Reseña: The Cure en Chile, bajo el hechizo del pop fúnebre

The Cure concretó una extensa y sólida presentación en el Estadio Monumental. Créditos: Andie Borie y DG Medios.

En comparación al debut de 2013, la relativa concisión y la sobrecarga de material clásico del show de los ingleses en el Estadio Monumental hizo de este espectáculo una experiencia superior.


Ambos se sonríen y se acercan milimétricamente sin dejar de observar los acordes que sus manos dibujan. El público ya conoce de memoria el resto de la secuencia, aguardando expectante a que esta especie de danza siniestra y cómplice se ejecute hasta el final, cuando el bajista Simon Gallup quede en solitario marcando el tiempo sencillo y rotundo de A forrest, acompañado de las palmas sincronizadas de la audiencia empujando el compás.

Gallup, el secuaz eterno de Robert Smith, el mismo que se marchó en 1982 por años tras cruzar puñetazos con el líder y que mucho tiempo después, en agosto de 2021, anunció “con el corazón un poco encogido” que ya no era miembro de The Cure, ataca las cuerdas con furia. La masa de sonido bajo distorsión se elevó anoche en el estadio Monumental repleto, coronada con los aplausos satisfechos del gentío -más de 40 mil personas-, con aquel rito Cure ejecutado a la perfección.

Las palmas también acompañaron entusiastas el pulso de Push, una de las piezas nucleares de The head on the door (1985), el primer álbum de The Cure que provocó impacto en Chile, cuando la video música era capaz de dictar los gustos en programas de fin de semana de la televisión abierta pirateando los videos de MTV, la práctica de Magnetoscopio musical en Televisión Nacional, y Más música en Canal 13.

Mientras las guitarras sostenían el riff cruzado por los pases de batería de Jason Cooper -lejos el integrante del sexteto más atendido por las cámaras en todo el concierto, aparte de Smith-, la muchedumbre también hizo palmas con rigor matemático, acentuando el tejido guitarrero épico y dulce esperando, la irrupción de la voz quejumbrosa.

A diferencia del debut de The Cure en Chile en abril de 2013 en el Estadio Nacional, con un maratónico espectáculo de 42 canciones convertido en una verdadera letanía para la fanaticada más profunda, anoche los británicos formados en 1976 fueron algo más concisos con 28 temas cubriendo prácticamente toda su discografía, con la imperdonable omisión de una de sus obras maestras como Pornography (1982), el título cúlmine de su periodo más oscuro; la clase de álbum que podía llamar la atención de los corazones góticos, y también de los amantes del metal. Tampoco hubo nada del sombrío Faith (1981), del disco que sólo llevó el nombre de la banda en 2004 bajo la tutela del productor Ross Robinson, y del insípido 4:13 dream (2008), el último lanzamiento oficial.

En cambio, sí hubo adelantos de un eventual nuevo trabajo de estudio anunciado por largos años, titulado Songs of a lost world, con canciones como Alone -la primera de la noche-, And nothing is forever y Endsong, que cerró el concierto antes del primer bis.

La triada no se desmarca del código genético de The Cure: intros extendidas con generosidad, sintetizadores creando atmósfera por capas, el bajo punzante y melódico en carril independiente a las guitarras, la batería sin florituras; todas las capas arrullando el canto de Robert Smith.

La voz del líder sigue siendo un aspecto fenomenal en directo. Mientras la banda envejece en la apariencia con arrugas, canas y escarmenados menos vaporosos -no así en la frescura y alta nitidez de la ejecución-, Smith no ha perdido un ápice de su capacidad interpretativa. A veces rediseña ligeramente algunas líneas melódicas; pero en general se ciñe obediente a los registros en estudio, en una espectacular finta al calendario que crea la ilusión del tiempo detenido.

Cubre el escenario tranquilo rehuyendo los clichés de la gran mayoría de las estrellas de rock. Sonríe a todos pero a nadie en particular. No busca las miradas cómplices -tampoco sus compañeros excepto un fugaz guiño de Gallup hacia alguien entre la muchedumbre-, y habla poco y nada para dar las gracias sucintamente. Se sigue desplazando como un espectro, un personaje atormentado y romántico que encuentra la belleza en la oscuridad y las sombras en un imaginario lluvioso, el sonido ambiente que preparó el inicio del show.

The Cure no sólo repasó los grandes éxitos que los convirtieron en una banda pop alternativa durante los 80 y los 90 -hits como Pictures of you, Lovesong, Fascination street, Friday I’m in love, Close to me y Boys don’t cry-, sino canciones más recónditas y atesorables para los primeros fanáticos como Shake dog shake y The Walk, o cortes que no fueron single como Plainsong. En comparación al debut de 2013, la relativa concisión y la sobrecarga de material clásico hizo de este espectáculo una experiencia superior.

De regreso, entre los recuerdos personales que gatilla una banda generacional como esta que siempre encantó a una audiencia sin distinción de géneros, envolviendo aventuras y desventuras de la adolescencia y la primera adultez, algunos se preguntaban si The Cure regresará con un Robert Smith septuagenario. Al menos en lo que respecta al calendario, hay un pacto. Los años pasan y las canciones jamás envejecen, bajo el encanto del pop más fúnebre que se ha escrito.

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