Al Pacino a corazón abierto: llegan las memorias de un titán
La estrella de 84 años desempolva sus recuerdos y los narra en Sonny Boy, su primera autobiografía. En el libro –editado por Libros Cúpula y ya disponible en las librerías chilenas– detalla aspectos poco conocidos de su infancia, profundiza en la trastienda de El Padrino (1972) y Caracortada (1983), y revela una experiencia cercana a la muerte. La leyenda muestra su cara más vulnerable.
Una vez, a través de YouTube, Al Pacino se estremeció al constatar que había empezado a circular la información de que había muerto. Lo atravesó “una sensación espantosa”. En otra ocasión, años después, cuando esa posibilidad estuvo cerca de ser verdad, la noticia no alcanzó los periódicos ni las redes sociales.
El actor contrajo Covid-19 al comienzo de la pandemia y una enfermera debía asistir regularmente a su casa para administrarle todo lo que fuera necesario para contener la fiebre alta y la deshidratación. En medio de uno de esos días en que su salud flaqueaba, perdió el conocimiento y al despertar se encontró con que estaba rodeado de dos médicos y seis paramédicos, además de su asistente, Michael, quien había llamado a emergencias cuando advirtieron que no tenía pulso.
“Creo que ese día experimenté la muerte”, escribe Pacino en Sonny Boy, sus primeras memorias (editadas por Libros Cúpula y ya disponibles en las librerías chilenas). En ese pasaje del libro se detiene en una reflexión amarga: aparentemente morir se asemeja a dormir sin tener ningún sueño. Sin embargo, luego matiza y reconoce que podría estar exagerando, producto de que le dijeron que había perdido el pulso. “Probablemente solo me desmayé”, consigna.
Con esa misma soltura y desinhibición aborda su mala administración del dinero, su resistencia al matrimonio y aspectos poco conocidos de su infancia. Hijo de padres de ascendencia siciliana, se mudó al South Bronx con su mamá cuando tenía dos años y formó su identidad en un barrio multicultural donde eran la única familia italiana.
Cuando tenía 28 y hacía su debut en Broadway recibió la visita de miembros de su familia paterna y accedió a una pieza de su biografía que desconocía. Le contaron que cuando tenía menos de un año y medio había vivido durante ocho meses con sus abuelos paternos. El período coincidió con el momento en que su papá estaba en la guerra y con una crisis nerviosa que sufrió su mamá. Vulnerable, podría haber terminado en un orfanato, pero fue cuidado temporalmente por sus parientes. Pacino le agradece especialmente a su abuela, Josephine, “la persona más maravillosa que jamás haya conocido”.
El protagonista de Tarde de perros (1975) repasa con entusiasmo las travesuras que cometía con su pandilla, un grupo encabezado por Cliffy, Bruce, Petey y él. Desde la mesura que otorga la distancia temporal, sugiere un motivo por el que sobrevivió y ellos murieron jóvenes. “Me doy cuenta de que probablemente recibí más amor de mi familia que los otros tres. Puede que esto fuera lo que marcó la diferencia”.
Le atribuye a su madre, una mujer “delicada, con emociones frágiles”, haberlo mantenido alejado del peligro. Fue ella quien propició su primer encuentro con las estrellas, con los personajes que encarnaban y con la majestuosidad de la pantalla grande, porque comenzó a llevarlo al cine cuando tenía tres o cuatro años. Fue su progenitora la primera que lo llamó “Sonny Boy”, en alusión a una canción que había escuchado en una película de 1928.
El intérprete, hoy de 84 años, comparte un generoso número de anécdotas ligadas a su trayectoria. Un lugar especial está reservado para El Padrino (1972) y su trabajo con Francis Ford Coppola. Pese a que Paramount rechazó vehementemente su fichaje, el cineasta persistió y logró que se quedara con el papel de Michael Corleone. Pero incluso cuando el rodaje había arrancado la continuidad de ambos atravesó momentos inciertos. Coppola se reunió personalmente con él y le comunicó que no estaba dando la talla. Le entregó parte del material que habían filmado y le pidió que lo revisara. Aunque estaba desanimado, el ejercicio funcionó.
Curiosamente, años después, ese mismo estudio estaba desesperado con hacer una secuela y lo cortejaba ofreciéndole grandes sumas de dinero. Incluso un productor se citó con él y se aseguró de llevar una botella grande de whisky escocés para amenizar la conversación. Firmó no cuando Coppola se subió al proyecto, sino que cuando se le hicieron mejoras al guión. Como en otros episodios de aquella etapa, queda de manifiesto su interés por mantener la integridad artística a toda costa. Un rasgo que a veces generó tensiones y le hizo ganarse el mote de actor “difícil”. “Es nuestro juicio. Lo hacemos por el bien de la película. Si luchas por mejorar la película, entonces eres difícil”, anota.
Durante la segunda mitad de los 80 casi no hizo cine. La recepción que obtuvo Caracortada (1983) y la ruptura con la actriz Kathleen Quinlan lo dejaron con el ánimo por el suelo, y decidió poner en pausa su carrera en Hollywood. Desencantado, recuperó la vitalidad a través del teatro y filmando un proyecto personal con un pequeño grupo de amigos (The local stigmatic). En ese instante entró en su vida Diane Keaton, a quien le tenía especial cariño desde la época en que hicieron El Padrino. En el libro sostiene que ella fue fundamental en hacerle ver que estaba arruinado financieramente y que era urgente que volviera a trabajar en cintas que le reportaran ingresos. De hecho, se encargó de acercarle el guión de Prohibida obsesión (1989), el largometraje que terminaría protagonizando junto a Ellen Barkin y que se transformó en un éxito comercial.
Las memorias avanzan con agilidad por su filmografía: encumbra a Caracortada como su mejor película, el Oscar que ganó por Perfume de mujer (1992), a su entender, sólo tuvo un impacto económico, y la vapuleada comedia Jack y Jill (2011) fue la primera producción que hizo después de descubrir que su contador lo había estafado y que sus arcas estaban vacías. Pese a que acumula casi una decena de candidaturas, la única vez que se sintió cómodo en una gala de los Premios de la Academia fue en 2020, cuando fue nominado por El Irlandés (2019) y asistió acompañado de sus hijos.
Como un familiar entrañable que comparte historias hasta el anochecer, hacia el final retoma su infancia, los días en que se divertía en las calles del South Bronx junto a sus amigos. Admite que no ha querido regresar a esa localidad, porque presume que no queda nada de lo que era en aquellos años, y confiesa la razón por la que escribió el libro: “Quiero volver a casa”.
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