerrados con llave y colocados junto al osito de felpa de la infancia o escupidos desde el post porno, pero fue una lectura liberadora donde la heroína vivía sin límites por su condición femenina y escribía sobre la felatio sin metáforas edulcoradas.

-En Argentina se aprobó hace poco la ley de aborto, justamente el poder elegir que plantea Beauvoir. ¿Es suficiente?, si no lo es ¿qué faltaría?

-Todo. La ley de aborto legal, seguro y gratuito es un logro dentro de un movimiento emancipatorio que tiene diversos legados y postas. Aquella en la que me reconozco es la anticapitalista, antipunitivista y transfeminista, lamento que las palabras justas suenen horrible. El feminismo es la única revolución sin pasado ni fracaso, me gusta decir, aunque debería nombrarse en plural.

-¿Qué fue lo que pensaste una vez que terminaste de escribir la novela?

-La olvidé: para mí escribir es pensar y pensar hasta cierto límite es dar algo por liquidado para pasar a otra cosa.

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